domingo, 22 de julio de 2012


El poeta chileno radicado en España, Oliver Welden (gran poeta y mi maestro), se refiere a mi crónica denominada: "El día que pensaste trasladar tus propios libros", y que puedes leer también en mi blog personal en: http://carlosamadormarchant.blogspot.com/2012/07/el-dia-en-que-pensaste-trasladar.html






SOBRE LIBROS Y BIBLIOTECAS
Tu crónica me hizo recordar la primera biblioteca de la otrora sede Arica de la Universidad de Chile, ubicada a un extremo del campus, junto a la desembocadura del río San José que, en 1970 ó 1971 (no recuerdo bien), fue destruida por una poderosa riada sin precedentes. Fueron largos días de trabajo entre los escombros y el lodo para intentar salvar escasos ejemplares y algunos documentos. El traslado fue penoso: era como rescatar pequeñas criaturas y llevarlas de un lugar devastado a un nuevo hogar.
Tengo dos libros que, de muchas maneras, se relacionan con tu crónica: Historia universal de la destrucción de libros (De las tablillas sumerias a la guerra de Irak), de Fernando Báez y Las bibliotecas perdidas, de Jesús Marchamalo, ambos fascinantes y reveladores.
Por último, quisiera decir que también hay traslados y rescates de libros de un país a otro, de un continente a otro,  bajo muchas circunstancias y por diversos motivos, siendo el exilio uno de ellos. La forzada separación de una biblioteca personal y su reencuentro con ella varias décadas después es una experiencia que no se olvida. Aquí  no resisto la tentación de remitirte (sin modestia alguna de mi parte) a un texto de mi poemario Oscura palabra:     

Oda a mis libros

Abrir las cajas y poner los libros en los anaqueles
produce una nostalgia al tocar esos objetos conocidos
                                                       /que una vez abandoné                                          
 y a medida que  la pared se va poblando
el olor a papel viejo recupera memorias y recuerdos
de una época perdida y de un lugar que ahora no existe.
Cada tomo tiene su leyenda y yo los toco uno a uno:
Poema de Mío Cid, Hojas de hierba, El principito,
Corazón, Las elegías de Duino, La misa sobre el mundo,
El extranjero, como reunirse con leales amigos.
Los crepúsculos de Maruri, Rubaiyat, Eclesiastés.
Gastados y desteñidos –amarillentos algunos incluso-
encierran entre tapa y tapa mucho más que su relato:
se han transformado en depositarios de un tiempo
y de una historia que solamente a mí pertenecen.
Crimen y castigo, Adiós cordera, Comarca del jazmín.
Son cientos de libros alineados en las repisas
de pared a pared y del piso al cielorraso.
Hace más de treinta años que no los veo y ahora llegan
hasta el lugar donde yo habito el final de mi vida.

Oliver Welden (desde Málaga)
            




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