jueves, 4 de noviembre de 2010

ENTREVISTA A OLIVER WELDEN


ENTREVISTA A OLIVER WELDEN


Por Carlos Amador Marchant

Entrevistar a Oliver Welden representó una verdadera satisfacción. Un hombre que salió de Chile tras la dictadura militar de 1973 y que vivió más de treinta años en Estados Unidos, que buscó fórmulas para salir adelante sin ayudas políticas ni de instituciones, que creó pero se mantuvo en silencio, perdiendo seres queridos, oliendo desamparo, y que al final regresa a la vida pública como quien vuelve a su vieja casa. Hombre solidario y honesto en la actualidad radica en Suecia. Welden, nacido en 1946 en Santiago, es autor de “Anhista”, “Perro del Amor”, “Fábulas Ocultas”, y de los inéditos aún “Oscura Palabra”, “Corazón de la Sangre”, “Testimonio del Escriba” y “El libro de Eugenia”.

Diecinueve años tenías cuando publicaste Anhista (1965) ¿Cómo veías el movimiento literario de esa época en Chile y América Latina, del cual tú participabas?

Espera, espera: yo no participaba en ningún movimiento, corriente o escuela literaria. La verdad es que mi juventud e ignorancia me impedían tener conciencia de un movimiento literario, per se, en Chile o en América Latina, entendido como una corriente que llegara hasta mis conocimientos, que me tocara, que me influyera, aunque, por supuesto, estaba al tanto de lo que se publicaba en esa época. Más que movimientos, o escuelas, o corrientes, eran los autores los que influían. No había mucho orden en cuanto a lo que yo leía a esa edad, excepto lo que exigía el colegio, sólo que quería leerlo todo. Era la época de la ansiedad por la lectura. Y debo insistir que yo no participaba de ese mundo literario (era muy joven, como dije) hasta que ingresé a la universidad. Creo haber hecho algo de mérito, aunque no mucho, en la Academia Literaria del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde estudiaba, y que era dirigida por Ariel Dorfman y Ronald Kay, entre otros, quienes me aconsejaron, después de leer el manuscrito de Anhista, que esperara un tiempo para su publicación. Es que en esa Academia de 1965 estaban, por ejemplo, Gonzalo Millán, Jaime Gómez Rogers, Pablo Guíñez, Jorge Etcheverry, Bernardo Subercaseaux, Franklin Martínez (lamento que se me escapen otros nombres importantes). Mi ingenuidad me hizo desestimar esos consejos. No obstante, ese primer librito mío tuvo una generosa acogida –cautelosa, pero generosa acogida- de parte de críticos como Hernán Loyola, Hernán del Solar, Carlos René Correa y Agustín Muñoz Vergara.


Si bien Anhista (1965) tuvo prólogo de Roberto Meza Fuentes, ¿ a qué poetas leías o estudiabas por ese tiempo?



Yo sentía una gran admiración por Roberto Meza Fuentes, no sólo como poeta sino, además, por su historia de dirigente estudiantil en los años 20, yo era Presidente del Centro de Alumnos del Liceo Lastarria -entre 1963 y 1964- y él se interesaba por esas cosas; como director de la Revista Juventud; como relegado a la isla Más Afuera del Archipiélago de Juan Fernández durante la dictadura de Ibáñez (por los años 1927 y 28). Eventos de proporciones míticas para mí y que, en la realidad, lo fueron. Yo lo visitaba cada vez que podía, cuando iba al centro de Santiago. Don Roberto me acogió y se interesó por Anhista. Me presentó a Braulio Arenas, que siempre me trató con mucha simpatía y un curioso respeto, siendo tanto mayor, y Meza Fuentes me abrió la puerta hacia Neruda, que me obsequió algunos libros –dedicados- y muchas bellas palabras. En cuanto a mis tempranas lecturas de poesía chilena era Neruda a quien yo leía. ¿Cómo no? Antes, a través de mi abuela Graciela, aprendí de Gabriela. En los años de Liceo descubrí a De Rokha y a Huidobro. Luego vino la revelación de La Pieza Oscura de Lihn y Contra la Muerte de Rojas. Los más cercanos a mí, en cuanto a amistad y por la admiración que yo sentía por su obra, fueron Gonzalo Millán desde 1963, Ariel Santibáñez desde 1967 (secuestrado y desaparecido en 1974) y Omar Lara desde 1968. Poetas de verdad, seres humanos de verdad, hombres buenísimos, maestros de la amistad. En otras esferas, tengo especial afecto por Mío Cid desde que lo conocí en 1961. La poesía de Shakespeare me atrajo. Hubo dos poetas que también conocí en esa época (indudablemente los que más han influido en mí), que nunca me abandonaron, y que me acompañan hasta el día (y las noches) de hoy: Whitman y Rilke.


Te hemos visto y leído en distintas crónicas y artículos de época donde apareces en medio de la vida literaria chilena de la década del 60-70: siempre estuviste activo. Me gustaría contaras alguna breve anécdota “desconocida” donde aparezca algún escritor nacional en tus caminos.


La actividad de esas décadas fue muy intensa. Desde lecturas y presentaciones individuales o colectivas, a nivel local y regional, al ”periodismo cultural” que yo cultivaba en radios y periódicos, a encuentros nacionales de poetas y algunos viajes al extranjero. Pienso que es fundamental tener en cuenta que, en ese tiempo (1967-1973), hubo un sólido apoyo institucional a las actividades culturales. Yo vivía en Arica, como sabes, y te puedo decir que contábamos con el respaldo de la universidad, como de la municipalidad. El centro de alumnos de la universidad fue fundamental en el financiamiento del primer número de la Revista Tebaida, gracias a Ariel Santibáñez. En Santiago estaba el “tipógrafo huraño”, Miguel Morales Fuentes, con las Ediciones Tebaida, publicando a Sergio Macías, Astrid Fugellie, Pablo Guíñez, Salvador Coppola, Edmundo Herrera, Juan Florit. Es que nadie puede salir adelante sin el apoyo de sus pares o de alguien que esté en situación de apoyar. La historia lo demuestra. Debe haber un maestro, un mentor, un tutor, aquel que va más adelante en el camino, o el que ha arribado (adonde sea que haya que llegar), que se dé vuelta y extienda la mano. Los poetas jóvenes de hoy deben saberlo, si es que no lo entienden ya. Así nosotros (Tebaida), sin la solidaridad de nuestros pares y compañeros en el centro y sur del país no hubiéramos podido realizar la labor nacional que se hacía: era una verdadera red de soporte. Imagínate, llegábamos hasta la casa paterna de Jorge Teillier, en Lautaro; a Chillán, a la casa de Edilberto Domarchi y su esposa María; o a Temuco, a la casa materna de los hermanos Carrasco;o al departamento de Gonzalo Rojas e Hilda, en Concepción; o los alojamientos en la casa de Walter Hoefler, en Valdivia; o las visitas a Santiago, donde nos quedábamos en la casa de Gonzalo Millán o de Waldo Rojas; y a la inversa: ahí llegaban a Arica, Gonzalo Millán, Omar Lara, Javier Campos, Jaime Quezada, todo el Grupo Arúspice en su viaje a Ecuador, inclusive Juvencio Valle, y Gonzalo Rojas que hacía viajes a Iquique a visitar a unas tías ancianas. El intercambio internacional fue similar entre Perú y Chile, por ejemplo, ahí esperaban: Winston Orrillo, Arturo Corcuera, Alejandro Romualdo, Alberto Valcárcel, José Ruiz Rozas, Carlos Germán Belli, Washington Delgado. Hasta Evtuchenko llegó a golpear a la puerta de la casa a las 2 ó 3 de la madrugada; y por ahí también pasaron poetas y artistas del otro lado de Los Andes, además de peregrinos y revolucionarios que bajaban de Bolivia y que no es del caso mencionar aquí, además de uno que otro francés, mejicano y estadounidense, del país que no tiene nombre, como decía Gabriela Mistral. Hasta el día de hoy yo siento y recibo esa solidaridad, ese respeto, que es fundamental para trabajar con dignidad en este oficio de lo absurdo que es la poesía (la literatura), que yo entiendo como un oficio de paz.

En cuanto a la anécdota, claro que sí, y creo que es una anécdota hermosa, al menos para mí. Gonzalo Millán y yo éramos compañeros en el Liceo Lastarria de Santiago. Todos los años la academia literaria del liceo convocaba a un concurso de poesía y cuento. El premio era el reconocimiento, nada más, ¡ah! y la publicación en la revista del liceo. Y eso era más que suficiente. Pero yo tenía el problema de que si Gonzalo participaba en poesía, yo “sonaba”, no ganaba, lisa y llanamente, porque Gonzalo era (y es) un poeta muy superior a mí. Pero Gonzalo, además, escribía cuentos (era prosista, ya tenía una novela en desarrollo), así es que yo le decía: -Mira, Gonzalo. Si tú participas con un cuento y me dejas a mí presentar un poema, los dos ganamos; pero si tú te presentas en poesía, como yo no escribo cuentos, quedo fuera. ¿Qué te parece? Y Gonzalo, mirándome brevemente, me decía: -¡Listo! Y así lo hicimos en esos concursos. ¡Un tipo extraordinario!

El Premio Nacional Luis Tello de la SECH (que buscan reactualizar) lo ganaste el año 1968 con Perro del Amor. Al margen de ser un excelente texto ¿Qué significó para ti como poeta de tan sólo 22 años?

Mi primera reacción fue pensar que, ¡vaya! así es que no todos los premios están ”cocinados”; luego, evidentemente, la satisfacción del reconocimiento que provenía de un jurado integrado por intelectuales mayores, es decir, consagrados, de renombre; después, la realización de la intervención de una fuerza o energía que se llama suerte, dada la calidad de los poetas que postularon; y, finalmente, y más importante que todo, pues yo era un imberbe desconocido, la demostración de aceptación y solidaridad que recibí de los mismos poetas que no ganaron, a los que yo no conocía personalmente y con algunos de los cuales establecí y mantuve una sólida y respetuosa amistad a través de los años.


5.- Los que conocemos la Revista Tebaida sabemos la importancia que tuvo en nuestro país ¿qué recuerdos tienes de la trascendencia de esta publicación?


Eramos plenamente conscientes de que estábamos haciendo historia, de que el trabajo que estábamos realizando era trascendente, porque la pauta ya la habían señalado Omar Lara con Trilce y Jaime Quezada con Arúspice; es decir, de muchas maneras, el camino ya había sido trazado por ellos. Y, además, Guillermo Deisler ya traía su aureola de las Ediciones Mimbre y también señalaba el camino. Por otra parte, Andrés Sabella nos apoyaba con sus colaboraciones. Nuestro norte, valga el alcance, ya estaba señalado. Faltaba hacer lo propio, lo que correspondía, según nuestras posibilidades, limitaciones y realidad geográfica. Precisamente debido al aislamiento geográfico del Norte Grande quisimos ser continentales (o planetarios) y nos abrimos a toda América: transformamos una limitación, el estar enclavados en medio de un desierto con la cordillera a un lado y el océano al otro en una posibilidad que tuvo éxito. El apoyo que recibimos de Lara y Quezada fue solidario. Millán tuvo mucho que ver con esto, pues él fue quien les comunicó a Trilce y Arúspice de nuestra existencia y así comenzó esta fraternidad tripartita. Una vez afianzada nuestra validez, por así decirlo, dentro del país, nos abrimos hacia América y la respuesta fue igual de solidaria (Perú, Argentina, Cuba, Ecuador, Puerto Rico, Estados Unidos). Pero jamás descuidamos lo nacional: siempre, en cada número de Tebaida, se publicaba una selección de poetas chilenos y, especialmente, los jóvenes inéditos. Cuando Joaquín Gutiérrez, director de la editorial Quimantú, y Elena Nascimento, gerente de la editorial homónima, nos llamaron para ofrecernos la publicación y distribución de la revista a través de la Editorial Nascimento, la rebautizaron Tebaida-Chilepoesía.


Cuando trabajabas en la ex Universidad de Chile de Arica (década del 70) recordamos palabras tuyas como: “Más vale escribir un libro bueno a cien malos” o “Los poetas jóvenes a veces quieren empapelar la ciudad”. Sin duda fueron opiniones de época, pero -aunque son ciertas aquellas expresiones- ¿sigues acuñando esas ideas?

Yo me acuerdo de haber conversado de lo primero contigo, pero lo que dije –creo- o lo que quise decir, es que más vale publicar un libro bueno en una edición de 50 ejemplares que uno malo en una edición de 500. Cómo sea: dije una perogrullada. En cuanto a la segunda frase, no recuerdo haberla dicho, ni en qué contexto, en ningún caso creo que era negativa, pero si tú la recuerdas, así será y puede que me haya referido a esa época de los 70 (antes del 73, por supuesto), en que se empapelaban muros con cientos de carteles de poesía: la Revista Portal tenía un programa llamado Portal Siembra Poesía y editaba carteles en papel de diferentes colores con una foto del poeta, una breve biografía y los poemas que cupieran en el folio. En otro contexto más actual puede que una cita así siga siendo válida si se toma en cuenta la cantidad de poesía, virtual o de papel, que se edita hoy y la función de divulgación y comunicación que facilita el Internet y que tiene directa relación con la ansiedad por publicar que existe entre los jóvenes, que yo comprendo muy bien, la ansiedad. Ahora se quiere empapelar el mundo, no sólo el lugar donde vive el joven poeta.


Si bien algunos (hasta Bolaños) dijeron haberse olvidado de Welden, los que seguimos tus caminos teníamos casi claro que volverías al concierto y lo hiciste. Ahora que apareció Fábulas Ocultas (2006) y la reedición de Perro del Amor (1970) en versión bilingüe, traducido por Dave Oliphant con el título de Love Hound (2006) ¿cómo definirías estos treinta años de silencio en los Estados Unidos?


Mira, de manera increíble, para mí al menos, la cita de Bolaños sobre mi persona y mi poesía se une a otras voces que hicieron eco: Rolando Gabrielli (Panamá), Javier Campos, Dave Oliphant, Francisco Leal (Estados Unidos), Virginia Vidal, Omar Lara, Arturo Volantines, Ana Leyton, Renard Betancourt, Juan Cameron (Chile), José Viñoles (Suecia), tú mismo; así es que esto de regresar, volver, se me ha hecho muy grato y una experiencia feliz. He sentido el respaldo solidario y la bienvenida. En cuanto a los treinta años de silencio, bueno, es la vida, nada más. Mi familia y yo nos fuimos a un exilio, no viajamos a otro país en busca de mejores condiciones de trabajo, fue una imposición, fuimos obligados y salimos de Chile sin ofertas de ninguna clase, sin la ayuda de universidades, partidos políticos o de embajadas, con las patas y el buche, nada nos esperaba en la otra orilla, en cuanto a seguridad económica, sueldo o salario, así es que todo aquello relacionado con la vida literaria tuvo que ser postergado. La responsabilidad hacia la familia, el trabajo por la subsistencia fue lo primordial. El poeta tejano Dave Oliphant escribió en su poema Sabine (en el libro Austin, 1985): “Oliver usó entonces esa expresión popular:/ creerse la muerte en bote/ en sus cartas ya sin ilusión/ por las promesas no cumplidas de su militancia política/ y nunca aceptó el conveniente rol de refugiado político/ víctima del golpe de estado de la CIA/ sino que llegó a Birmingham por sus propios medios/ y salió adelante en silencio”. Cumplí trabajando en bodegas; cargando y descargando camiones; con adultos minusválidos en instituciones estatales; con ancianos solitarios en casas particulares, donde la televisión permanecía encendida durante todas las horas de vigilia ; y en hospicios donde la rutina diaria y nocturna era prepararlo todo, prepararlo todo para la visita que haría, irremediablemente, la muerte. Entonces, perdí el afán de publicar. Ya no me pareció ni interesante, ni importante, ni necesario. Lo que tenía que decir tenía que decírmelo a mí mismo. Era necesario encontrarme a mí mismo, saber quién diablos era yo. Y para esto sí que era importante y necesario escribir y nunca dejé de hacerlo. No se puede dejar de escribir. Ahí están Fábulas Ocultas y mis títulos inéditos que de alguna manera lo prueban y que, con la excepción de Oscura Palabra, todavía no han buscado editor: Corazón de la Sangre, Testimonio del Escriba, y El Libro de Eugenia, que es un título tentativo y que no está terminado, pues es muy reciente. Fueron treinta años de trabajo y aprendizaje, de peregrinación, de ayudar a otros cuando se podía, de hablar poco y escuchar mucho, de verlo todo, todo lo que se podía, de lecturas y contemplación, mucha contemplación. El silencio es bueno cuando proviene de afuera, pero no lo es cuando estás silenciado por dentro. Yo nunca estuve silenciado por dentro. Esos treinta años no fueron la plenitud de mi tiempo, no era mi tiempo. Creo que ahora lo es.


Ya hemos comentado Oscura Palabra, libro que trae con desgarro lo acontecido en Chile desde el 11 de septiembre de 1973 ¿Es para ti este texto todo lo acumulado por tantos años sobre este Chile visto desde la lejanía, el desamparo y al mismo tiempo la nostalgia del exiliado?


Has escogido muy bien esa palabra: desamparo. ¿Y sabes? Para mí esta es la parte más difícil de tu entrevista, porque ese es el libro que llevo en el corazón. Es el que lleva la tinta del duro trabajo y desempleo en tierra desconocida, discriminación y prepotencia, nacimientos y muertes en la familia (algunos cercanos, otros distantes): es decir, desamparo. Son los poemas que me unen al lugar de mi infancia y juventud; un lugar, digo, porque ese país ya no existe y sólo lo llevo -como tal- en el recuerdo y la memoria. Hay una tremenda palabra en inglés que explica este concepto: oblivion. Que no es sólo olvido, sino caer en el olvido y pasar a la inconsciencia, desaparecer. Chile, para mí, es un país que desapareció en oblivion. No es mi ánimo ofender a nadie. Lo que digo aquí no pretende ser irrespetuoso. Es lo que comencé a sentir hace más de treinta años. Y este pensamiento y sentimiento me fueron impuestos con la experiencia del exilio, la distancia, el tiempo o, como dices tú, por todo lo acumulado en tantos años de lejanía, nostalgia y desamparo: yo no los busqué, nacieron y crecieron dentro de mí, no como un tumor o un cáncer, sino como algo peor, como un vacío, un hueco, como una nada. Oscura Palabra es eso: un espacio imposible de iluminar con palabras.





Finalmente, háblanos brevemente de tu nueva vida entre Suecia y España y de tus planes.

Ah, sí… Mi nueva vida… Debo tener mucho cuidado con este tiempo que se me ha dado, debo ser muy cuidadoso con mis quejas y reclamos, debo ser agradecido y no mal agradecido (algo así como dar amor pero nunca desamor), pues estoy consciente de que he llegado a un momento y lugar de mi vida reservado solamente para aquellos de quien se espera que haga algo con toda esta paz y belleza. La callada y blanca Suecia, el brillante y cálido Mediterráneo. He regresado, en el tiempo y en el espacio, al lugar donde América fue imaginada, aunque se suponía que eran otras latitudes. He caminado por los mismos pasillos de los dorados palacios de Castilla y Andalucía, donde el explorador se paseaba, esperando ser recibido por aquellos monarcas que iban a permitirle llegar a otro mundo. Y me he detenido, con los pies en la arena, al borde del Kattegat y el Skagerrak, en el Sur de Escandinavia, de donde pudieron haber zarpado aquellos vikingos hacia América, adelantándose al almirante. Le tengo temor a la historia del mundo ahora que la puedo mirar a los ojos –o acaso la historia me mira a mí- en los castillos y molinos que permanecen sin deterioro en el tiempo, en los rostros y apellidos de Europa que han viajado por generaciones a través de los siglos, en las viejas callejuelas empedradas y retorcidas que conducen a rectos callejones que son más antiguos todavía, en las comidas sabrosas y en los vinos luminosos, en el sol y en la nieve que lo cubre todo sin destruir nada. Y yo estoy aquí. Yo vivo aquí ahora. Quiero creer que de mí se espera que, a mi modo, yo alabe y venere lo que sea digno de estos lugares.




editor

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haz tu comentario.

Total de visitas por semana

Datos personales del director de esta página

Traductor del blog