martes, 2 de noviembre de 2010

Lecturas de El Quijote (Segunda Parte)




LECTURAS DE EL QUIJOTE (Segunda Parte)

Por Guillermo Rivera



1. Según lo anterior – nos hemos adentrado en ese laberinto de anaqueles y molinos, corredores y traducciones, que se fundamentan en algún otro lector alucinado.

2. La literatura se extiende así de muy diversos modos, tanto dentro como fuera de la novela. Juan Goytisolo, por ejemplo, señala dentro de la obra todas las controversias literarias, los cuestionamientos, y en especial la crítica de lo inverosímil en las novelas de caballería que leemos en el capítulo cuarenta y ocho. Se detiene, al mismo tiempo, en el juego antitético entre la realidad y la ficción, el ser y la apariencia, mediante la contraposición ventas/castillos, molinos/gigantes, prostitutas/nobles doncellas, etc.

3. Existe una lectura particularmente fascinante, desestabilizadora, en ese singular delirio de Kafka. Nos expresa éste que es, precisamente, Sancho Panza quién con el correr de los años conjuró una cantidad de novelas de caballerías y bandoleros, logrando apartar de sí a su demonio. Sancho dio en llamar a ese demonio Don Quijote, el que pronto se hizo dueño de su propio autor y se convirtió en amo de Sancho Panza.
Evidentemente que ésta interpretación nos remite a Roa Bastos quien toma “La verdad sobre Sancho Panza”, escrito alrededor de 1917, para ponerse a reflexionar como autor acerca de su propia obra.

4. Roa Bastos destaca en su ensayo, aquella parte donde Kafka concluye: “La desgracia de Don Quijote no es su fantasía, sino Sancho Panza.” Lo que significa elevar a la doble potencia el poder de la fantasía, pues nos hemos enterado por Kafka que Sancho es el verdadero autor de “la cantidad de libros de caballería”, cuya incesante lectura acaba por sacar del juicio a Alonso Quijano (lector) y transformarlo en Don Quijote, demoledor de mitos y embelecos de la caballería - que persisten como vestigios de una edad ya muerta.

5. Podemos agregar, desde esta perspectiva, alguna fascinación, algún disgusto, que emana de la producción de sentidos de la novela. En un nivel de lectura es Don Quijote un señor que ha perdido el seso; en otro, un lector de novelas de caballería que resulta autor de su propia épica, extraviado en un mundo que no se parece a la lectura que ha hecho de él.

6. Capaz Don Quijote de preservar una tradición de época a través de la lectura de novelas de caballería, pero incapacitado para actualizarla a su experiencia, ni a la totalidad del mundo que se constituye a su alrededor, el caballero aparece sujeto a una situación inédita: héroe nacido de la lectura, vuelve a ella exagerado. Es decir, vuelve para ser escrito, publicado, plagiado; vuelve, en definitiva, para ser leído.
Don quijote, según Carlos Fuentes, es una doble víctima de la lectura y pierde el juicio dos veces. Primero cuando lee, y luego cuando es leído.

7. Lectura de sí mismo, lectura de otros, otras lecturas, que lo obligarán a crearse. En cuanto objeto de una lectura que comienza a vencer la realidad nuevamente desplazándolo y orientándolo al quiebre de su propio hechizo: recobrar la razón.
Es el suicidio, pues la realidad le remitirá a la muerte.



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Lecturas de El Quijote (Primera Parte)




LECTURAS DE EL QUIJOTE
(Primera parte)

Por Guillermo Rivera

¿Verdad es que hay una historia mía,y que fue moro y sabio el que la compuso?


1. Para algunos El Ingenioso Hidalgo de la Mancha es una novela que se busca a sí misma, y muchos han visto un mundo dividido entre la verdad y la ilusión, el pensamiento y la locura. Carpentier, por ejemplo, ha señalado que la novela de Cervantes instala la dimensión imaginaria dentro del hombre, en un libro no sólo repleto de citas y alusiones, sino de todo aquello perdurable en muchas novelas posteriores: el enciclopedismo, el sentido de la historia, la sátira social, la poesía, etc.

2. Cuando la novela la examinamos desde el punto de vista del “espíritu del tiempo”, Cervantes lo inaugura. Puesto que la ausencia de Juez Supremo permite comprender el mundo como una ambigüedad, ambigüedad que se compone de un montón de verdades relativas que se contradicen. Para otros, sin embargo, con Cervantes surge la duda y la crítica, no fuera sino dentro de la obra literaria y como su sustancia misma.

3. Los cincuenta y dos capítulos de la primera parte del libro, nos cuentan de la primera salida de el Quijote, de la graciosa manera que tuvo de armarse caballero, del despiadado escrutinio del cura y del barbero, de la segunda salida, de la espantable aventura de los molinos de viento, de lo sucedido al caballero en la venta que él creía un castillo, de la aventura del yelmo, de la descomunal batalla de Don Quijote con unos cueros de vino, y una serie de aventuras y extraños sucesos y sucesos dignos de recordación acontecidos a Don Quijote y su escudero.

4. Nosotros constatamos en esta parte algunas novedades respecto al código de narración de su tiempo. Éstas se nos ofrecen ya en el prólogo, donde Cervantes se atribuye la condición de raro inventor, y expresa que lo que leeremos a continuación es un libro bastante distinto de lo que se publicaba entonces.

5. Percibimos la ruptura cuando en el capítulo ocho, comprobamos que la novela comienza a ser escrita por otro autor, y además descubrimos una alteración respecto al código de narración de su tiempo, al intercalar Cervantes otras novelas dentro de la novela. Novelas que se dejan leer en el capítulo treinta y tres, y en la intercalada biográfica e histórica donde el Cautivo canta su vida en el capítulo treinta y nueve.

6. La segunda parte añade a la lectura, a la narración de los hechos, el conocimiento por parte de los personajes de haber sido sus vidas ya narradas en el libro. Recordemos que en varios pasajes de la novela, Don Quijote y Sancho aparecen inquietos por la imagen que presentan en calidad de personajes literarios; al enterarse a través del bachiller Sansón Carrasco que se encuentran más de doce mil ejemplares con sus historias impresas en Portugal, Barcelona, Valencia y Amberes, del autor Cide Hamete Benengeli.

7. A la pregunta ¿quién narra la novela? Podemos afirmar que es Cervantes, pero también podemos expresar que la novela se encontraba en los cartapacios del historiador arábigo Cide Hamete Benengeli, o bien que es la interpretación del traductor morisco del capítulo nueve, quien recibió en pago a su labor dos arrobas de pan y dos fanegas de trigo, o, mejor aún, podemos decir que se trata de un autor que ignoramos, una suma de autores que se prolonga hasta el licenciado de Avellaneda.
(La historia es bien conocida: en 1614, bajo el reinado de Felipe IV, nueve años después de la aparición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, vio la luz con pie de imprenta de Tarragona un libro titulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. La obra se presentaba como una continuidad perfecta de su antecesora, compuesta por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tardecillas
Recordemos que esta segunda parte se anticipó a la del propio Cervantes que, sin duda, apresuró la suya, que publicó en 1615.
Es interesante señalar que el Quijote apócrifo obedece a la misma concepción genérica del original, incluso en la interpolación de dos novelas dentro de la novela, o en el recurso a través del cual Cervantes presenta su obra como la traducción de un texto árabe.)


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Una lectura




UNA LECTURA

Por Guillermo Rivera



1. Llego tarde a la plaza Sotomayor. El bus se ha ido. Llamo por teléfono y el teléfono no responde o no funciona. El otro poeta invitado no está. Pasa el bus y me recoge. Dieron la última vuelta. La encargada desde la pisadera me pregunta el nombre, mi número de rut. Chequea una lista, escribe algo, me indica uno de los asientos.
El bus está lleno. Una pequeña pieza de avión empobrecido, de latas sueltas, deslizándose a ras de suelo por la calle Independencia: con mimos y bailarines, cantores y chinchineros, sonoras y chicas jóvenes, trasnochadas. Descendientes de la noche con tatuajes en los brazos y los hombros.
Observo las calles vacías, los negocios con sus cortinas metálicas cerradas, Aquí, pienso, radicaría una moral. Palabras conocidas por todos en frases conocidas por todos. Sin embargo, no me concentro, dormito. A la altura de Peñuelas saco un libro del maletín y procuro leer. Leo “Flaubert: una manera de cortar, de agujerear el discurso sin volverlo insensato.”

2. Al llegar a Cartagena los organizadores del evento dan las instrucciones. Hay tres escenarios en la Avenida Playa Chica y uno en la plaza. Los artistas se reparten, se dispersan. El día de la cultura extiende su mano invisible en una mañana aún fría y luminosa.
En la plaza ya se trabaja en la amplificación y los afiches. Somos cinco poetas, el lugar comienza a llenarse y falta media hora para la lectura.

3. El poeta de Isla Negra es amable, conversador, es parte de la organización del evento. Marcela es del Tabo, es tensa, y ha obtenido un par de segundos premios en concursos de poesía regional. María Antonieta, está sobre los cincuenta años, pertenece a la agrupación de poesía Don Quijote, y ha sido temporera. Adriana es mayor aún, tiene el pelo blanco, y su poesía, dice, surge de lo que ve, de lo que vive.

4. Después de la lectura nos entrevistan de un periódico local. La pregunta es sobre la importancia de estos eventos. No recuerdo bien lo que dije. Hablé de la posibilidad de mirarnos a nosotros mismos desde la provincia, de la posibilidad que esa mirada rompa esa idea de lo pintoresco o lo turístico que turistas precipitados acostumbran mirar. Que no es necesario sobre interpretar nada.

5. Más tarde partiremos al almuerzo en el restauran Bahía. El comedor es amplio, con mesas redondas y vista al mar. Adriana conoce a los hermanos Madariaga, los vamos a saludar y decidimos compartir la mesa con ellos.
La verdad es que los Hermanos son padre e hijo, están vestidos con trajes de huaso y son conocidos payadores de la zona. Mientras almorzamos, el padre habla de la organización del último encuentro de payadores en Placilla, de sus alumnos en la sexta región. Adriana inmediatamente compone un poema y nos nombra a todos en él. Es un poema pícaro. De una viuda pícara. Después hablamos de música popular, de talleres, de décimas e improvisaciones. Entonces pienso en la fe. Pienso en Pablo de Rokha, en la gente con la cual de Rokha decidía compartir.
Cuando terminamos el pollo con arroz –y después de varios brindis- escucho a los hermanos Madariaga definir la poesía oral. Dicen que es una cuestión de vida.
Entonces para mí el tiempo se rompe, aparece el evento de un modo natural, sin ese ruido del lenguaje que se posesiona del espectador en un orden fijo. En tanto pasamos de Pedro Urdemales a Vicente Huidobro, de las adivinanzas a Nicanor Parra, arrasando con los apóstoles de la poesía única basada en un personaje o en un nombre.
6. En media hora más leeremos en una de las terrazas del balneario. Nos presentaremos compartiendo escenario. Entonces aprovecho de salir y dar una vuelta por la calle que bordea la playa. Veo gente pasear en familia, veo juegos de taca taca, vendedores de manzanas y artesanías. Veo dueñas de casa perderse en unos pasajes que conducen a viejas casonas de principios de siglo. Desde un puesto veo perderse la música de Sumo que se extiende hasta las figuras dibujadas de los calendarios y agendas, donde, también, se pierden los rostros de Allende, los banderines de Santiago Wanderers y las muecas de Homero Simson. Mientras el aire hace que yo mismo me pierda en una especie de expectación que sube desde las calles para quedarse ahí.

7. Los poetas leemos en la terraza y los hermanos Madariaga hacen su presentación. El público aplaude y nosotros nos abrazamos.

8. El sol cae y se esconde. Son más de las siete de la tarde y debemos tomar el bus de regreso en el mismo lugar que nos dejó. Observo que, mientras actúa el último grupo musical, las nubes son delgadas y blancas como si una espátula invisible extendiera un decoroso telón sobre Cartagena donde la banca rota de Cartagena no está.
El bus no aparece, me siento en una banca y presto atención a los últimos paseantes de la playa. Al lado mío, acompañado por su familia, un chico con síndrome de Down se mueve con los ojos llenos de asombro.



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El brazo de Pedro Páramo




EL BRAZO DE PEDRO PARAMO
Por Guillermo Rivera


1. Tengo seis años o tal vez seis y medio. Mi papá lleva corbata nueva y conduce su chevrolet Biscayne sesenta y ocho, sin prisa. Nunca vamos a Valparaíso excepto cuando en la primavera se instala el circo junto al gasómetro.
Mis padres dicen que el sector huele mal, que tiene una especie de belleza demente. Lo cierto es que yo nunca he visto un demente: he visto vagos y huérfanos, pero nunca un demente.
En casa afirman que ellos tienen la facultad para ver el fin de las cosas, el fin de todo.

2. Mi papá detiene el vehículo, se quita el veston y baja a comprar cigarrillos. Luego, lo observo fumar dentro del auto.
Después de subir por el pasaje Quillota y pasar frente a un hospital de tres pisos y puerta giratoria, dobla hacia la derecha para estacionar a mitad de cuadra. Nos dirigimos entonces hacia una puerta de dos hojas color café.
La mujer es alta o me parece alta. Lleva una bata brillosa, el cabello tomado y nos recibe con cordialidad. La niña aparece después, es un par de años mayor que yo y tiene la piel muy blanca.

3. El patio de la casa es rectangular. Hay un parrón, un sendero de gravilla, paños de tierra cubiertos con maceteros y plantas. Cuando nos quedamos solos, la niña busca algo cerca del resumidero y me muestra una perola color marrón.
Es una tortuga hija – dice. Tiene más de ochenta años, pero es sólo una hija. Y luego la hace caminar por el suelo.
En tanto, veo a mi papá conversando detrás del ventanal, moviendo los brazos con confianza, con ligereza, frente a la mesa del comedor. Un par de veces la mujer se levanta, abre la puerta que da al patio y nos ofrece galletas con leche chocolateada.

4. La niña bebe la leche de un sorbo, bebe sin detenerse, haciendo un ruido sordo con la garganta. Después nada más fija la vista, la fija en un punto que está más allá del resumidero y de los árboles, incluso más allá de las paredes de la casa o de las paredes del barrio, estallando como mil pedazos de nada sobre una nada más grande.
Mucho después, cuando hablamos sentados en una banca cerca del resumidero, escucho abrirse la puerta junto al ventanal y nuevamente la voz de mi papá. La señora se acerca y me besa en la frente, mientras la chica esconde sus manos en el delantal.
Antes de cerrar la puerta, mientras nos detenemos en el zaguán, mi papá señala a la chica y me dice:
“Despídete de ella que es, también, tu hermana.”









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Fotografías de viajes




CRÓNICAS IMPERTINENTES
Por Juan Cameron

Fotografías de viajes


Juan Luis Martínez odiaba tomarse fotos. A mí me parecía una pose; pero con el tiempo fui descubriendo sus razones. La doble papada, un ojo más caído que el otro, el mejor lado, son razones suficientes para controlar y autorizar las tomas. Ahora lo entiendo; Martínez era un maestro.
Por esos años, antes de la llegada de los gadgets y los devices y toda la parafernalia posmoderna, se cargaba una cámara con un simple rollo de 35 mm. Y cualquiera, ducho en el arte de la imagen y la oportunidad, podía enfocar, dar la luz y la velocidad correspondiente y, con suerte, obtenía una pieza de joyería. En esos marcos, Claudio Bertoni era, o es, un excelente fotógrafo. Hoy, en cambio, cualquier hijo de vecino (por decir lo menos) toma fotografías con un teléfono celular o con cualquier aparatito que ya envidiaría el James Bond de las primeras películas.
No hay nada más inoportuno que una fotografía instantánea. Resulta una verdadera violación a la intimidad, al derecho de imagen. El mayor placer, se me ocurrió hace unos meses en el Aeropuerto Internacional de El Salvador, es armar el escenario disfrutarlo y negar toda posibilidad de registrarlo con esos desgraciados utensilios de moda. La idea no fue gratuita. Ocurre que ya iba saliendo del lugar, con mi maleta a la rastra, cuando me detuvo un policía con un simpático labrador que insistía en descubrir drogas en mi equipaje. Ante la mirada de cuatrocientos curiosos que esperaban pasajeros, entre ellas el poeta Otoniel Vergara, organizador del encuentro al que yo iba invitado, y un grupo grande de escritores asistentes, debí abrir mi maleta en el suelo, mostrar la bolsa de aseo y remedios y explicarle, al aún más simpático policía, que mi señora esposa me había despachado con pastillas para las más increíbles circunstancias. Sólo entendió al certificarle, papelese en mano, mi condición de diabético. Al superar el problema ycuando Otoniel corría en mi auxilio, pude percatarme que casi la totalidad de mis colegas me había fusilado con sus simpáticas imágenes de bienvenida. Tiempo después la magnífica Coral Bracho, de México, confesaría su emoción al ver llegar a tan importante poeta ciego en compañía de su lazarillo.
Una serie de fotografías registran ese glorioso ingreso al istmo centroamericano. Y luego siguieron otras. Yo, en cambio, evité llevar la cámara digital; suponiendo que casi todos los invitados lo harían, como en realidad ocurrió. Por supuesto, durante los meses siguientes mis gentiles colegas bombardearon con enormes series de registros gráficos mi anticuado computador. Me apresuré a guardarlos y olvidarlos en un disco compacto; ventajas de la ultra modernidad.
Estas fotografías al azar relatan la historia viva del deterioro. En una aparezco sudado, con una barriga enorme (mero efecto óptico) y unos bíceps dignos de campo de concentración. Al parecer me sorprendieron eructando. En otra saludo a cierta autoridad con una cara de imbécil propia para la ocasión. Se trata de tomas deleznables. Cada día respeto más a mi querido Juan Luis Martínez.
Para el próximo viaje no olvidaré cargar la máquina maldita. Porque, después de todo, yo mismo me perdí magníficos encuadres. En uno, a modo de simple ejemplo, el anciano Eugeni Evtuchenko, vestido de payaso y con pinta de galán de mala muerte, reclama su derecho a pernada y apura a las muchachas como patrón de fundo; en otra un invitado guatemalteco me cuenta con orgullo que fue tambor mayor de la Escuela Militar y saludó personalmente al general Ríos Montt. Será para la próxima, me digo.
Una semana después viajé a San José. El poeta Norberto Salinas me invitaba por segunda vez a su encuentro y en esta oportunidad debía firmar un contrato con la Editorial Costa Rica, y sería recibido en Alajuela, puesto que años atrás obtuve el premio organizado por esa ciudad. Distinto e igualmente intenso, este congreso literario se llenó de escritores y de cámaras digitales. Con excepciones, por cierto. Blanca Luz Pulido fotografiaba pájaros y árboles; Guadalupe Elizalde atesoraba emociones. El argentino Juan Gelman, por su parte, no estaba ni ahí con este tipo de imágenes.
Y como no todos los poetas son pobretones, como usualmente se cree, nuestro generoso Popo Dadá recibió a la cincuentena de adláteres en su Tortuguero Lodge, en las mismísimas orillas del Caribe. Las imágenes se repetían con escándalo: nidos de oropéndolas como lágrimas, olor a nafta en los muelles, calor y trópico y canales plagados de pétalos para nuestro curvilíneo navegar. Mostrar esas fotos sería un asco.
Pero hay una que me interesa. Estoy dentro de la piscina con un whisky en la mano. Bajo un toldo, sentados en sillas de playa, Gelman y unas poetas mexicanas charlan conmigo al atardecer. Unas gruesas nubes sirven de telón de fondo. ¿Para qué perder esa imagen? Le pedí a mis colegas que por favor no captaran esa toma, que la dejaran pasar, que después la historia, seguramente, la iba a reproducir en distintas y curiosas versiones. Martínez tenía razón; no fotografiarse es ser un perdonavidas.



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Jean Braudillard y los premios literarios




CRÓNICAS IMPERTINENTES
Por Juan Cameron
(Valparaíso, Chile. Poeta)

Jean Braudillard y los premios literarios


Con la humildad requerida por el caso voy a referirme a dos citas apropiadas para esta ocasión. La primera es una sentencia del preclaro filósofo Jean Braudillard según la cual “La historia que se repite se convierte en farsa./ La farsa que se repite se convierte en historia”. La segunda es un simple verso mío, un título más bien hallado al azar: “El poder comunal corrompe a los más necios”.
Como el pensar y el escribir me ha significado siempre un extraordinario esfuerzo, ha sido la perseverancia mi única tabla de salvación para sobrevivir en el empeño. Empero, por insistencia y tozudez, algunos premios literarios ingresaron a mi escuálida bolsa, entre ellos el magnífico reconocimiento del Consejo Nacional del Libro, en Poesía, y el no menos codiciado, a nivel local, Municipal de Literatura. Cierto respeto a las normas de ortografía, una suerte de gracia escritural, en fin, han creído ver los técnicos en la materia para beneficiarme. Pequeños méritos que, sin embargo, me permiten referirme a estos temas.
Les contaba de Baudrillard porque, como nos ocurre a menudo a la mayoría de los no integrados a la estupidez, siempre pensamos en situaciones que, años después, descubrimos descritas durante nuestra infancia por ciertos pensadores contemporáneos. El problema es que nosotros los leemos cuando viejos. El caso es que a mí la situación actual me parecía, así como la falsedad de la palabra que al mencionarla esconde lo contrario y toda la farsa de no ser, una representación teatral. Podría ésta llamarse la Democracia, la Libertad, la Soberanía o llevar cualquier nombrecito de aquellos tan fáciles de expeler a pecho descubierto. De joven veía yo a los escolares jugando a ser diputados, a los contertulios pretendiendo filosofar, a quinientos aficionados que sostenían ser poetas. Recuerdo una impresionante columna de El Cabrito que leía entonces con orgullo; se llamaba “Cómo Chile llegó a ser una gran Nación”; así, con mayúsculas. Con el tiempo me di cuenta que todo no era sino una simple intención, cuando lo era; nada en verdad existía como tal sino en su mera puesta en escena.
Al cumplir mis primeros sesenta comencé a leer a Baudrillard. Así como Artaud, así como Cortázar con su maldito hombrecito que corría junto a su autobús –a mi autobús- el francés me había plagiado la idea antes de yo imaginarla siquiera. Pero no importa, la cuestión es la siguiente: lo corrupto, lo tonto, reemplaza lo legítimo tal como la palabra sustituye lo inexistente.
El caso de los dos premios enunciados más arriba es un buen ejemplo de lo que legítimo y de lo que no lo es. Guillermo Rivera, un poeta en serio, nacido en Viña del Mar en 1958, obtuvo el premio en el concurso Mejores Obras Literarias, en mención poesía inédita, para este reciente 2007. Merecido reconocimiento a nivel nacional; el MOL es algo más que la Lotería de los poetas. Ya le había dicho que concursara; que si lo hacía, lo ganaba. Al comienzo me dijo que no, que no se tenía confianza. Por suerte se atrevió; y eso me llena de orgullo.
Pero no todos siguen los consejos. Hace unos días me llamó por teléfono Arturo Morales para consultarme sobre el escritor Eduardo Correa Olmos. Me sorprendí un poco, confieso; no conocer a Correa, al menos en esta ciudad, es como no enterarse de quien es Jotamerio Arbeláez o el Toño Cisneros a nivel del continente. Le indiqué los datos del autor, sus premios y sus méritos y, cuando me anunció que era –como él- uno de los postulantes al Premio Municipal de Literatura, le dije a modo de consuelo “siga concursando”. Correa estaba cantado para el premio; podía hacerle el peso solamente Carlos Tromben, un muy buen novelista, un tipo respetable; pero aún es demasiado joven para tamaña nombradía. Y, sin embargo, mi amigo Morales, sin trayectoria ni mérito ni calidad suficientes, fue beneficiado con el premio. ¿Había cometido yo un error? ¿Se utilizó mi información para alterar la decisión del jurado a través del impertinente “lobby”? Perdone el lector tan detestable palabra; pero el Concejo pasó sobre la decisión del jurado –integrado nada menos que por Cristián Vila, Alvaro Bisama y Darcie Doll- que ya había decidido de conformidad a la calidad literaria de los postulantes y, por una resolución política, amiguista, de pasillo, dictaminó otra cosa.
Releo a Baudrillard: “todo está desde ahora condenado a la maldición de la pantalla, a la maldición del simulacro. Estamos en un mundo donde la función esencial del signo es hacer desaparecer la realidad y, al mismo tiempo, velar esta desaparición”. Decir que los concejales ignoran sobre estas cuestiones está demás; eso ya se sabe; es un lugar común. Cuanto importa es la cuestión axiológica. ¿Puede la autoridad juzgar sobre cuestiones que no le corresponden sólo por ser autoridad? ¿Son autoridad los funcionarios públicos? Esto es un abuso de poder; una necedad. Pero aun más indigerible resulta forzar un reconocimiento para sí mismo; sostenerse en avales de poca monta, ampararse en “el partido”, sentarse, en definitiva, en la realidad para obtener un beneficio personal. Rivera, en cambio, se mantiene en silencio.


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Defensa del idioma




CRÓNICAS IMPERTINENTES
Por Juan Cameron
(Valparaíso, Chile. Poeta)

Defensa del idioma


Cierta vez en Budapest (bonito nombre para iniciar una nota) encontramos, Sergio Holas y yo, a una señora que nos habló en castellano. Por ahí, compañeros, nos indicó con un señero grito mientras, plano en mano, buscábamos alguna salida conocida desde el Metro, en la Deán Ferenc tér. La dama vestía de campesina y llevaba un pañuelo sobre su cabeza. De seguro, pensamos, se trataba de una combatiente de las Brigadas Internacionales rescatada desde algún álbum fotográfico.
Era sorprendente que alguien hablara español a esas alturas. El idioma más cercano a los conocidos era el alemán, que ninguno de nosotros conocíamos, y nadie parecía entenderse el inglés o francés; menos aún en sueco. Y como algo sabía de estos problemas, meses antes de volar a Hungría me puse a estudiar su idioma con Jutka Nahuel, esposa de mi amigo Waldo, en su casa del Cerro Alegre. No me sirvió de mucho; pero al menos podía decir el número de mi habitación en el hotel de estudiantes donde alojaba, unas dieciocho palabras o pedir un jugo de naranjas; aunque me sirvieran a cambio un yogurt. También pude hacer otras cosas; como pedir a los dependientes de un céntrico establecimiento libros de sus poetas vigentes y que ellos mismos desconocían. Algo así como preguntar por Lihn o Teillier en un mall del barrio alto.
El embajador de Chile en ese país, un profesional joven y de carrera, envió a la primera secretaria y al chofer a rescatarme del aeropuerto. Luego de un breve café me señaló, con orgullo, que el día anterior había estado almorzando nada menos que con los embajadores de la Sociedad de Escritores de Chile para Europa. Los señores Mauricio Barrientos y Mario Artigas, me confesó arrellenándose en su sillón de cuero. Mientras viajaba en tren hacia el sur, esa misma tarde, continuaba riéndome de la proeza de este par de santiaguinos.
Mis amigos -íbamos invitados a un encuentro de literatos y profesores de Español- desconfiaban de mis habilidades lingüísticas. Para Gonzalo Contreras yo era un farsante y Mauricio, junto su heroico compañero de armas, me miraban con una disimulada sonrisa. Yo me había entretenido traduciendo, antes de mi partida, algunas normas para circular en el subterráneo, horarios, buses, monto de billetes y otros pocos asuntos de utilidad pública que distribuí entre los participantes chilenos. No suban a ningún taxi, les advertí; es como en Santiago. Sin entrar en mayores detalles, los escritores diplomáticos pagaron una muy buena suma de dinero por un viaje desde la estación ferroviaria al hotel Stadium, unas siete cuadras en línea recta, además de una multa –doce mil pesos chilenos cada uno- por no colocar un boleto nuevo al hacer el cambio de línea en el metro. Se quisieron hacer los extranjeros; pero de nada valió el truco ante la policía de turismo. Ahora suponen que algo sé del idioma magyar.
Ambas desgracias ocurrieron en la capital, luego de estar en Pest, cerca de la frontera con Croacia. Pero también recuerdo que, sin proponérmelo, otro idioma apareció en mi defensa en el tren de regreso. A mitad de camino, y después de una breve siesta, me dirigí al coche salón a tomar una cerveza. Mis colegas compartían en torno a una mesa junto a unas cuantas botellas. Me acerqué al mesón y pedí una. El garzón me entendió sin problemas; pero un tipo con pinta de obrero, rubio y bajo, me indicó algo en su idioma. Le hice un salud. Como insistiera le dije, en magyar, que no hablaba su lengua. Y qué hablas, me preguntó con insolencia. Con calma, y en cada idioma, le fui diciendo que inglés, algo de francés, un poco de portugués, castellano desde ya, sueco, bastante, y que algo me entiendo en danés y noruego. Debe haber supuesto que le tomaba el pelo y se puso a gritarme en ruso. No hablo ruso, le dije en ruso; y fue peor. En verdad no entendía ni media palabra. El tipo estaba desaforado y me soliviantaba a su gusto. Iba acompañado de dos más.
De pronto el vozarrón de Artigas, en el mismísimo idioma de Puskin, sacudió el carro. Se levantó con furia y encaró al sujeto con palabras más extrañas aún, pero que deben haber sido efectivas, pues éste se fue achicando hasta retirarse completamente ante la mirada perpleja de sus acompañantes. Es que eso yo no se lo aguanto a nadie, me explicó; como si yo fuera en verdad un políglota.
Mientras recuerdo reflexiono sobre la vanidad y la tontera humanas. Mi imagen de culto y viajado estaba ya bien arriba cuando rememoré lo del coche comedor. Justo sea decir también, que Artigas, curiosamente, había hecho cantar en ruso a un reaccionario conjunto folklórico en Villámy después que este viajero, borracho una vez más, les aclarara que éramos de América, no de Norteamérica carajo, y que alzaba mi copa por la unidad serbio húngara.
Ante las miradas asesinas, la sagrada lengua eslava ya había salido en mi defensa.




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La nueva novela histórica en Chile



LA NUEVA NOVELA HISTÓRICA EN CHILE: subgénero de reciente data
Por Rosa Alcayaga Toro

El libro Brevísima Relación de la Nueva Novela Histórica en Chile del profesor, crítico literario, magíster en Literatura, Eddie Morales Piña, editado por la Universidad de Playa Ancha (UPLA), en Valparaíso, en junio 2006, es un texto que recopila varios artículos de su autoría, escritos en distinto tiempo, y que, no obstante su brevedad, constituye un aporte al estudio de la narrativa contemporánea en nuestro país por cuanto es orientador de las nuevas tendencias en la literatura chilena, en particular, acerca de este nuevo sub género denominado Nueva Novela Histórica.

A petición del autor, tuve el alto honor de presentar el libro Brevísima Relación de la Nueva Novela Histórica en la Universidad de Playa Ancha (UPLA) en Valparaíso el 4 de julio del año en curso y sobre el cual es necesario entregar algunos antecedentes.
La irrupción del subgénero Nueva Novela Histórica (NNH) en América Latina ocurre, fundamentalmente, en las dos últimas décadas del siglo XX. Es un fenómeno cuyos antecedentes tiene en el escritor cubano Alejo Carpentier su primer representante. Treinta años antes que esta tendencia se consolidara como tal, en un corpus claro y preciso, reconocido en el continente, la novela El reino de este mundo (1949), escrita tras un viaje a Haití, centrada en la revolución haitiana y el tirano del siglo XIX Henri Christophe, ha sido calificada como el primer ejemplo de esta nueva categoría.
Para abordar el conocimiento de la NNH debe definirse, en primer lugar, qué se entiende por Novela Histórica (NH) y, a partir de esa definición, establecer las características que distinguirán a la novelística sucesora. Una de las definiciones más acertadas, estima la crítica especializada, será la del argentino Enrique Anderson Imbert (1910-2000), escritor, investigador, crítico literario y profesor, quien indicó lo siguiente: “llamamos novelas históricas a las que cuentan una acción ocurrida en una época anterior a la del novelista”. Universalmente, suele considerarse al escocés Walter Scott (1771-1832), una prominente figura del romanticismo inglés en el siglo XIX, como el iniciador de este modo de ficción narrativa.
En opinión de Anderson Imbert, el escritor boliviano Nataniel Aguirre (1843-1888), que sirve de enlace entre el romanticismo y el realismo y modernismo, es: “el mejor novelador de la historia en Bolivia y uno de los mejores de toda Hispanoamérica”. Su novela más conocida es Juan de la Rosa (1885) cuyo subtítulo dice Memorias del último soldado de la Independencia, en donde cuenta algunos de los episodios más heroicos de la historia de Cochabamba, su ciudad natal, para destacar la resistencia del pueblo boliviano contra el general español José Manuel de Goyeneche.
En Chile destaca el escritor Alberto Blest Gana, al que algunos llaman el “Balzac hispanoamericano”, quien reemplaza la novela romántica por una novela de corte más realista, entre ellas, es autor de una de las mejores novelas históricas de la época, Durante la reconquista (1897).

En el continente

¿Cuándo aparece, por primera vez, el concepto de NNH en el continente? Fue el uruguayo Angel Rama quien acuñó este término, en 1981, en el prólogo de su antología Novísimos narradores hispanoamericanos, en el semanario “Marcha”, en donde elogia las novelas Terra Nostra de Carlos Fuentes y Yo el Supremo del paraguayo Augusto Roa Bastos por haber roto con el molde romántico de la novela histórica. En 1982, Seymour Menton recoge este concepto en una ponencia titulada Antonio Benítez: la nueva novela histórica y los juicios de valor en el congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, celebrado en San Juan de Puerto Rico. En 1983, el mexicano Juan José Barrientos publicó en el estudio de las novelas hidalguianas una referencia específica a la nueva novela histórica en el continente. Más adelante, el venezolano Alexis Márquez, en sus comentarios acerca de La luna de Fausto (1983) de Francisco Herrera Luque, publicado en Casa de las Américas, (mayo-junio 1984) afirmó que “hoy estamos experimentando en Hispanoamérica un verdadero boom en la nueva novela histórica”. Por último, en 1985, el mexicano José Emilio Pacheco, en un artículo breve publicado en Proceso del 6 de mayo, comentó la resurrección de la narrativa histórica. Ninguno de ellos, sin embargo, trató de dilucidar las diferencias entre NNH y la tradicional. En ese tránsito hacia la definición del nuevo subgénero, el uruguayo Fernando Aínsa, narrador, crítico y ensayista, en un artículo publicado en septiembre de 1991 en Plural, avanza en la identificación de algunas de sus características.
No es sino hasta la publicación del libro La nueva novela histórica de la América Latina 1979-1992, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1993, del profesor de Literatura, crítico y ensayista norteamericano, Seymour Menton, de la Universidad de Irvine, California, que asistiremos a la conceptuación del nuevo subgénero identificándolo como tal distinto de su antecesora. El estudio abarca un período de doce años tal como lo indica su título. El autor sostiene que el factor más importante para su proliferación es la conmemoración, en su tiempo, del quinto centenario del descubrimiento de América; o, desde una perspectiva más pesimista, pudo ser la situación social, económica y política, nada augurante, que se vivió en esa época en los países de Iberoamérica: quizás esos hayan sido el detonante para su consolidación. De acuerdo a Menton, y así lo consigna Morales Piña, este proceso tiene como punto de partida, en el año 1979, la publicación del libro El arpa y la sombra de Alejo Carpentier, en donde, por primera vez, el autor ficcionaliza a un personaje histórico destacado como Cristóbal Colón. Morales Piña menciona, además, entre muchos, El mar de las lentejas (1979) del cubano Antonio Benítez Rojo, La guerra del fin del mundo (1981) del peruano Mario Vargas Llosa, Los perros del paraíso (1983) del argentino Abel Posse, Noticias del Imperio (1989) del mexicano Fernando del Paso.
En el período que estudió el autor norteamericano, Chile es la excepción más notable en cuanto a textos y autores representativos. El único ejemplo que se menciona es Martes tristes (1985) de Francisco Simón.

Rasgos caracterizadores

En cuanto a los rasgos discursivos y escriturales que definen y caracterizan a la NNH, su estrategia discursiva y sus intencionalidades estéticas, siguiendo los parámetros de Menton, y que recoge en su libro Morales Piña, son los siguientes:
1) distorsión consciente de la historia por omisión, exageración o anacronismos;
2) ficcionalización de personajes históricos; comentarios del narrador sobre el proceso de creación literaria;
3) la intertextualidad;
4) la parodia y lo carnavalesco como rasgos retóricos;
5) multiplicidad de discursos o el uso consciente de distintos niveles de lenguaje: polifonía discursiva y mayor variedad estilística.
Si bien no es requisito sine qua nom que, en cada texto, aparezcan todos los rasgos subrayados, es interesante acotar que la clave, a juicio del crítico uruguayo Aínsa, para reconocer su constitución textual, es la escritura paródica. Los conceptos bajtinianos de la parodia y lo carnavalesco presente en la NNH, acota la crítica, permiten recuperar la olvidada condición humana puesto que, a través de dichos rasgos retóricos, es posible re-humanizar a los personajes históricos, transformados por el discurso oficial en “hombres de mármol”, al decir de Aínsa, despojándolos de su imagen estatuaria a través de la ficción. Junto a esta reflexión del uruguayo es menester señalar lo que Morales Piña recoge en su estudio cuando subraya que “una historia de grandes figuras y grandes hazañas, una épica histórica, despierta sospechas”, no sólo porque muestra una panorámica generalista y neutral de los hechos, sino porque detrás de cada hecho mencionado está el “murmullo”, el “susurro silenciado” que resuena. La recuperación del “cotidiano, la figura de carne y hueso, las voces silenciadas de los subalternos, de las minorías étnicas, de las mujeres”, es, por tanto, un signo sustantivo en la NNH, sostiene Morales Piña.
En general, la novela hispanoamericana se ha caracterizado, desde el principio, por su obsesión por los problemas socio históricos, inquietud que desarrolla in extenso el escritor, poeta y ensayista mexicano, Carlos Fuentes, en su libro Valiente Mundo Nuevo, editorial Tierra Firme, segunda edición 1994, que señala que dicha temática es una expresión vigorosa en Hispano América. Y si bien Fuentes no reconoce en tanto denominación a la NNH, él recoge, sin embargo, la afirmación de Menton cuando éste subraya la “vocación histórica de la más nueva novela hispanoamericana”, en donde se reflexiona acerca del pasado con perspectiva de futuro, lo que signa la narrativa en el continente. En esta recreación se constata la voluntad de los escritores que, a través del poder de la ficción, –como afirma Fuentes-, pueden decir lo que muy pocos historiadores son capaces de afirmar.
Si nos remitimos a los apuntes recogidos en las clases dictadas por el profesor Morales Piña, en el magíster en Literatura 2005, podemos observar que, en el libro que hoy presentamos, su estudio permite un acercamiento que enriquece la perspectiva de Menton. En la senda de Aínsa, quien señala que la NNH es una búsqueda de la identidad del ser americano, que imagina su historia releyéndola con la finalidad de “dar voz a los que la historia ha negado, silenciado o perseguido”, Morales Piña, en el texto en comento, indica que el nuevo paradigma narrativo responde a la necesidad de repensar o revisar la historia continental no sólo en sus momentos fundacionales, esto es, descubrimiento, conquista, colonia e independencia, sino también la historia inmediata; que existe un cuestionamiento de la historia con el propósito de problematizar el discurso oficial, recusarlo y suplir sus carencias; lo denomina sin ambages como un discurso alternativo, transgresor y deconstructivo de los textos canónicos, que posee voluntad descentralizadora y que interpela los discursos absolutos y globalizantes del saber. Se trata, según observa Morales Piña, de “un nuevo modo de enfrentar la relación historia/literatura” diferenciándose, claramente, de su antecesora más tradicional. El propósito de esta nueva tendencia literaria, según el catedrático, sería revelar lo que la historia oficial ha “silenciado, censurado u ocultado”, a través de una seria, acuciosa y nada ingenua re-lectura de las fuentes históricas, estableciendo un diálogo con el discurso histórico que es el referente del discurso literario fundante del nuevo paradigma. En ese sentido, es importante citar lo escrito por Fuentes: “el movimiento de la literatura iberoamericana ha constituido una suerte de vigilancia de nuestra historia, dándole continuidad”. Afirmación que el mexicano sostiene a partir de la propuesta del filósofo italiano Giambattista Vico (1688-1744), quien en su libro Ciencia nueva (1725) rechaza el concepto puramente lineal de la historia, concebida como marcha inexorable hacia el futuro, que se desprendía del presupuesto racionalista y del eurocentrismo de la Ilustración del siglo XVIII. El filósofo italiano fue censurado por la Ilustración dieciochesca en Europa y recién pudo recuperar un espacio, en el viejo continente, en los primeros años del siglo XX con el respaldo intelectual del novelista y poeta irlandés James Joyce (1882-1941), entre otros. La historia como recuento de errores, crímenes y engaños es el falso corolario de una creencia en una naturaleza humana fija, final e inmutable, sostuvo Vico, e indicó que, por el contrario, la naturaleza humana es una realidad variada, históricamente ligada, eternamente cambiante y móvil, en donde hombres y mujeres hacen su propia historia. En el año 1973, Hayden White re-actualiza tales conceptos en su libro Metahistoria, mencionado por Morales Piña, en donde cuestiona las pretensiones científicas de los historiadores y llama la atención sobre el carácter ficticio de sus discursos narrativos.

Méritos del libro

Uno de los principales méritos del texto que presentamos, además de enriquecer el análisis que, a nivel del continente, se realiza acerca de la NNH, es constatar en su estudio, de manera orgánica y por primera vez, que en Chile, en la última década del siglo XX y primeros años del siglo XXI, asistimos a una emergencia sustantiva de la nueva novelística.
Morales Piña entrega las pautas necesarias para que un lector curioso escudriñe acerca del nuevo subgénero y tenga una visión panorámica sobre los autores chilenos que han emergido, en la última década del siglo XX y primeros años del siglo XXI, dentro de esta línea narrativa que, como NNH, no es suficientemente conocida en Chile.

La experiencia en Chile

Desde esa perspectiva, el catedrático sostiene que existen algunos relatos en Chile que ya tienen el carácter de canónicos, entre los cuales propone las novelas Ay mama Inés (1993) de Jorge Guzmán; Maldita yo entre las mujeres (1993) de Mercedes Valdivieso; y Déjame que te cuente (1997) de Juanita Gallardo. Son tres novelas ambientadas en distintos momentos fundacionales de nuestra historia, la Conquista, la Colonia y la Independencia, y que reinstalan como protagonistas a tres mujeres en el escenario de lo imaginario: a Inés de Suárez en Ay mama Inés, a Catalina de los Ríos, más conocida como la Quintrala, en Maldita yo entre las mujeres, y a Rosario Puga y Vidaurre en Déjame que te cuente, en un interesante y acucioso trabajo que las distingue porque cada una de estas obras se apoya en una copiosa documentación y lectura de los textos canónicos. Obras en las que ocurre un desplazamiento de los protagonistas, desde personajes, generalmente, masculinos hacia personajes femeninos, en el caso de la novela de Guzmán, el conquistador Pedro de Valdivia es desplazado por Inés de Suárez; en Déjame que te cuente, se desplaza al libertador Bernardo O’Higgins y habla su amante. Esta característica enriquece y otorga al relato mayor complejidad ya que entrega la palabra a las mujeres que han estado ausentes dentro del discurso histórico. Al analizar los títulos de las novelas Déjame que te cuente y Ay mama Inés, Morales Piña advierte como en ellos se recoge el gesto de la oralidad, las protagonistas piden un espacio para contar, para confesar, es el testimonio con que las mujeres transmiten los saberes y llenan los vacíos del discurso oficial en primera persona para decir presente a través de “la intrahistoria construida de insignificantes, intrascendentes e invisibles hechos que desconoce la Historia con mayúscula”. En Ay mama Inés, la buena amante de Valdivia es recuperada en su protagonismo nunca bien reconocido en las crónicas de la época que tiende a presentarla como una marimacho. En Déjame que te cuente, el episodio de la independencia está reconstruido a partir de la historia amorosa, privada e ilegítima, del prócer Bernardo O’Higgins con una joven rebelde y tenaz de la sociedad de entonces. En Maldita yo entre las mujeres, Valdivieso construye un discurso alternativo al orden patriarcal, devela carencias y omisiones de una historia logocéntrica, anula el malditismo y marca con un sema positivo lo estigmatizado, para dar cuenta de una naciente estirpe de mujeres que reivindica lo materno y lo mapuche.
La NNH elimina, entonces, la “distancia épica” (Mijail Bajtin) de la novela histórica tradicional, gracias a los recursos literarios como narrar en primera persona, el monólogo interior o diálogos familiares, en las descripciones de su intimidad se baja de los pedestales a los héroes, como argumenta Alicia Chibán en su trabajo El arpa y la sombra: desocultamiento y visión integradora de la historia (1989). En síntesis, asistimos, entonces, a la recuperación del hablar cotidiano susurrante, al decir de Morales Piña, en el que se evita lo altisonante al dejar de lado los grandes escenarios para reconstruir escenas de la rutina del devenir histórico a través de una polifonía discursiva y el uso consciente de distintos niveles de lenguaje que, en cierta forma, asegura el autor, han recogido de las nuevas estéticas posmodernas.
Morales Piña recoge, en este libro, un extenso artículo acerca de la imponente novela La ley del gallinero (1999) de Jorge Guzmán que como NNH recrea una visión desmitificada y anticanónica de un Diego Portales, autoritario y despótico, en casi 400 apretadas páginas articuladas en cuatro partes y cuyo rasgo sobresaliente es el uso de una polifonía discursiva; a través de distintas voces, en diálogo con la historiografía oficial, desacraliza la imagen del personaje recargándolo con diversos epítetos y frases como: “comerciante disoluto”, “moralista”, “despreciativo” y “canalla”. Multiplicidad de voces que hablan en primera persona, desde el propio Portales, que se revela como una especie de calavera enamoradizo y evidencia su ambición mercantil que es mayor que su interés por el gobierno, el que utilizó en beneficio de sus propios negocios.
El libro de Morales Piña entrega una apretada síntesis de más de una docena de relatos que se adscriben a la NNH en Chile. Entre los textos mencionados están, además, Camisa limpia (1989) de Guillermo Blanco; Butamalón de Eduardo Labarca; Casas en el agua (1997) de Guido Eytel; La corona de Araucanía (1997) de Pedro Staiger; El sueño de la historia (2000) del premio Cervantes Jorge Edwards; El corazón a contraluz (1997) de Patricio Manns. Mención especial hace Morales Piña de la obra de la escritora y periodista Virginia Vidal, a quien le dedica un extenso apartado dentro de su libro, bajo el subtítulo Virginia Vidal: memoria y escritura, e indica que dentro del concepto de NNH, estarían adscritas tres de sus obras: Javiera Carrera, Madre de la Patria (2000), Oro, veneno, puñal (2002), editado en España, y Balmaceda, varón de una sola agua (1991).



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El poeta de Texas escucha leer en español a la poeta de Chile


El poeta de Texas escucha leer en español a la poeta de Chile
Robert Cowser

El ritmo del poema es como un tatuaje que pasa rasando
la superficie del aire denso de la sala, repitiendo como un eco
el tamborileo de la lluvia sobre el alféizar de la ventana.
Escuchamos zetas castellanas y consonantes labiales
agitarse como boyas al viento sobre el Lago Chapala.
Ya conocíamos algunas palabras españolas como amor y muerte,
aunque lo que realmente hacen esas palabras en un verso
es crear un estado de ánimo, algo así como las notas de una sonata.
Para nosotros, los anglos, los fonemas eran como aquellos
que Gertrude Stein pudo haber pronunciado en París,
hace ya muchos años, si hubiese sido latina:
la rosa es la rosa es la rosa.


La génesis de este poema -que escribí en 1999- se remonta a muchos años antes.
Desde muy joven me fascinó el sonido del idioma español. En la granja, en el norte de Texas, donde crecí, escuchaba las transmisiones en español de las radios mexicanas de los pueblos a lo largo del Río Grande. La rapidez con que hablaban los locutores me hacía imposible comprender donde terminaba una palabra y
comenzaba la otra. Sin embargo, muchas de las palabras de las canciones que se transmitían eran distinguibles (me fascinaba la música de los acordeones y las guitarras y las voces de los tenores en Allá en el rancho grande, una de mis favoritas).
Cuando niño, nunca tuve la oportunidad de estudiar español como alumno en las escuelas rurales, pero ya mayor, apenas entré a estudiar pedagogía, me matriculé en los cursos de español. En mis viajes a México hacía lo imposible para platicar con los conductores de taxis, los camareros, los dependientes de tiendas y las familias con las cuales me hospedaba.
Luego, como profesor, al trasladarme al este del país, excepcionalmente tuve la oportunidad de escuchar o de hablar español, hasta que, en 1989, llegó a la Universidad del Estado de Tennessee, donde yo trabajaba, la catedrática y poeta chilena, Alicia Galaz Vivar.
En ese tiempo la universidad auspiciaba todos los años una lectura de poesía con la asistencia de los poetas de la región. Alicia siempre participaba con la lectura de uno o dos poemas en el español original y, luego, la versión en inglés.
Los temas de sus poemas mostraban una perspectiva feminista del mundo machista, que me interesó, y comencé a leer sus libros que pude encontrar en la biblioteca de la universidad. Descubrí que sus poemas captan –con impresionante originalidad- esa posición antimachista latinoamericana.
Esa noche de primavera de 1999, pocos minutos antes de que comenzara la lectura, una furiosa tormenta eléctrica azotó la ciudad. Cuando Alicia leyó, todavía se escuchaba el repiqueteo de las últimas gotas de lluvia sobre los alféizares de las ventanas abiertas de la sala y se podía ver el resplandor distante de los relámpagos de la tormenta que se alejaba. Nunca he olvidado la impresión que me causó escuchar sus poemas en español y de cómo entendí algunas de las palabras de un poema en especial, Hembrimasoquismo (**) que, si bien se refieren a una dependencia doméstica y económica, son, a la vez, simbólicas palabras de independencia.
Mientras escuchaba las palabras en español, antes de oír la traducción al inglés, me sentí motivado, impulsado, a escribir una respuesta en forma de poema: un responso a esas hermosa música de frases y versos. Me di cuenta, entonces, de que estaba experimentando una nostalgia, una añoranza: lo que William
Wordsworth describió como epifanía del recuerdo.
*

Robert Cowser (1931; Saltillo, Texas), es poeta y profesor emérito de inglés en la Universidad del Estado de Tennessee.

* Este artículo y el poema han sido traducidos del inglés por Oliver Welden
** Jaula gruesa para el animal hembra (Arica, Chile: Ed. Mimbre-Tebaida, 1972)

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Tras el abandono del poema




TRAS EL ABANDONO DEL POEMA
Sergio Madrid Sielfeld

La búsqueda de la poesía no tiene límites. Incluso cuando quiere abandonar el poema, la poesía persiste en formas de las más insospechadas por el vulgo. Un poeta español definía la poesía como “la verdad del arte”. Si entendemos la ‘verdad’ como los griegos entendían la aleteia, es decir, como “desocultamiento”, podríamos afirmar que la poesía es lo que el arte desoculta. Es en este sentido que en el mundo contemporáneo hablar de poesía y de arte es indistinto. Por supuesto, el abandono del poema trae consigo una serie de complejidades que la definición de Félix de Azúa no alcanza.
Uno de los problemas del arte contemporáneo no consiste tan solo en salir de las formas clásicas, sino en salir del museo. El arte quiere salir, en rigor, de la esfera ideológica en la que se ve constreñido, y busca formas de reapropiarse de la naturaleza, de la realidad y de la ciencia. Es decir, quiere transformarse en un dispositivo irreductible ante todas las formas de enajenación de nuestra época, entendida ésta de las más diversas maneras. No quiere ser el resultado de la división del trabajo, ni de la actividad especializada, sino enriquecer el centro real de toda la actividad humana: la vida cotidiana así como la define Henri Lefevre, es decir, como el resultado de una resta paradigmática: lo que queda si a las actividades humanas le restamos toda actividad especializada. Ese resultado es la vida cotidiana que, como podemos ver, es bastante pobre. Presenciamos pues una vida cotidiana colonizada por los intereses del mundo burgués. El arte contemporáneo, en su afán de salirse de esa esfera ideológica, no quiere ya reconocerse como una actividad especializada, ni convertirse en fetiche, sino en Realidad.
Una de esas búsquedas de reapropiación de la vida, tiene como centro el nomadismo, fenómeno que, si se observa con detenimiento, participa de todas las actividades artísticas contemporáneas. Uno puede observar títulos como On the Road, de los beats, o el nomadismo urbano de Nadja, así como esas caminatas que realiza Horacio Oliveira en París con el fin de encontrarse al azar con La Maga. Como dice Debord: “A derrumbar el mundo no lo aprendimos en los libros, sino vagando”. El nomadismo, si bien se identifica con el viaje y con la naturaleza originaria del homo-sapiens, es al mismo tiempo oposición al turismo, que no es más que un paseo dirigido desde afuera, y que carece del don de intervención que es propio del nómada primitivo, que hace suyo el territorio al levantar, por ejemplo, el menhir, y al convertir la caminata en un cromlech, en una totalidad. Como fuere, es esa capacidad de intervención, propia del nomadismo, la que hace del arte contemporáneo deudor del imperativo que dice que no se debe dejar palo en pie. El arte, y la poesía, ya no son ingenuos.
Es así como surgen nuevas maneras de hacer arte. Me referiré básicamente a dos prácticas surgidas en los 60’: la intervención urbana, y el Land-Art. La primera surge de un nomadismo urbano, que pretende, como se dice, invertir lo invertido, o desenmascarar el carácter ideológico del urbanismo, con el fin de liberar la vida cotidiana (o real). No deja de ser notable que uno de los exponentes más importantes de esta práctica, a nivel mundial, sea chileno. Me refiero a Alfredo Jaar, que no hace mucho hizo una muestra de sus obras más importantes, si bien de una manera descontextualizada, en el edificio de la Telefónica en Santiago. Sus obras son sumamente críticas con relación a la enajenación humana. Consecuentemente, las intervenciones suelen ejercer una cierta interrupción en el transcurrir propio de nuestras ciudades, reutilizando de manera híbrida todas las formas artísticas tradicionales, según convenga. Lo curioso consiste en que este desplazamiento de la concepción del arte como obra, a una noción del arte como acción, está lejos de alejarse de la poesía. Por el contrario, elabora una poesía que va al encuentro del mundo real, con el fin de modificarlo en función de una vida mejor. Por su parte, el Land-Art, surge de un nomadismo circunscrito al paisaje no urbano, o natural. Su belleza tiene generalmente como fundamento la huella del caminar como práctica estética, acercándose más al reencuentro con el acogimiento que nos otorga el paisaje, que al enfrentamiento ideológico. Sin embargo, la pregunta del Land-Art al paisaje (Land-Scape) está teñida de la vida urbana, al punto que las obras de este rubro, como en el caso del monumental Muelle en Espiral de Robert Smithson, suelen realizarse en una considerable lejanía respecto de todo centro urbano. Esta lejanía es conciente. Tales obras, que por lo demás suelen ser efímeras, llegan a nuestra percepción casi sin excepción por medio del registro técnico (reproductibilidad técnica, diría Benjamin), es decir, como una pérdida de aura (asunto sobre el cual habría mucho que decir).
La potencia liberadora y transformadora que tiene el arte con respecto al hombre y la vida cotidiana, halla en estas tendencias una nueva manera de realizar la poesía en la vida, y con ello, irónicamente una nueva manera de estrellarse contra la poderosa ideología del mercado, es decir, una nueva manera de fracasar. Pero, si sirve de consuelo, sólo hay fracaso en la realización.



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Retaguardia de la vanguardia (Inside)




RETAGUARDIA DE LA VANGUARDIA (INSIDE)
Sergio Madrid Sielfeld

En 1986, junto a mis amigos Alex von Bishoffshausen y Mauricio Barrientos, realizamos un evento poético que denominamos Retaguardia de La Vanguardia. El título lo habíamos sacado de una entrevista hecha a Roland Barthes, en la que se ubicaba en la retaguardia de la vanguardia. Según Barthes, ser de vanguardia es saber qué está muerto, noción que nos atraía sobremanera. Él decía saber qué está muerto, pero que aún amaba esos cadáveres, por lo que se situaba en la retaguardia de la vanguardia. Nosotros quisimos emular esa manera de auto ubicarse en la tradición. Se trataba de sostener una posición crítica con respecto a la tradición, sin por ello tener que renunciar totalmente al pasado, de donde había mucho que sacar. Éramos, sin saberlo, unos chicos auténticamente posmodernos. Rescatábamos, eso sí, de las vanguardias históricas el sentido de la camaradería. De hecho, creo que Retaguardia de La Vanguardia fue principalmente eso: una acción de camaradería en un mundo desolado.
El evento tuvo lugar en el invierno de 1986, en la Sala Rubén Darío, más conocida entonces como Sala El Farol, de la Universidad de Valparaíso, que estaba a cargo del pintor Álvaro Donoso. Ese invierno fue muy lluvioso, por lo que tuvimos que correr una o dos semanas el evento. Para nosotros, se trataba de un magno evento, con el que marcábamos un comienzo, un adelante, una vía para los “horribles trabajadores”. Los afiches los diseñó Alex, que tenía a su haber estudios de Arquitectura: lamentablemente no conservo ninguno de ellos, pero tenían sin duda un aspecto compacto, en el que nuestros nombres se presentaban en tres líneas continuas, y donde no había ningún tipo de especificación respecto del género de la presentación que ahí se refería. En el diseño del escenario, participó Juan Luís Moraga, amigo arquitecto que se reunía permanentemente con Juan Luís Martínez y con nosotros en el café Samoiedo chico en Viña del Mar. Estaba concebido de tal manera que se podían proyectar diapositivas desde atrás del escenario, sin que se pudiera distinguir el motivo que las diapo contenían, produciéndose un efecto de difuminación de la imagen, o al menos eso era lo que pretendíamos. Nos apoyaron logísticamente el escultor Iván cabezón y Ángel, amigo de aquél, y auxiliar de la Sala. Sobre nuestras cabezas, tres luces cenitales producían un efecto blanco y negro, del todo teatral. Y, para completar el ambiente, sonaba de fondo música concreta. Nosotros, simplemente, con un micrófono cada uno, y cada uno aislado por su foco, leíamos nuestros poemas.
La Sala estaba llena. Y el evento fue, como se dice, todo un éxito. Cosa que no era extraña en esos días. Hiciera uno lo que hiciera, en tiempos de Dictadura, tratándose de actividades “culturales”, las butacas se llenaban. Eso duró hasta el advenimiento de la democracia. Cuando ésta llegó, cada vez se fue haciendo más difícil llenar ese tipo de espacios. No sé si ese es un fenómeno universal, pero da para pensar que en esa época cualquier evento que se realizara en un subterráneo, causaría curiosidad. No creo, por supuesto, que esa acción de arte haya tenido un impacto trascendente en la cultura regional, sin embargo esa acción ha sido hasta ahora, al menos para mí, y lo digo de una manera muy personal, mi verdadera retaguardia artística, un cuerpo de imágenes que te hablan de un origen, un grupo de amigos que te siguen dando ese espaldarazo inicial, una época como una oscura ola sobre la cual supimos, de algún modo, surfear. Como un pueblo interior, que legitima todos los levantamientos posteriores.
No fue hasta 1992 que publicamos el libro Retaguardia de La Vanguardia. Se nos sumó Juan José Daneri, a quien conocí en la Universidad. Era un muchacho de Rancagua, de aspecto muy snob, que estudiaba inglés, escribía poesía, y que había estado presente en el evento de 1986. Concebimos un libro en el que confluían cuatro obras poéticas, sin criterio antológico. Esas cuatro confluencias eran también la confluencia de cuatro vidas. Para llegar a ese libro hicimos zamba y canuta. Indagamos en la frivolidad más extrema. Bebimos. Hicimos, como se dice, una vida peligrosa, una vida imposible, excesos y locuras. Nuestras mujeres nos abandonaron. Entonces, Alex vendió el auto y unas joyas que le devolvió su ex-novia. Con ese dinero financiamos un año de juerga y de júbilo desenfrenado, y finalmente la publicación de Retaguardia de La Vanguardia, bajo el sello Altazor. Y lo lanzamos multitudinariamente en la Sala Viña del Mar. En 1993 publicamos un pequeño libro denominado Los Novios de Ariadna. Ese fue el canto del cisne.
En la actualidad, Alex von Bischoffshausen vive en Puerto Natales, y administra un Lodge frente a los Cuernos del Paine. Juan José Daneri vive en Estados Unidos, donde se dedicó a la vida académica. Mauricio Barrientos vive en Santiago, donde hace talleres y sostiene junto a Mario Artigas la editorial Pentagrama. Y todos sabemos que nuestra vida del pasado, está muerta. Sin embargo, y no me cabe duda, aún amamos los cadáveres que fuimos dejando en el camino.



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El mapa no es el territorio




El mapa no es el territorio
Por Juan Cameron

Hacia finales de 2007 aparece El mapa no es el territorio, una antología de la poesía joven de Valparaíso con recopilación y prólogo de Ismael Gavilán Guzmán. El trabajo responde a una necesidad mayor de difusión de las obras en plena germinación y, por otro lado, sirve para establecer nuevos nombres en el canon.
Su método de selección resulta el único correcto en vías a determinar la poesía producida in situ. En tanto intención, el título y su posterior desarrollo abarca autores de la región, aborígenes o llegados a un espacio determinado por un tiempo indeterminado. El territorio de la poesía no es otro sino el lenguaje. Y, agréguese a ello, la comunidad que el oficio genera entre los pares.
Puede haber, por cierto, autores presentes o ausentes a criterio de los lectores. En las marcas provinciales y temporales una cifra aproximada señala a casi mil doscientos individuos reconocidos socialmente como tales. Toda elección, por tanto, responde a un eje central que, en este caso, gira en torno al Taller de La Sebastiana y en el Seminario de Reflexión Poética celebrado en el mismo centro cultural, entre los años 2005 y 2006, instancias en las que el recopilador tiene un rol protagónico. El otro parámetro señalado por éste es su voluntad de continuar el excelente registro iniciado por Carlos Henrickson y publicado en la revista Aérea en 2004 y 2005.
Se trata, por lo demás, del primer libro de la Agencia Editorial FUGA. Un ejemplar que a primera vista es agradable, elegante y de buen formato. En un poco más de trescientos cuarenta páginas reúne la contribución de una treintena de autores, algunos jóvenes y otros no tanto, para culminar con las correspondientes y necesarias fichas, elementos todos que denotan seriedad, rigor y amor por el oficio. Cada poeta inicia su intervención, al modo de la conocida antología 25 años de poesía chilena -de Teresa y Lila Calderón y Tomás Harris- con una descripción de su poética.
El antologador se arriesga por producción de muy reciente data, e inéditas, pero al mismo tiempo inicia su estudio en áreas demasiado cubiertas por la información, como lo es la de los más jóvenes integrantes de la promoción de los 80. No es que existan demasiadas publicaciones al respecto, sino que no calzan en el título propuesto.
Porque en relación a los mayores debe ubicar trabajos ya consagrados y de estilo reconocido, como los de Sergio Madrid (1967), Sergio Muñoz (1968), Marcelo Pellegrini (1971) y Felipe Hernández (1973) junto a autores que, por el momento, resultan menores. Y no puede resolver el molesto asunto de la auto referencia. Una solución habría sido partir con los que recién alcanzan la treintena: Eduardo Jeria (1977), Pedro Godoy (véase Geisse, 1977), y Jorge Polanco (1977), nombres por lo demás con características propias. De allí quienes les continúan en edad tienen asegurado el futuro: Claudio Gaete (1978), Karen Toro (1980), Raimundo Nenén (1983) y Alberto Cecereu (1986); y están en plena germinación, aún, los trabajos de Marcela Parra (1981), Gonzalo Gálvez (1982) y Daniela Giambruno (1984) por citar a los más conocidos en el oficio. El tiempo dirá ya su palabra.
Con todo es necesario precisar que todos los incluidos tienen presencia en el género. Son pocos los nombres que se echan de menos, Luca Schenke, Carolina Celis entre ellos; y en un espectro más amplio, Absalón Opazo. Aunque tales nombres pertenezcan a otro territorio y no cumplan con las expectativas del antologador.
El mapa no es el territorio responde a la necesidad inicial. Valparaíso, como bien se indica en el prólogo, es algo más que un estúpido discurso abarcador o una imagen criolla pro turística. Es un lugar distante y distinto de la capital y con una voz propia que aquí se rescata.

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Consideraciones eróticas



CONSIDERACIONES EROTICAS.
por Cristián Vila Riquelme

Recomiendo encarecidamente sumergirse en las tórridas y turbulentas páginas de la literatura erótica: en las obras maestras del siglo XVIII, como en algunas posteriores y anteriores (valga la redundancia). Y no sólo por las conclusiones ex cathedra, cuyas proyecciones son fascinantes en estos tiempos, sino por el puro placer del verbo. Puesto que cabe destacar que en casi todas las novelas libertinas francesas del siglo XVIII existe un verbo con muchas implicaciones: socratizar. Cuando se describe alguna escena de sodomización se utiliza dicho verbo con un brío pocas veces demostrado en algún manual de filosofía o de lingüística que, eventualmente, pudiera utilizarlo. La filosofía o la enseñanza, en este caso, se inocula por canales poco ortodoxos. Por cierto, hay algunos que "en la realidad" cometen el crimen sin decir la palabra filosófica adecuada. Pero, en general, el humor de los escritos de marras consiste en que toda una concepción moral hipócrita, enrejada en la dicotomía de lo público y de lo privado, de la real politik y los principios, es echada por tierra. El desenfreno encuentra entusiastas seguidores hasta en los templos de la virtud.
Pero lo notable de esta palabrita, socratizar, es que viene del nombre de Sócrates, quien, como todo el mundo sabe, no se contentaba solamente del tan manido "amor platónico". En aquellas épocas pasadas, la acción contenida en el verbo que homenajea a nuestro filósofo mártir no era considerada bajo ningún punto de vista como algo impropio, y si bien se ha tratado de hacer aparecer en algunos círculos la acusación hecha a Sócrates como algo que insinúa una "desviación", la verdad es que dicha acusación le fue hecha claramente por otras razones. A menos que dichas razones no hayan sido tales y que una "desviación" oculta fuese el acto fundacional de nuestra civilizada hipocresía.
Ahora bien, lo interesante es considerar que la civilización occidental surge, lisa y llanamente, no sólo de la antigua Grecia, sino que del filósofo al cual los libertinos del siglo XVIII le verbalizaron el nombre. Civilización ésta, la de Occidente, a la que los inquisidores de siempre defienden hoy día contra la "decadencia moral" y la polución de la diferencia, en nombre de la "moral objetiva" y de las "buenas costumbres"... Pero nuestros libertinos del '700 abrieron la brecha por donde los flujos del cuerpo y de la imaginación desbordaron los límites impuestos a nuestros "instintos básicos" por una realidad y una razón que suelen caer, también, en el terreno de la invención. La descripción detallada del erotismo y de todas las voluptuosidades de la carne -aunque fluctuante entre la admiración impúdica y el horror moral, entre la complacencia y la denuncia-, coincide siempre en considerar al cuerpo como un templo al que hay que alimentar con todo tipo de manjares y libaciones refinadas, para que así recupere las fuerzas perdidas en los pliegues y despliegues del exceso que, como se sabe, conduce al palacio de la sabiduría. Estableciendo una equivalencia absoluta entre los placeres de la buena mesa con los placeres del sexo. Mirabeau, por ejemplo, en su Erotika Biblion, hace el catálogo de todas las variantes del placer, "disolutas" o no, con el objetivo de "invertir los valores" hasta ahora aceptados: con la noción de pecado, por ejemplo, que es una invención de la vulgata, puesto que la acepción original (hatta en hebreo) quiere decir "no conseguir el objetivo", "no dar en el blanco", "errar el tiro".
Consideremos, entonces, para terminar, que lo extraordinario de estas novelas libertinas es que nos enseñan que la imaginación y el deseo nos llevarán siempre al placer de "dar en el blanco". Como dijo alguien por ahí: "Cuando el cuerpo está encerrado, el espíritu se venga".


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Respeto y relaciones asimétricas




RESPETO Y RELACIONES ASIMÉTRICAS
(primera aproximación)
por Cristián Vila Riquelme


Un día mi hijo, en su último año de Liceo, llegó con una tarea en principio complicada, y que es el título de este texto. Él sabe que la asimetría y todo eso es uno de mis temas, por excelencia. De manera que conversamos largamente y esto es lo que salió, resumido, de allí, (aunque la profesora que planteó, sin mediar explicación ninguna, el tema, luego parece no haber entendido mucho el lío en el que se había metido; delicias de la educación…):
Si entendemos por respeto aquella relación que se establece con el Otro en función de una paridad o simetría, se nos plantea inmediatamente lo que significarían las relaciones asimétricas, en el sentido de que el respeto mutuo, en términos ideales, implicaría cualitativamente una cierta equidad entre el Yo y el Otro o, dicho de otro modo, existiría entre el Yo y el Otro un mismo nivel de valía.
Pero si observamos los procesos cotidianos de las relaciones humanas, podemos darnos cuenta de que todo aquello de la equidad o del mismo nivel de valía no se plantea, en la realidad, de modo tan absoluto. Pues la simetría, según algunos pensadores, en tanto proyección ideal de una línea media no existiría como tal en la naturaleza. Dicho con un ejemplo visual, el hombre perfecto de Leonardo sólo existe en el dibujo (ideal) de dicho artista. El ser humano no muestra una perfección de esa magnitud: siempre un ojo es más pequeño que el otro, un hombro está más abajo que el otro, una rodilla es más voluminosa que la otra, etc.
Análogamente, las relaciones humanas suelen ser complejas porque están teñidas por los caracteres disímiles de quienes las establecen, los distintos modos de pensar, los distintos modos de sentir y de actuar, los idiomas diversos, las diferentes culturas en juego ―son los “juegos de lenguaje”, de los que habla maese Wittgenstein, entendiendo al lenguaje como “modo de vida”. En ese sentido, podríamos afirmar que las relaciones humanas suelen ser relaciones asimétricas por cuanto la línea media (ideal) se desploma al confrontarse con lo anterior. En términos políticos, por ejemplo, es lo que hace la distancia entre una doctrina determinada y su práctica en una realidad social, política y económica dada. Sería, entonces, imposible simetrizar de manera ideal el conglomerado humano.
Por estas razones, otra definición del respeto sería posible. Respeto sería, pues, aquello que se establece, en términos éticos, entre seres disímiles, diversos, distintos, sin necesidad de un mismo nivel de valía (ideal) o de equidad (también ideal), sino que en función de esa diversidad y de esa asimetría que es la que nos define como seres humanos. El respeto funcionaría aquí como aquello que reconoce y modera la asimetría de las relaciones humanas o, dicho de otro modo, como aquello que hace posible el reconocimiento del Yo por el Otro y del Otro por el Yo, sin por ello obligar a ambos a establecerse como necesariamente iguales en función de la línea media de la simetría.


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Una imagen de la Estación Puerto




Una imagen de la Estación Puerto
Por Juan Cameron

Recuerdo el poema Valparaíso, de Ennio Moltedo. Se refiere a la Estación Puerto, ese lugar que marca el fin del mundo, el punto de partida hacia ninguna parte y la imagen postal de un sector de la ciudad cuyas torres lo flanquean como dos columnas misteriosas. Para el poeta es un lugar destruido, sin futuro y que sólo alberga al letargo que transcurre sobre un tablero de ajedrez: “un panel de piedras relucientes por el paso de las botas de la muerte, hoy”, dice Moltedo.
El poeta Patricio Flores Rivas elige precisamente este lugar como símbolo de un mundo mayor que habita su memoria. La oposición entre el punto de llegada, la estación, y el de partida, el puerto, crea un ineludible sentimiento de pérdida, de ese estar semejante a la nada, a la detención absoluta. El paso de lo concreto a lo ideal y desconocido, de la tierra al mar –por definición infinito- es símbolo, sin embargo de una muerte generadora de vida y de una visión que, en definitiva, encarna a la esperanza.
La aparición de Estación Puerto representa un renacer en la poesía de Flores. Sin duda quien conoce su obra hallará aquí una escritura otra cuyo ejercicio beneficia la concentración y el ritmo. Frente a sus anteriores producciones, Homenaje a los volantines (2003) y Andenes de fuego (2005), Estación Puerto constituye un reinicio y da cuenta un paso más allá en el desarrollo de su escritura.
Curiosamente observará el agudo lector que el elemento aire, como paradigma de la libertad, cruza todos sus títulos. El aire contiene tanto al viaje como al fuego, el volantín que traza su escritura y viento que recorre los andenes llevándose las fumarolas, la infancia y los recuerdos.
Esa estación terminal es parte, entonces, del renacimiento. Los amantes así lo intuyen y cuando “Se despiden,/ tienen trenes mendigos a la gira;/ tienen océanos entre los rieles lastimados./ Ya no juegan: la estación Terminal anuncia la partida”. Y, sin embargo, la nueva jornada está allí, al alcance del protagonista. Flores lo refiere a veces en tercera persona; pero no cambia de personaje cuando anuncia: “Para la segunda romería,/ cató candelas blancas,/ embriagó los lamentos/ y despejó el cielo a bocanadas”.
Antes de la llegada a ese punto la bestialización es el mejor recurso para retratar a lo amantes. Hay un sujeto escondido y escindido en un zoomorfismo que a la vez lo delata y lo compromete como actor. Y al mismo género responde la figura femenina en este cuento. Si bien el héroe es “Ese animal que reflejo en las aguas (...) esa bestia que habito/ mastodonte que arroja ira”, la contraparte es algo más que la dulce loba quien no desata los andamios de tela y no responde a los requiebros del amado. Ambas imágenes pueden interpretarse a partir de símbolos bien establecidos: la figura de Narciso sucumbe, puesto que no podrá reproducirse en la piel de aquella protegida tras un opaco templo. Después de todo, dice el poeta alejado del personaje, “Tú querías su vino y su cuerpo/ Ella quería tu alma y tu vino”.
En cierta medida se trata de una estación terminal. El texto de igual nombre -que pudo perfectamente haber sido el título de este libro a no mediar sus negativas connotaciones- da cuenta de ese encuentro e indica el lugar “donde se acaban los regresos” puesto que “la estación terminal anuncia la partida”. Un logrado texto cuya vibración nos traslada al dolor y a un escenario decadente propio de un film posmoderno.
Patricio Flores es un poeta nuestro. Aunque nacido en la comuna de San Miguel, en 1969, su familia pertenece a La Cruz Abogado, ejerce su profesión desde 1996.


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Los poetas de Chile




Los Poetas de Chile
Por Rolando Gabrielli


Los poetas de Chile
Rolando Gabrielli
Editorial Agua Fresca
Bogotá, Colombia
Cisne Color Ltda.
96 páginas
500 ejemplares
50 numerados y firmados por el autor
Año 2007

Los poetas de Chile
Poema
Poema / elévame a tu altura / gigante desolado
miserable papel blanco endiosado / me inclino cada noche /
cuánto le debo a mis rodillas /
¿Más que a mi orgullo? / ¿Menos que al silencio?
La misma cosa escrita / desde antes de la palabra.
La prudencia y el bastón
caminan ciegamente.
Rolando Gabrielli
La poesía chilena cuenta con su propio pasaporte en el idioma castellano desde el siglo XX en adelante. Si bien podría decirse que en poesía todo está casi escrito, un poema debe buscar y dar sus propias señales. Explicar un poema es como hablar del silencio, porque si es verdadero tiene más de una respuesta en sí mismo. Los poemas son para los lectores y nadie mejor que ellos puede responder por el texto que tienen enfrente. Un libro se sostiene en el tiempo por las lecturas que de él hagan las personas que lo escogen. La palabra puede superarse en el tiempo así misma, pero nunca será igual a cuando fue escrita. Poesía podría ser lo que nunca antes se había escrito. Son tantas y ninguna las definiciones como poemas que aún no se han escrito. Me gusta la definición de Ezra Pound: poesía es el lenguaje cargado de sentido. ¿Qué motiva a escribir poemas a las personas que suelen llamar poetas? Es una manera de observar e interpretar el mundo, a la gente, a lo que a uno le rodea, ve y toca, el silencio y la soledad. La palabra es una aventura en sí misma. El poema es un mapa. La textura del poema es la variante de la palabra en el lenguaje que adquiere definitivamente una forma y contenido inseparables. Un libro suele ser un conjunto de poemas más o menos armónicos en su temática. El poema es una búsqueda a partir de la página en blanco y en un principio se constituye en una idea vaga que lentamente adquiere una forma real. El poema es el cuerpo a través del lenguaje que es su experiencia. Cuando ha cristalizado la idea, el poema ya no nos pertenece, adquiere vida propia. Un poema es un poema, tal vez, cuando al leerlo pareciera escrito por otro. Eso me dijo Jorge Teillier una primavera en Santiago.
Los poetas de Chile nació como un libro experimental, un juego, un homenaje a la poesía chilena y a algunos poetas conocidos con los que compartí la vida, el vino y la poesía, una época. En 2002 comencé a rayar los primeros borradores que intentaron interpretar la poesía y al hombre o mujer que había escrito una obra poética singular, significativa. El libro se desarrolló sin ninguna solemnidad, ni compromiso, humor, vinculación poética y todo lo personal, discrecional de mi propia visión. También es un ejercicio para ir ingresando a la “chilenidad”, si en verdad existiera, pero sobre todo a una época, una historia, una ciudad, un país, a quienes cruzaban la línea de la poesía, en un presente casi anónimo, convulso, idílico, absolutamente impredecible, que concluyó en lo predecible. La línea de fuego puso silencio a la poesía chilena por un largo tiempo dentro de Chile en 1973.
La poesía chilena cuenta con numerosas antologías, críticas, personales, interesantes, espantosamente parciales, como ocurre en este género en muchos países, pero Los poetas de Chile no es una antología, no nace como una parcialidad fragmentaria de un todo, ni obedece a una canonización de poetas y poesía. El imán de toda búsqueda está en la orilla, la marginalidad del centro de las cosas, la hondura bajo la superficie, el río, el río que sólo fluye, de orilla en orilla.
Toda selección es arbitraria de por sí y en Chile hay no pocos poetas originales, interesantes, meritorios, dueños de una retórica propia, cuyas obras se sostienen en cualquier antología, pero este libro no lo es, ni por principio, ni fin. Me motivó también un paseo lúdico por la apuesta en vida y obra de los poetas reseñados, pintados, coloreados en estas 96 páginas. Los poetas de Chile marcaron el territorio en castellano de la poética del siglo XX, dicho y repetido casi como un slogan, y fueron antecedentes de la novelística que se montó en el boom de la narrativa latinoamericana, según han afirmado Cortázar, Carlos Fuentes y García Márquez.
La poesía chilena, que nace de distintos y variados troncos, posee numerosas cabezas, cuerpos de alpinistas que no han cesado de escalar las montañas nevadas de la Cordillera de los Andes, o atravesar el océano Pacífico como buzos solitarios asfixiados, convertirse en ríos silentes, lagos, desiertos, y tan urbana como nosotros mismos, ciudadanos del Tercer Mundo y del siglo XXI, un cristal de acero inoxidable. De origen español (castellano), anglosajón y francés, alemán y de los inolvidables e imperdibles clásicos griegos, la poesía chilena busca su propio centro y se seguirá contaminando a sí misma, como todo lenguaje que aspira a ser verdadero, único, significar y comunicar.
Chile, una pobre capitanía al sur del Virreynato del Perú, país desértico, salino, marítimo, volcánico, de ricos y de productivos valles, con una geografía desmembrada y deslumbrante, lo primero que exportó fue su poesía, más que los vinos, y fue reconocido durante años por sus dos poetas laureados con el Nobel: Mistral y Neruda. No es una frase chauvinista, sino real. Después del 11 de septiembre de 1973, Chile exportó, deportó, poetas. Hoy algunos viven aún en Estados Unidos, México, Francia, Canadá, Suecia, Australia, Argentina, Panamá, entre otros lugares, donde vuelve a renacer una y otra vez la poesía.
Treinta y seis poetas integran la primera parte del libro, con su sal y pimienta, pequeña historia, reflejo de su poesía, su tránsito por Chile de alguna manera. Son poetas jugados en la palabra. La poesía es una obsesión dentro de la escritura y eso lo vi y viví, conversando con Lihn, Millán, Parra. La poesía se hace todos los días, no hay poeta de ocasión ni dominical. Es esencial el humor, la ironía en el retrato de cada uno de los poetas, porque se trata de ingredientes con tradición en la vida cotidiana de Chile y de sus propios poetas.


Contraportada de Los poetas de Chile, de Rolando Gabrielli.


Bajo el título “Vienen a robar el fuego”, dedicado a los que vienen llegando a la mesa de la poesía con sus manos untadas de espanto / pájaros / sueños locos / insomnes en la página en blanco. “Los días personales” forman un tercer capítulo de esta historia poética, con un extenso poema donde el autor se ubica y relata los acontecimientos después del 11 de septiembre de 1973. Los que se van, el que se queda: la primavera se acerca para ser degollada. Sigue la historia su curso en el zig zag volátil y sangriento de aquellos días y el poeta se pregunta: ¿La memoria del silencio es eterna? “Epitafio” es el siguiente paso de un carrusel cuyo trasfondo es la poesía de Chile, los días en que la República se fue barranco abajo, pero también un reconocimiento a poetas míticos desaparecidos prematuramente y que si bien forman parte del gran abanico y panorama de la poesía chilena, pudieron ser protagonistas que habrían enriquecido aun más la lírica nacional y del habla castellana. La poesía puso sus muertos antes y después de los tiempos. El “Corolario” de este viaje, reafirma que Los poetas de Chile nacen bajo las piedras en el siglo XX y retoma a los grandes volcanes, pero también fueron magos de pueblo chico / duendes de baquelita / adanes tal vez / porque desnudaron la palabra. Artesanos / fueron quizás / simples organilleros / con sus bombos / y platillos provincianos. El país ya había sido fundado por La Araucana.
El “Epílogo” que ocupa un lugar antes del fin de este libro, es un homenaje al editor argentino Armando Menedín, por esa maravillosa colección de poetas El viento en la llama, que dejó como legado a la poesía chilena, fin del mundo, donde vino a arrastrar su propio poncho la palabra. “Post Chile”, esa sección del poemario se inicia con un poema intitulado “Pregúntale al polvo”. No me crean / no me crean el Tata está vivo, así inicia ese bautismal, fantasmal, infernal poema sobre el “inmortal”, innombrable personaje que fracturó hasta el día de hoy la sociedad chilena. “Santiago del Nuevo Extremo” forma parte de este capítulo, pero sobre todo de la fundación de nuestros primeros pasos. La ciudad fue techo, sueño, santo y seña de la realidad. No más allá de la montaña, no más acá de uno mismo. “Santiago no existe. Es una historia muy larga atravesada en el sur. Un río mendigo y la montaña que hace marco del paisaje. Todo lo demás fue un tiempo para el miedo...”. Se suceden cinco viñetas sobre Chile, Santiago, Neruda y Pinochet, todas en cien palabras, un gesto de la memoria. “En defensa de la poesía” es el título de un poema de una sección que preside una serie de homenajes a poetas chilenos. Flama o flauta, los ratones hacen fiesta, con las palabras de la tribu. Los homenajes tienen todo lo de personal que deben tener y estos poemas no son una excepción, ni pretenden serlo. Homenajes referidos también a la poesía. Hágase el verso y la luz se hizo, Parra no deja descansar / a los dioses en su Olimpo. Sobre sus cenizas se construirá la nueva poesía. El poema respira libre / el aire / que la página en blanco / le concede / al lector. El gusano de la poesía sigue tejiendo el poema. Finalmente, el libro se cierra con “El lado oscuro”. Poesía, poesía y Los poetas de Chile concluyen con el poema “Mi historia”, de quien escribió el libro.
Las solapas muchas veces hablan. La de la izquierda, subraya que Los poetas de Chile “es un libro sin entrada, ni salida”. La solapa derecha aclara que es un pulso con las lecturas pasadas y futuras, Santiago, los días personales, con los que no conoce el poeta y vienen. La poesía es lo que llevamos puesto, un cuerpo contaminado.

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Imagen y espectáculo




IMAGEN Y ESPECTÁCULO
Por Guillermo Rivera


1. Observo, en el periódico, la foto de Anacleto Angelini. Delante de una estantería con gruesos y empastados tomos de historia y jurisprudencia aparece de pie con un libro abierto en sus manos como queriendo compartir con nosotros el brillo de algo. Viste un terno azul, camisa blanca, corbata también azul con listas de color gris perla. Su rostro de setenta años o más parece saludable bajo una mirada comprensiva y aguda. Se trata de uno de los magnates de Chile, del grupo de los hombres poderosos, quien ha hecho una de las fortunas más grandes de este país.
La fotografía, sin embargo, es de duelo. Y por lo mismo, ese aspecto estudiado, ese bajo perfil, esa austeridad que se corona en el valor de la palabra empeñada y la defensa de la propiedad privada y el orden público.

2. ¿Quién puede creer esto? ¿Quién puede creer que bajo ese aspecto estudiado de la imagen hay un hombre afable interesado en el bienestar del país? ¿Qué es lo que nos oculta esa fotografía y de qué intenta persuadirnos? Recordemos que ya en la Ámsterdam de Rembrandt, el millonario Elías Tripp se veía a sí mismo como pilar de la sociedad protestante: un traficante de armas chapado a la antigua que cada domingo asistía a la iglesia a escuchar predicas.

3. Sabemos que en la sociedad del espectáculo el mundo sensible se encuentra reemplazado por una selección de imágenes que existe por encima de él. Del mismo modo sabemos que Santiago se ha convertido en una ciudad de corporaciones, en un panal de abejas del capitalismo, regido no desde palacios o fundos, sino desde salas de directorios. Lo cual a la pregunta sobre que es lo que desean estos modelos corporativos podemos agregar el cómo quieren ser vistos.
Quieren un despliegue de decencia y sobriedad. Una mirada que los proyecte al futuro, pues saben de antemano cual es la máscara del día. O por lo menos fotografías y reseñas que los muestren como ciudadanos sin antifaces para el mundo. Son sus grandes gestos a ras de piso, esas propuestas que los impulsan y consuelan como una nueva clase: el inversionista como héroe.
Hombres sofisticados y ambiciosos que van más allá de su necesidad y ante cuyas miradas la sofisticación es mucho más importante que los bosques o la piedad.

4. Así el mundo que el espectáculo nos hace ver es el mundo de la mercancía o a sus porta estandartes dominando todo lo que se vive y alcanzando la ocupación total de la vida social. Al tanto que la relación con la mercancía no sólo es visible sino que es lo único visible.
Entonces se resignifica el país como escenario. Como expresión de nuestra cultura y nuestra psiquis, en una eterna tensión entre apariencia y realidad, y que en términos históricos tiene un precio muy alto. El de una sociedad que va conformando su espacio público basado en la agresión y el fraude.

5. El movimiento de las imágenes, su rasgo ambivalente, equivale al distanciamiento de los hombres entre sí. Y tal como en la fotografía de Angelini su objetivo es que se acepte la identificación entre bienes y mercancía, y, de paso, grandiosas historias que desean básicamente dos cosas: por un lado, las historias deberían decir que son hombres ricos; por otro, que son hombres simples. Jamás detenerse en quiénes realmente son, en quiénes realmente han sido.

6. En estos simulacros moderados, antihistóricos, severamente clásicos, se evade el comportamiento frente al dolor de los demás. Arraigado en nuestra propia historia es la memoria lo que vincula el dolor al sacrificio. Pero esta visión no puede ser más ajena a la sociedad de las imágenes espectaculares. La cual tiene al sufrimiento por un error, por un accidente, ya que desde el punto de vista del espectáculo una mutilación resulta más entretenida que sobrecogedora.

7. Podemos decir entonces que en este tipo de representación – la representación del mercado como espectáculo- se vive la fantasía del progreso y de patéticos sueños de aspirantes a consumidores. La ilusión de una nueva utopía realizándose al margen del conocimiento.



* (Las referencias sobre la Sociedad del Espectáculo vienen básicamente de la lectura de Guy Debord).


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