jueves, 12 de mayo de 2011

Oscar Castro (Rancagua 1910-1947-Santiago). Poeta chileno..

Descubrimiento de América

A Raúl González Labbé
Habría que empezar de nuevo.
Partir de la raíz del indio.
Ir al origen puro sin conceptos ya hechos.
Sólo así encontraremos la América no descubierta,
la América del vientre claro y los jocundos pechos,
la América con su propio idioma cantador,
galopando su libertad de yegua joven bajo cielo.

Tenemos cuatro siglos de invasiones.
No sabemos usar nuestros ojos.
Pies extraños caminan por nuestras heredades.
Extranjeras palabras definen gestos nuestros.
Oro, cobre y sudor americanos
-amalgama de gritos y protestas-
surcan el mar en barcos de incomprensibles nombres.

América. Digo: la América de los bananos,
y los cafetales, y las caucheras y los minerales.
La América que pare abundancia.
La América de los grandes ríos y las montañas grandes.
El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo.
La tierra en que mis hermanos los parias tienen hambre.
La América, si, la América quo no necesita nodrizas,
porque bebe leche de cielo en la cumbre del Aconcagua.

No la escolar América sabida por los mapas:
tierra tatuada de nombres y colores,
partida en Panamá por un canal de fierro
y comida en el Sur por los hielos australes,
sino ésta otra, ésta que nace
en el pétreo filo de los Andes
y cae como un poncho verde a dos mares azules.
Esta que va en mi canto americano,
resonando en el galope del charro,
del huaso, del llanero, del indio y del gaucho.
Esta que va en la espalda del cargador de muelles,
y en la espuela grandona, y en el sombrero floreado,
y en la ojota besada por aguas y tierras,
y en el olor del mate amargo,
y en el lamento de la quena y la trutruca,
y en el aroma de la piña madura,
y en el maíz que ríe con risa de sátiro,
y en el coco y la jícara que recibe su jugo.
Esa es la América, hermanos.

Es pura la mañana. Cantan los pájaros.
Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago.
Vamos a descubrir la América nuestra.
El día agita sus banderas anchas.
Es hora de partir y amanecer.
Partamos.
Remordimiento
Casa de mi compadre Rosendo Montes,
donde hasta el viento baila de punta y taco
donde el día se pone faja de flores
y se le ve a la luna blanco de refajo.
Casa de mi compadre, donde las hembras
cantan que “la esperanza nunca se pierde”.
Allí ríen los vinos, trina la espuela
y hasta el sauce es un huaso de poncho verde.
Quinta de mi compadre, donde la higuera
tiene una estera fresca sobre los suelos
 y su fronda se ensancha como una  clueca
que empollara canciones y juramentos.
Yo he alojado en la casa de mi compadre
cuando el universo llega  topeando quinchas
y el trueno se derrumba desde los Andes
como un potro que rompe riendas y cinchas.
Y he besado una boca bajo su techo,
boca roja de vinos y de tonadas,
sin saber en la sombra cuál era el pecho
ni cual la carne tibia que se me daba.
Y he partido en el alba como un bandido,
cuando clava el lucero su fría espuela,
con el alma llagada por un cuchillo
implacable y desnudo de la vergüenza.
Casa de mi compadre Rosendo Montes,
no volveré a bajarme frente a tu vara,
porque me acusaron dos ojos de hombre,
y los ojos castaños de mi ahijada.



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