martes, 2 de noviembre de 2010

Consideraciones eróticas



CONSIDERACIONES EROTICAS.
por Cristián Vila Riquelme

Recomiendo encarecidamente sumergirse en las tórridas y turbulentas páginas de la literatura erótica: en las obras maestras del siglo XVIII, como en algunas posteriores y anteriores (valga la redundancia). Y no sólo por las conclusiones ex cathedra, cuyas proyecciones son fascinantes en estos tiempos, sino por el puro placer del verbo. Puesto que cabe destacar que en casi todas las novelas libertinas francesas del siglo XVIII existe un verbo con muchas implicaciones: socratizar. Cuando se describe alguna escena de sodomización se utiliza dicho verbo con un brío pocas veces demostrado en algún manual de filosofía o de lingüística que, eventualmente, pudiera utilizarlo. La filosofía o la enseñanza, en este caso, se inocula por canales poco ortodoxos. Por cierto, hay algunos que "en la realidad" cometen el crimen sin decir la palabra filosófica adecuada. Pero, en general, el humor de los escritos de marras consiste en que toda una concepción moral hipócrita, enrejada en la dicotomía de lo público y de lo privado, de la real politik y los principios, es echada por tierra. El desenfreno encuentra entusiastas seguidores hasta en los templos de la virtud.
Pero lo notable de esta palabrita, socratizar, es que viene del nombre de Sócrates, quien, como todo el mundo sabe, no se contentaba solamente del tan manido "amor platónico". En aquellas épocas pasadas, la acción contenida en el verbo que homenajea a nuestro filósofo mártir no era considerada bajo ningún punto de vista como algo impropio, y si bien se ha tratado de hacer aparecer en algunos círculos la acusación hecha a Sócrates como algo que insinúa una "desviación", la verdad es que dicha acusación le fue hecha claramente por otras razones. A menos que dichas razones no hayan sido tales y que una "desviación" oculta fuese el acto fundacional de nuestra civilizada hipocresía.
Ahora bien, lo interesante es considerar que la civilización occidental surge, lisa y llanamente, no sólo de la antigua Grecia, sino que del filósofo al cual los libertinos del siglo XVIII le verbalizaron el nombre. Civilización ésta, la de Occidente, a la que los inquisidores de siempre defienden hoy día contra la "decadencia moral" y la polución de la diferencia, en nombre de la "moral objetiva" y de las "buenas costumbres"... Pero nuestros libertinos del '700 abrieron la brecha por donde los flujos del cuerpo y de la imaginación desbordaron los límites impuestos a nuestros "instintos básicos" por una realidad y una razón que suelen caer, también, en el terreno de la invención. La descripción detallada del erotismo y de todas las voluptuosidades de la carne -aunque fluctuante entre la admiración impúdica y el horror moral, entre la complacencia y la denuncia-, coincide siempre en considerar al cuerpo como un templo al que hay que alimentar con todo tipo de manjares y libaciones refinadas, para que así recupere las fuerzas perdidas en los pliegues y despliegues del exceso que, como se sabe, conduce al palacio de la sabiduría. Estableciendo una equivalencia absoluta entre los placeres de la buena mesa con los placeres del sexo. Mirabeau, por ejemplo, en su Erotika Biblion, hace el catálogo de todas las variantes del placer, "disolutas" o no, con el objetivo de "invertir los valores" hasta ahora aceptados: con la noción de pecado, por ejemplo, que es una invención de la vulgata, puesto que la acepción original (hatta en hebreo) quiere decir "no conseguir el objetivo", "no dar en el blanco", "errar el tiro".
Consideremos, entonces, para terminar, que lo extraordinario de estas novelas libertinas es que nos enseñan que la imaginación y el deseo nos llevarán siempre al placer de "dar en el blanco". Como dijo alguien por ahí: "Cuando el cuerpo está encerrado, el espíritu se venga".


editor

3 comentarios:

  1. que pena de consideraciones pusilanimidades sobre textos tan excelsos, mejor tan solo señalar las obras y dejar de decir simplesas.

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  2. que pena de consideraciones pusilanimidades sobre textos tan excelsos, mejor tan solo señalar las obras y dejar de decir simplesas.

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  3. Recuerdo cuando en mí juventud leí clásicos como Garganta y Pantagruel, el Decameron, los Cuentos de Canterbury y las excelsas Mil y Una Noches. ¡Cuántas perlas del más puro humor erótico se pueden hallar en esos textos, añejos como un buen vino!

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