martes, 2 de noviembre de 2010

Tras el abandono del poema




TRAS EL ABANDONO DEL POEMA
Sergio Madrid Sielfeld

La búsqueda de la poesía no tiene límites. Incluso cuando quiere abandonar el poema, la poesía persiste en formas de las más insospechadas por el vulgo. Un poeta español definía la poesía como “la verdad del arte”. Si entendemos la ‘verdad’ como los griegos entendían la aleteia, es decir, como “desocultamiento”, podríamos afirmar que la poesía es lo que el arte desoculta. Es en este sentido que en el mundo contemporáneo hablar de poesía y de arte es indistinto. Por supuesto, el abandono del poema trae consigo una serie de complejidades que la definición de Félix de Azúa no alcanza.
Uno de los problemas del arte contemporáneo no consiste tan solo en salir de las formas clásicas, sino en salir del museo. El arte quiere salir, en rigor, de la esfera ideológica en la que se ve constreñido, y busca formas de reapropiarse de la naturaleza, de la realidad y de la ciencia. Es decir, quiere transformarse en un dispositivo irreductible ante todas las formas de enajenación de nuestra época, entendida ésta de las más diversas maneras. No quiere ser el resultado de la división del trabajo, ni de la actividad especializada, sino enriquecer el centro real de toda la actividad humana: la vida cotidiana así como la define Henri Lefevre, es decir, como el resultado de una resta paradigmática: lo que queda si a las actividades humanas le restamos toda actividad especializada. Ese resultado es la vida cotidiana que, como podemos ver, es bastante pobre. Presenciamos pues una vida cotidiana colonizada por los intereses del mundo burgués. El arte contemporáneo, en su afán de salirse de esa esfera ideológica, no quiere ya reconocerse como una actividad especializada, ni convertirse en fetiche, sino en Realidad.
Una de esas búsquedas de reapropiación de la vida, tiene como centro el nomadismo, fenómeno que, si se observa con detenimiento, participa de todas las actividades artísticas contemporáneas. Uno puede observar títulos como On the Road, de los beats, o el nomadismo urbano de Nadja, así como esas caminatas que realiza Horacio Oliveira en París con el fin de encontrarse al azar con La Maga. Como dice Debord: “A derrumbar el mundo no lo aprendimos en los libros, sino vagando”. El nomadismo, si bien se identifica con el viaje y con la naturaleza originaria del homo-sapiens, es al mismo tiempo oposición al turismo, que no es más que un paseo dirigido desde afuera, y que carece del don de intervención que es propio del nómada primitivo, que hace suyo el territorio al levantar, por ejemplo, el menhir, y al convertir la caminata en un cromlech, en una totalidad. Como fuere, es esa capacidad de intervención, propia del nomadismo, la que hace del arte contemporáneo deudor del imperativo que dice que no se debe dejar palo en pie. El arte, y la poesía, ya no son ingenuos.
Es así como surgen nuevas maneras de hacer arte. Me referiré básicamente a dos prácticas surgidas en los 60’: la intervención urbana, y el Land-Art. La primera surge de un nomadismo urbano, que pretende, como se dice, invertir lo invertido, o desenmascarar el carácter ideológico del urbanismo, con el fin de liberar la vida cotidiana (o real). No deja de ser notable que uno de los exponentes más importantes de esta práctica, a nivel mundial, sea chileno. Me refiero a Alfredo Jaar, que no hace mucho hizo una muestra de sus obras más importantes, si bien de una manera descontextualizada, en el edificio de la Telefónica en Santiago. Sus obras son sumamente críticas con relación a la enajenación humana. Consecuentemente, las intervenciones suelen ejercer una cierta interrupción en el transcurrir propio de nuestras ciudades, reutilizando de manera híbrida todas las formas artísticas tradicionales, según convenga. Lo curioso consiste en que este desplazamiento de la concepción del arte como obra, a una noción del arte como acción, está lejos de alejarse de la poesía. Por el contrario, elabora una poesía que va al encuentro del mundo real, con el fin de modificarlo en función de una vida mejor. Por su parte, el Land-Art, surge de un nomadismo circunscrito al paisaje no urbano, o natural. Su belleza tiene generalmente como fundamento la huella del caminar como práctica estética, acercándose más al reencuentro con el acogimiento que nos otorga el paisaje, que al enfrentamiento ideológico. Sin embargo, la pregunta del Land-Art al paisaje (Land-Scape) está teñida de la vida urbana, al punto que las obras de este rubro, como en el caso del monumental Muelle en Espiral de Robert Smithson, suelen realizarse en una considerable lejanía respecto de todo centro urbano. Esta lejanía es conciente. Tales obras, que por lo demás suelen ser efímeras, llegan a nuestra percepción casi sin excepción por medio del registro técnico (reproductibilidad técnica, diría Benjamin), es decir, como una pérdida de aura (asunto sobre el cual habría mucho que decir).
La potencia liberadora y transformadora que tiene el arte con respecto al hombre y la vida cotidiana, halla en estas tendencias una nueva manera de realizar la poesía en la vida, y con ello, irónicamente una nueva manera de estrellarse contra la poderosa ideología del mercado, es decir, una nueva manera de fracasar. Pero, si sirve de consuelo, sólo hay fracaso en la realización.



editor

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