jueves, 4 de noviembre de 2010

Después del norte de Chile, al sur, este u oeste del mundo


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SOBRE BALLENAS Y UN LIBRO


SOBRE BALLENAS Y UN LIBRO
Escribe Carlos Amador Marchant


No fue ayer sino hoy que caminé por la orilla del océano, por encima de roquedales, entremedio de algas. La idea era clara y sencilla: en la mente retornar a la vida a las miles de ballenas “asesinadas” por la mano del hombre.
Esto, además, porque me encontré en mi desordenada biblioteca con un libro editado hace bastante tiempo (1992) por la Colección Centenario. Se trata de “Mundo del fin del mundo”, del chileno Luis Sepúlveda (1949).
En el prólogo de esta obra, el Premio Nacional de Literatura Francisco Coloane expone que la misma “involucra seriedad y bello tratamiento del problema ecológico y preservación del medio ambiente, más ahora que los países se reúnen para ponerse de acuerdo en un Tratado Antártico que proteja la naturaleza de esa zona del mundo, prohibiendo las prospecciones mineras durante cincuenta años”.
El libro en cuestión fue escrito por Sepúlveda en 1989 y es el cuarto texto que editaba por la época este chileno que hoy por hoy es catalogado como uno de los excelentes narradores de habla castellana.
Impacta en esta obra el amplio conocimiento del autor sobre los mares australes, la descripción y el detalle de aquellos parajes inhóspitos y la cruda realidad que en estos días se sigue viviendo sobre el exterminio sistemático de la ballena.
Sepúlveda, al mismo tiempo, militó en Greenpeace en la década del 80, lo que le valió participar en varias campañas en favor de esta especie.
El autor en este trabajo deja en evidencia las maniobras de buques que desobedecen las leyes marítimas y la forma más cruel y estilos de avasallar a estos cetáceos. Pero no sólo esto, también trae al presente un pasado tétrico, graficando la diabólica mano de extranjeros que poblaron las zonas australes, aquellos colonos que mataron a mansalva de ser condenados, a onas, yaganes, alacalufes.
Pensando precisamente en el tema de las ballenas, salí un fin de semana a la localidad de Quintay en la Quinta Región de Chile. La idea era estar parado en los cimientos, ahora transformados en museo, de la ballenera que existió allí hasta el año 1967.
Se trata de un museo en ciernes y que es visitado por turistas que quieren saber un poco más de esa historia triste en el camino de los hombres.
La ballenera de Quintay fue construida por la empresa Indus en 1947 y viene siendo una de las más grandes que operó a lo largo del territorio. Se trató de un trabajo minucioso y riguroso en donde participaron mineros de la localidad de Los Andes en el relleno y la unificación de algunos islotes. Después de cerrar sus puertas, en el año 1967, una vez que Chile firma el tratado que prohibía el exterminio del cetáceo, tras 43 años, aún podemos ver las manchas de sangre en las rocas, sangre ahora transformada en cúmulos negros que quedarán eternos.
Pues bien, este libro de Luis Sepúlveda, me indujo, me provocó, por su temática, el deseo de caminar por todos los rincones de esa ballenera, por aquellas construcciones de cemento duro donde circulaban más de 700 hombres en diversas jornadas, y que permitía que ésta no apagara sus luces durante las 24 horas del día.
Caminé por las bodegas amplias e imaginé aquellas escenas desgarradoras por donde circulaba la sangre como río. Está todo intacto, sólo que un poco más allá comienzan a instalarse otras dependencias para asuntos de investigaciones. Cuentan quienes vivieron la época, quienes trabajaron en esas faenas, que el olor en Quintay era nauseabundo, inaguantable, producto de las ballenas que flotaban en la rada esperando ser ingresadas para el proceso de descuartizamiento.
Frente a este mismo reducto navegaban por ese entonces alrededor de ocho embarcaciones que perseguían y ubicaban a estos mamíferos hasta atraparlos. Usaban arpones unidos a cañones. Cuando el arpón se introducía en el cuerpo del cetáceo, reventaba una especie de granada que lo mataba instantáneamente.
Cada uno de estos barcos tenía autorización para cazar 16 ballenas diarias, alcanzando en los mejores tiempos, una cantidad de 30 especies capturadas y faenadas. El modo de matarlas era impresionante y a la vez escalofriante.
Cuando el cetáceo estaba muerto, mediante tubos le inyectaban aire comprimido para que lograra flotar en las aguas hasta ser transportado al vergonzoso reducto de la sangre.
Llegaban a ser tantas las especies muertas que flotaban en el mar, que el hedor se impregnaba en todos los rincones de la bahía. Esto mismo me recuerda al Iquique de la década del 60, con la putrefacción impregnada en los ropajes las 24 horas del día, donde las mujeres, incluso, no podían sentirse mujeres por la hediondez a pescados descompuestos, producto de las industrias de ese rubro.
La caleta de pescadores de Quintay no creció mucho mientras se explotaba este producto, puesto que la mano de obra escasamente llegó a sus moradores.
Muy por el contrario, la mano del hombre, la depredación y la inconsciencia, estuvo a punto de exterminar el recurso ballena. Hoy, mediante tratados internacionales se busca recuperar la especie. Pero es una tarea larga, debido a que los residuos industriales que llegan al mar disminuyen su fertilidad.
De acuerdo a algunas investigaciones, el producto ballena del cual se podía hacer una serie de derivados, ha sido sustituido por un arbusto proveniente de México.
Al paso del tiempo, por otra parte, desde hace unos ocho años, tímidamente comienzan a verse parejas de ballenas por las costas de Quintay.
Miran desde lejos. Observan, parecen observar el reducto de los lamentos, como recordando lo que vivieron sus antecesoras.
Es todo ahora un panorama distinto. Hay un mar limpio. Pero quedan los recuerdos.
Y precisamente el libro de Luis Sepúlveda, hizo ponernos en alerta para que estas atrocidades no sigan ocurriendo en las costas del mundo.



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El gallo y las miserias que se impregnan con el coronel


El gallo y las miserias que se impregnan con el coronel
Escribe Carlos Amador Marchant


Es precisamente la ascesis la que aflora en los momentos más desesperantes o desesperanzadores, cuando se aproxima algo que no estaba en tu libreto, cuando estás frente al precipicio; sencillamente cuando las puertas se cierran en tus narices mil veces y lo que se ve a la distancia no es más que barro, piedras, o sequedad de la sequedad, seca, y con mayúscula, en el mismo desierto.
No puedo creer que un libro escrito cuando yo apenas cumplía dos años de edad, fechado en Paris en 1957, y que he tenido en mi poder y hojeado por más de cinco veces, me vuelva a remecer hasta las vísceras.
Y es que esto tiene calidad de repetición. ¿Acaso la vida no es circunvolución?. Los padecimientos actuales del hombre han de ser, por cierto, los padecimientos del pasado, sin siquiera, incluso, guardar las proporciones. Hablamos del mismo tema, con el mismo lenguaje, porque la palabra real es la misma de siempre: “padecimiento”.
Permítanme, antes de continuar, entrar a una breve reflexión: “En estos momentos que Chile celebra su fiesta patria (sin s) con el llamado ahora bicentenario, a quienes no están o se sienten alejados del padecimiento de la cesantía, la hambruna y la usurpación, habrá que recordarles que hay otros que sí la están sufriendo y, por respeto a ellos, se deberá pensar que la verdadera “celebración” tendrá que ser cuando en este largo y angosto planeta chilensis se acabe, definitivamente, la hipocresía, el robo, la mentira”.
Vuelvo a mi redil temático.
Gabriel García Márquez cuando culminó “El coronel no tiene quien le escriba” estaba en Paris como corresponsal de prensa. Eran los años de penurias para el Nobel, el infortunio de ser rechazado primariamente en varias editoras. Pero hablar de él es llenar páginas y páginas. Ya todos quienes han seguido la obra de este prolífico autor colombiano, sabrán al mismo tiempo de sus logros a temprana edad y los miles y miles de libros vendidos una vez que logra el reconocimiento pleno.
Me preocupa, en cambio, el tema del gallo. Este gallo que viene siendo el símbolo más bien de la “esperanza” casi irreal y vergonzosa en la que caemos los hombres cuando vemos trancas y candados en todos los sitios. La imagen, esta misma, que al paso de muchos años, cuando ya han transitado demasiadas aguas por debajo de los puentes, se agiganta más y se analiza luego en su contexto.
Me interesa, repito, el tema del gallo.
García Márquez, vivió luego del matrimonio de sus padres, varios años junto a sus abuelos maternos. De ahí se fue gestando mucha influencia de vida, temas, costumbres, que irían fortaleciendo su trabajo creativo hasta hacerlo poderoso.
Pero he citado dos veces al gallo, y es precisamente a éste al que veo en todas las ocasiones en que he leído este libro, amarrada una de sus patas a los maderos de una silla. La pobreza asfixiante, la vejez que se mete a raudales en el cuerpo del coronel y de su mujer asmática. El no tener nada para alimentarse y vivir pensando en ilusiones vanas, esperando una carta, una miserable carta que anuncie el paso definitivo a una pensión prometida y pisoteada en el tiempo. Y los años que van pasando junto al deterioro de una casa humilde, el no tener ya nada que vender porque se ha vendido todo.
Hace unas semanas, dialogando con un poeta de la zona, le manifesté que, curiosamente, al margen de haber vivido muchas miserias junto a mi pueblo nortino, con sus banderas negras de cesantía en la segunda mitad del siglo veinte, donde en más de una ocasión usamos (todos) aquellos zapatos de plásticos negros que dejaban unas manchas horrendas en la piel, me cuesta hacer (le dije) narrativa respecto a este tema que no se traduzca, finalmente, en risotadas constantes. Le seguí comentando los pormenores donde en más de tres ocasiones me tocó atravesar el desierto con esos mismísimos zapatos, y que al caminar más de tres kilómetros sobre peñascos, piedrecillas, tierra seca y sol quemante, los endiablados se iban derritiendo haciendo incrustar las piedras a la planta de los pies. Maldije por largos años al inventor de esos calzados miserables que, además, dejaban un hedor inaguantable al sacárselos. Ni hablar de los profesores de la época que llegaban a sus salas de clases luciendo camisas arrugadas y cuellos casi rotos. El más pobre usaba pantalones de una tela que a leguas denotaba ser de pésima calidad, arrugados en los costados del trasero y con unas bolsas deplorables en la parte de los testículos. Por esos años era la moda o la imposición por la miseria, comprar un octavo de aceite, un paquetito más pequeño que una mano, de azúcar. Es decir, las monedas escasas no permitían las opulencias. Finalmente, con cara de interrogación, le dije al poeta (pícaramente) que si era normal reírse tardíamente de la miseria sufrida, o si realmente estaba volcado a lo psiquiátrico. El hombre me miró desde la distancia del comedor, no me dijo nada, pero lanzó una furibunda carcajada que al final compartimos.
García Márquez narra muy bien la pobreza, pero no sólo ésta, sino la que está unida al abandono, a la humillación.
El gallo, el famoso gallo, me sigue penando en esa ínfima obra.
En la televisión chilena vemos otro tipo de pobreza casi unida al estrago. Desde programas conducidos por abogadas y en donde las querellantes llegan hasta a agarrarse a combo limpio frente a los televidentes, con palabras y palabrotas inaguantables. Aquí vemos asuntos de herencias mínimas, indecorosas, mujeres con problemas de alcoholismo, otras metidas en el vicio de los juegos de dinero que pululan en los almacenes de barrios, jóvenes, jovencitas embarazadas en dos o tres ocasiones.
Hay otros espacios en la televisión donde muestran a policías uniformados haciendo redadas en las poblaciones. Imágenes patéticas de violencia entre vecinos de un mismo sector. Ayer veíamos a tres mujeres enfurecidas como tigres tratando de golpear a otra en plena calle. Nunca se sabe cuáles son los motivos, porque a veces no delatan. Pero me pregunto si esas mujeres, o esos hombres (cualquiera sea el caso), ¿pueden volver luego a sus sitios donde habitan, donde impera la ley del más fuerte?.
Gabriel García Márquez, en cambio, muestra esta otra miseria, la miseria pasiva, la hambruna pasiva, donde se confunde la desesperación del no tener nada para alimentarse, del no saber de dónde saldrá un misérrimo billete que permita comprar algo para el estómago, del tratar de vender algo, los trastos que te quedan en la casa y nadie compra. Donde se entrelaza el orgullo a que la gente no se percate que estás en ruina, donde los días no son días porque se escapan como agua de las manos, donde los años ya no son años, sino puñados de nada esperando un aviso de pensión que nunca llega.
Tenía dos años cuando lo escribió el Nobel colombiano. Sigo pensando que los creadores natos conocen de la vida y la transmiten con elocuencia a sus lectores. Yo veo, percibo acá la desesperación, la pasividad de una mujer capaz de esperar por más de treinta lustros que se produzca un milagro, el milagro que nunca llega desde alguien que ya ha envejecido, que no tiene fuerzas para sortear la vida. Queda, entonces, nada más que aferrarse a la mentira piadosa o a un salvataje del santo padre que nunca aparece.
Pues bien, como la pensión es nebulosa, queda este otro milagro del gallo, de nuevo el gallo, el que podría ganar una pelea en un mes más, el que podría dar la posibilidad de alimentarse por tres años con el dinero de los apostadores. Y frente a este panorama, donde ya no se puede seguir pensando en que llegará la maldita carta, el gallo, el gallo, el pobre gallo, viene siendo la última esperanza. Pero la mujer, la aguantadora, la pasiva, la vehemente a veces, la que ve más allá de los allá, se levanta en el momento preciso para dejar las cosas claras sobre la mesa y pregunta:
”No se te ha ocurrido que el gallo pueda perder.
-Es un gallo que no puede perder.
-Pero suponte que pierda.
-Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso- dijo el coronel.
La mujer se desesperó.
-Y mientras tanto qué comemos- preguntó y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía.
-Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años, los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto, para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder:
-MIERDA. “

Veo, como dije anteriormente, la miseria aquí en todas sus formas. Pasarán muchos años, de nuevo, para volver a retomar esta obra y sentir lo mismo que siento hoy. Sólo que para ese tiempo nunca se sabe si uno seguirá estando en este mundo


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La mano de Carlos Henrickson Villarroel


La mano de Carlos Henrickson Villarroel
Entrevista de Carlos Amador Marchant

Henrickson nació en Santiago en 1974. Entre sus publicaciones destacamos: Ardiendo (poemas, Ed. Etcétera, Concepción, 1991), Y si vieras la Mañana (cuentos y poemas, Sergio Ramón Fuentealba y Cecilia Zúñiga Editores, Concepción, 1998), Aviso desde Lota (poema-tríptico, NeaVista Ed., Concepción, 1998), En Tiempos como éstos (cuentos, Ed. Gobierno Regional de Valparaíso, Valparaíso, 2002), An Old Blues Songbook (poemas, Ed. Del Temple, Santiago, 2006), Ajuste de Cuentas - Jaunesse, 1 (poemas, Ed. Alquimia, Santiago, 2007).
Participó en el cortometraje "Poetas contra Gutenberg", de Ricardo Mahnke (1998). Tiene en preparación: La Orilla Inquieta. 36 Poetas de la Región de Valparaíso (en calidad de antologador), Juguetes (novela). Su obra narrativa, poesía y crítica aparecen en distintas publicaciones de alcance nacional e internacional.

Naciste en Santiago y pasas escasamente los treinta años. Al mismo tiempo viajas por diferentes lugares…¿te consideras patiperro de la literatura?…

La verdad es que mi forma de relacionarme con los lugares no es exactamente la del patiperro. El “patiperro” chileno implica una forma de recorrer el mundo sacando las mayores ventajas posibles y haciendo cualquier cosa por aprovecharse; y ésa no es mi mentalidad. Si bien mi crianza en Concepción tiene mucho de accidente, visto en perspectiva, mi relación con Valparaíso y Santiago, por ejemplo, no es la del que pasa “a lo patiperro”, sino la del que inventa una raíz con el suelo, en caso que no la tenga: eso es parte de cierta disciplina de ánimo, consustancial con el trabajo literario honesto. El trabajo literario honesto no está de moda, y en eso uno queda demodé, pero eso es preferible a, por ejemplo, esos provocadores de bajo calibre que quieren ser aplaudidos con gestos de quiltro. Como cuando el quiltro en la noche ladra a la gente que se cruza con uno, para quedar bien; cuando en realidad da risa. Aunque hay a quien le gustan los quiltros, especialmente cuando ensucian el suelo que pisan.

Cuento y poesía publicada…y mucha lectura, lo corroboran los que te escuchan en temas serios….¿Has pensado dedicarte a la crítica literaria?

Bueno, es una de las “pegas”. Es algo que efectivamente hace muchísima falta, y en esto no me refiero precisamente a comentar las “sandías caladas” de los grandes sellos literarios –para eso hay otros, que más encima tienen comisiones importantes por el trabajo de citar veinte autores norteamericanos para después llegar al nombre de Germán Marín, el sanantonino Mellado o algún otro “outsider” (nótese la cursiva y las comillas), y después darse ínfulas de crítico “independiente” cuando le pagan hasta de la municipalidad. A lo que me refiero es, por ejemplo, que a un breve vistazo se puede ver que, por calidad y cantidad, estamos en una Edad de Plata de la poesía joven chilena, tan sólo capaz de ponerse en referencia con los primeros 30 años del siglo XX (los que efectivamente fueron la Edad de Oro). Y de eso hay que hacerse cargo. Así como de superar categorías inútiles y autores que corren el riesgo de olvidarse por las “estrellitas” y la omnipotencia del entorno santiaguino. Ya empecé en eso, y pienso seguirlo: probablemente el poder pararme frente al poder y a los entornos locales como quien siempre viene de afuera, es una posición ideal para ver más claro. Cuando uno se la pasa encima de las cosas, uno se queda con lo que ve. Y de ahí la flojera, el sedentarismo, la obesidad intelectual con la grasa hasta en las pupilas, la ruina de una de las principales cualidades que debe tener alguien que quiera ver las escrituras en su actualidad: la fluidez y el asombro.

Y en el mismo contexto…más allá de los poderes…ayer Alone…en las últimas décadas Valente…¿qué opinión te merecen quienes se dedican a la crítica en estos días?

Una lamentable falta de capacidad de asombro. Hay unas cuantas excepciones, claro –pienso en Grínor Rojo, cuando está de buenas, o Felipe Ruiz, entre los jóvenes, que en lo del asombro es casi excesivo. Pero sin un mínimo mercado editorial o entorno cultural, qué se puede hacer. Chile es un país miserable, entre otras cosas, en esto. Una de las misiones de mi generación es formar un aparato crítico a la medida de las expresiones poéticas que están por tomar su lugar en el horizonte nacional: y en eso estamos. Por mí pienso en que el impresionismo de Alone vendría muy bien después de toda la palabrería de los 90 –esas críticas que se escribían para que no se entendiera lo que se estaba diciendo, esa suerte de estructuralismo fascistoide que todavía le gusta a un par de personas, pero que a estas alturas son para reírse (si no le meten cuatro garabatos y un insulto ya no les sale). Hasta el contrabandista siniestro de cruces de Valente les podría poner el pie encima en lo que se refiere a honestidad intelectual, y eso sí que es harto decir.

¿Qué falta en Chile para que haya una mejor clasificación de los buenos creadores?....consideras realidad eso de observar mucha basura que vende…

¿Pero desde qué punto de vista? La gente lee lo que quiere leer. En muchos sentidos el oficio literario tiene un mandato de mantenerse, y su estrella baja y sube según los años. Que la ministra Urrutia lea Harry Potter... da lo mismo. El libro va a la mano que le corresponde, y las políticas públicas de cultura no tienen nada que hacer con eso. Son dinámicas que la verdadera literatura sigue, y que no tienen nada que ver con el mercado. Me consta el peso de la experiencia de la persona fuera del mundo literario que asiste a una lectura, y algo cambia, hay una suerte de incentivos emocionales que se despiertan. Porque, ¿qué quieren esos payasos “críticos” que están apareciendo por Valparaíso al desvirtuar la importancia de la lectura literaria pública? ¿qué quiere la “crítica cultural” de pasquines como Ciudad Invisible al asumir que el escritor tiene que quedarse callado y en su casa para demostrar su condición? ¿No es acaso la peor forma de criptofascismo posible, con el fin de que sean ellos los que ocupen el escenario, para que les tiren moneditas del público? Bueno, hay un par de personajes que no son escritores que les prestan ropa, y están muy cerca del sol del poder. Creo, de hecho, que en la polémica pasada con una patota de delincuentes verbales, lo que se evitó fue un reconocimiento oficial ascendiente a esta gente. La humillación de un par de ceremonias municipales con que los burócratas pudieran seguir escupiendo a la cara a los creadores de Valparaíso. Por lo menos, ya Mellado no se ganó el Municipal de Literatura (ja-ja, eso es broma), y Ciudad Invisible quedó desenmascarada como plataforma de poder oficializada. Si hay algo que falta para poner las cosas en su lugar, son cojones. Hablar de frente. Y la clasificación la hace el tiempo, que es maestro más sabio.


¿Qué destino ves en las generaciones actuales de la poesía chilena?

La Edad de Plata. En todo Chile hay un ambiente de absoluta variedad e intensidad de discursos. Las actuales son generaciones que no vienen con el “chip” del poder por el poder, y que son capaces de articularse continuamente y polemizar en forma clara, y hasta amistosa. Lo que está sucediendo no tiene comparación con lo que pasaba, por ejemplo, hace diez años, cuando los personajes de las generaciones del 70 y 80 “apadrinaban” a los más jóvenes, quienes nos veíamos bajo el continuo chantaje de hablar bien o mal de éste o aquél. Ahora –y eso gracias, incluso, a la muy agresiva actitud de la generación “novísima”, que cambió bastante la perspectiva-, no hacen falta esos dignos padrinos desinteresados. Este año y el que viene son los años en que cambia radicalmente la forma en que se ha visto durante años la poesía chilena: en una muestra de cordura, creo, podríamos llegar hasta lo que es la poesía joven argentina, en que nadie quiere ser el próximo Neruda o Cortázar, en que coexisten los más diversos estilos literarios y sensibilidades, y en que nadie puede estar pataleando porque “no le dan lo que merece”. Algo más real, menos abstracto y metafísico. Gente que practica un oficio: y ése es uno de los sellos de mi generación y la media más que nos sigue. Más allá de la “mala vida” de rigor, son gente seria en lo del oficio. Insultarlos equivale a insultar lo último que le queda a este país para evitar merecer una invasión, un terremoto o algo así.

Ahora último se te ha escuchado dar una pelea frontal en favor de los poetas de Valparaíso, pero en solitario…¿se logran cosas luchando solo o se termina asfixiado por el propio medio?

Yo eso no me lo pregunto. Si veo a un mentiroso y cuatro que le hacen barra, y veo que en Santiago les creen, y que es evidente que los están premiando desde instancias oficiales de la administración cultural de Valparaíso, la verdad es que no es para pensarlo mucho. La mayor pelea tuvo que ver con la imagen que la literatura porteña empezaba a tener en Santiago. El inimaginable daño que le hizo Mellado a la difusión de las literaturas de región a nivel nacional, aún tiene que ser pagado, y eso en provincias ni se lo imaginan. Yo me conformé con algo muy sencillo: que en las esferas en que me muevo en Santiago quedara clara la (nula) “categoría moral” de la gente contra la cual se hacía la polémica, y sacar de las manos de Ernesto Guajardo y el equipo de Ciudad Invisible siete años de trabajo antológico sobre la poesía de Valparaíso. Y eso se hizo. La lucha permanente –por sí mismo, y por aquéllos por quien se merece luchar- es un valor pasado de moda, pero es absolutamente necesaria en los tiempos que corren. En este año ya podría contar a cuatro “polemistas” que quieren hacer su agosto insultando a lo que se mueva –y a lo que ya no se mueve, y ése sí que meó fuera de tiesto-; la polémica real consiste en señalarlos con el dedo, y que se vea su real condición. Artículos de farándula, como las modelos que andan con futbolistas. Perros de esos tan enfermos que mejor no darles de comer, porque más sufren.
Sobre el Premio Nacional de Literatura ¿a qué poeta tienes como candidato?
Difícil. Ese famoso premio se ha convertido en un estercolero. Más daño hace que bien, hablar de él. Es pura niebla.



Finalmente ..¿puedes decir a nuestros lectores sobre tus últimas creaciones literarias?

Aparte de un libro de cuentos casi listo –trabajado un montón de tiempo-, estoy en el plan de limar y dejar en estado final un conjunto grande de poemas, que estaría saliendo en divisiones. Jaunesse, que es el nombre total del conjunto, ya partió con Ajuste de Cuentas, una plaquette de poemas que salió por Alquimia Ediciones y fue casi íntegramente distribuida en Argentina, que tiene el subtítulo Jaunesse, 1. Es una expresión que me acomoda ahora, sin adornos, pero también sin inocencias. Al final, lo que pesa en el texto es una violencia verbal bien administrada. Y me va bien. Los textos suenan.






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ENTREVISTA A OMAR LARA



ENTREVISTA A OMAR LARA

Por Carlos Amador Marchant


Desde 1964, año en que fundas y diriges Trilce, cuando yo me desplazaba por la ex Universidad de Chile en Arica en 1972 observando Tebaida, llevando en mis bolsillos escasos 17 años, comenzaba ya a leerte en algunas memorias que Alicia Galaz tuvo la gentileza de prestarme…..¿consideras ese tiempo como una instancia que dan ganas de reencontrar?



Ese tiempo, ese espacio y esa atmósfera están pegados a nosotros, o a mí, para no involucrar a nadie más. Tiene que ver con nuestra formación y nuestro destino. Podríamos también ignorarlo, o aparentar ignorarlo. ¿No es lo que hacen tantos políticos, por ejemplo? Pero no, yo sigo ahí o, mejor dicho, vengo desde ahí “y no me corro”.


Todos quienes te conocen hablan de Ongolmo 139 de Concepción como “El refugio de Lara”, la librería, el sitio lleno de libros donde te desplazas luego de tus incontables viajes. ¿Amas este refugio?

Es un espacio que ha ganado alguna fama de refugio. Yo diría que es un refugio explosivo más que implosivo. Refugio creador y procreador. Por lo menos en lo que atañe a la amistad, la fraternidad, el conato de sentirnos partícipes de mil proyectos, muchos de los cuales mueren antes de nacer, algunos de los cuales florecen como los ciruelos de la calle, iluminan, se derraman y dejan su huella candorosa, prudente y poderosa.


La gente en Chile suele olvidar fácilmente. Después del golpe militar del 73 estuviste preso tres meses en Valdivia y luego comienzas tu exilio por Perú…¿Cuánto tiempo estuviste en el país del Rimac y tus nexos con la literatura peruana?

A Lima llegué en enero de 1974. Me esperaban varios amigos exiliados tempranos, entre ellos la actriz Orietta Escámez. Fue ella la que me dijo, cuando yo pisaba tierra peruana con la cola entre las piernas y provisto ya de un enorme dolor: ¿“es que no besas la tierra que te acoge”? Avergonzado de mi descuido y anticipándome varios lustros a un papa besador de tierras, me incliné y besé la tierra peruana que me acogía. Sigo besándola desde entonces, y con ella a todos mis grandes amigos del Perú.

¿Qué es para ti “Argumento del día”, tu primer libro editado en 1964?


Es como una campanita que resuena incesantemente en mi sangre. Como la dulce campanita que un demonio excéntrico y dulcificado hacía tintinear en los campos de mis abuelos.

En Rumania, que entiendo viene siendo el segundo país donde pasas tu exilio, y al mismo tiempo un lugar donde se refugiaron otros escritores chilenos, te graduaste en filología en la Universidad de Bucarest…¿Cuántos son los escritores chilenos que has traducido al Rumano y cuál podría ser el que más ha sido leído en los países nórdicos?


Traduje a varios poetas chilenos, pero también latinoamericanos y españoles. De ellos, uno de los que tuve una acogida y una comprensión más conmovida fue Jorge Teillier, a quien traduje con la complicidad de Marin Sorescu y la colaboración decisiva de Sebastián Teillier.
Un libro antológico, “22 poetas latinoamericanos contemporáneos”, traducido junto al poeta Dinu Flamand tuvo igualmente una recepción fastuosa. Dicen que 10.000 ejemplares se agotaron en pocas semanas.


Omar Lara fue el líder máximo de la llamada “Generación Dispersa” y al paso del tiempo con miles de situaciones acaecidas en Chile y el mundo tu figura ha sido menos bulliciosa que otros poetas y escritores. Pero, muy por el contrario, has ido cosechando premios importantes en el correr de los años: Por dar sólo algunos nombres: “Casa de las Américas” en Cuba, 1975 y el año pasado el “Casa de América” en España, con más de trescientos participantes de todo el continente…. ¿Es tu estilo o es que yo lo siento así?



Yo digo, muy en serio, que soy un poeta campesino, por lo menos de origen y formación campesina. Mi abuelo era carpintero y mi abuela una dueña de casa apacible y fuerte. Luchadores tremendos en tiempos de una terrible precariedad económica. Son mis mayores influencias en todo sentido, incluso en la poética. Cuando hablo de la “mirada” que marca un destino de poeta, pienso ineludiblemente en ellos.




Danos tu visión de lo que es el Chile de hoy en comparación con el de tu generación…..¿se avanza en materias de apoyos literarios?

Me gustaría mucho responder esta pregunta pero me temo que necesitaría un tiempo y un espacio del que carezco ahora. Dicho gruesamente, son tiempos distintos y las perspectivas del hacer y el necesitar también. No sé si se avanza. Hay elementos nuevos sí. Pero no sé si se avanza.


Finalmente, junto con felicitarte por tu extensa labor en la palabra escrita, sé que unos días antes de esta entrevista venías regresando de Argentina…. ¿Qué actividades cumpliste en el vecino país y en qué proyectos de creación estás en este momento?


Ahora mismo estoy terminando un librito para niños y preparando dos números de la Revista Trilce, ese proyecto eterno que tengo y mantengo. También finiquitando el contenido de una antología personal que aparecerá este año en México.







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Los caminos del poeta argentino Eduardo Dalter


Los caminos del poeta argentino Eduardo Dalter
Entrevista de Carlos Amador Marchant


Eduardo Dalter es un poeta e investigador cultural. Nació en Buenos Aires en 1947y sus poemas y artículos aparecen en importantes revistas de nuestro continente. Dalter es autor de más de una decena de libros y su vida ha estado, al mismo tiempo, ligada a viajes por distintos países de América. Entre sus obras podemos destacar: En la Medida de tus Fuerzas (1982); Silbos (1986); Hojas de Sábila (1992); Mareas ( 1997); N. Y. Postales para Enviar a los Amigos (1999); Bocas Baldía (2001), entre otros más. Con Dalter hicimos contactos epistolares en la década del 80, en los momentos en que nuestros países vivían crueles etapas de dictaduras militares. Han pasado cerca de treinta años y hoy nos reencontramos para dialogar sobre la palabra y los caminos.


Eduardo... los recuerdos nos unen al paso del tiempo, los caminos… Hay que decir al mismo tiempo que tú poesía ha estado inmersa y salió a la luz en medio de los conflictos y cambios sociales en tu país y el continente… ¿Qué opinión te merece la América actual, el mundo actual?

Querido amigo, tu pregunta da como para escribir un libro, o dos, o para quedarse a hablar durante toda una jornada. Trataré de ser sintético, aunque mucho no me inspire esa palabra, e ir al fondo. Estamos, se dice, en una etapa de globalización; o sea, de globalizadores y de globalizados, del modo más brutal, y de quienes pretenden seguir viviendo, respirando, sin imposiciones, humanamente, con sus modos y sus tiempos. Asimismo, venimos, en la mayoría de los países del continente, de dictaduras en algunos casos genocidas, y de proyectos neoliberales que han implicando verdaderas invasiones y arrasamientos. Sin embargo, aun heridos, los pueblos de este continente, siento, están de pie, intentando siempre, por la vida siempre; y eso, percibo, en medio de los desastres y de las nuevas y viejas lastimaduras, es maravilloso. De cualquier modo, nos espera un siglo de fuertes desafíos, y podremos sobrellevarlo y reafirmarnos si tenemos presente nuestra hermandad, nuestra universalidad raigal, política, cultural. En primer lugar, contra el hambre, que sigue creciendo, como si nuestras naciones fueran pobres, y no lo son. Hambre que es proporcional a las ganancias y a las riquezas acumuladas por los centros de poder y a su inversión descomunal en tecnologías de la guerra, algunas desplegadas, lo hemos visto, y para lo mismo, en Irak, en Afganistán, o paseándose listas por todos los océanos…


Tenías 24 años cuando editas tu primer libro “Aviso de empleo”, título sugerente para estos tiempos… ¿Qué sensación te trae el que te recuerden estas primeras creaciones y en qué etapa de tu vida te encontrabas?

A los 24 años uno está descubriendo el mundo, trabajando, pensando, estudiando, sorprendiéndose, o en plena formación. Todo es colores vívidos; hasta la soledad y las tristezas fluyen vibrantes. Un librito de soledades, preguntas, tensiones y estremecimientos, que es mi bautismo en el decir, y que está allá lejos, en el otro extremo del carretel, del mismo carretel, y con todos sus tramos a la vista, que muestran, y me muestran, desde dónde es que vine y adónde es que me encuentro. Además, y por eso del comenzar, con sus limitaciones, claro, esas páginas demarcaron los planos, algunos deseos, y no es poco. Y siempre será grato, y muy sentido, ese recuerdo.

Sé que a los treinta años te estableces en Güiria en la costa venezolana..¿A qué obedeció este viaje al Caribe?... ¿Comienza acá tu exilio de dictaduras argentinas?


Pude llegar a esas costas, en aquellos años oscuros. Tenía entonces 30 años, que los cumplí entre el terror y el comienzo del desguace económico y social de mi país. Las playas del Caribe, en Güiria, La Salina, Macuro, me permitieron detenerme un momento bajo el sol, mientras la tremenda historia de mi país continuaba, como entrando o cayendo en un pozo, que aún hoy, con estupor, seguimos descubriendo. Pero también en Venezuela fui descubriendo otro mundo; su historia, su cultura, sus letras; también la historia, los hitos, las letras y las poéticas de esas regiones. No fue poco lo que me brindaron esas tierras de paisajes humanos increíbles. Gané nuevos ojos y la posibilidad de otras miradas. Celebro así haber llegado a la lectura de los discursos de Bolívar; a los escritos de Martí; al pensamiento de Frantz Fanon, y a poéticas tan intensas y diversas como la de Fayad Jamís o la del martiniqueño Aimé Césaire. Una riqueza, que es nuestra, y que me acompaña, siento, entre las vísceras. En el exilio se deja, se pierde mucho, pero también terminan arraigando en nuestra vida otro horizonte, otra posibilidad, que valen inclusive para el día de hoy, hasta para intentar desentrañarlo en sus claves.

Como escritor y como poeta has publicado alrededor de una veintena de libros, y como investigador cultural hasta los últimos años has dictado charlas en importantes estamentos estudiantiles…¿cuál ha sido el tema más trascendente y de preocupación que has abordado en cuanto a las letras argentinas y latinoamericanas?


La producción cultural y artística latinoamericana, la poesía, en sus instancias más intensas, son siempre trascendentes, ya desde aquellos poemas bautismales de Nezahualcoyotl y de Tlaltecatzin, en lengua náhuatl, décadas antes de la llegada del conquistador. Quizá por su cercanía, las clases y los diálogos en torno de la poesía escrita en tiempos de dictaduras militares tienen una tensión, también una participación, elocuentes y mayores, que recuerdo especialmente. De cualquier manera, además de Vallejo, Neruda, Huidobro, que así pasen los años los jóvenes vuelven a descubrir con entusiasmo, existen poetas, páginas, no tan conocidos universalmente, en uno y otro país, que obran en profundidad como verdaderos signos o llaves. Además, como alguna vez se dijo, en poesía no existen países subdesarrollados. Valen, entre otros, los ejemplos de la poesía de Haití, desde el inspirado Jacques Roumain, y de las poéticas de las colonias francesas, Martinica y Guadalupe, en el Caribe.

Háblanos de tu generación en tu país… ¿cuáles han sido los poetas más importantes y de vigencia que acompañan tus caminos generacionales?

Yo comencé a publicar mis poemas a inicios de la década del ’70 en el periódico Alberdi, un semanario del noroeste de la provincia de Buenos Aires, que fue fundado en los años ’20 por sectores populares del ámbito rural, y que tenía distribución en todo el país. A este legendario periódico, que siempre contó con una página de poesía argentina y latinoamericana, lo cerró la dictadura militar, que además encarceló a su director y a sus hijos. Entre sus colaboradores se contaron importantes poetas nacionales, desde Raúl González Tuñón hasta Julio Huasi, y algunos poetas desaparecidos, como Roberto Santoro y Dardo Dorronzoro. Por cierto, nuestro hermano chileno Mahfud Massís fue colaborador del periódico. A partir de esos años de terror y exilio, la nuestra fue una joven generación desperdigada, con las más distintas suertes y los más variados rumbos, aunque en algún lugar quede la memoria de aquel o aquellos árboles como punto de partida.

La poesía, desde el punto de vista de los avances tecnológicos en la sociedad mundial… ¿sigue siendo una herramienta importante en el devenir del hombre?


La poesía, los amaneceres, los amores, van a seguir alumbrando, encendiendo, mientras el hombre siga. Y de eso se trata. Del hombre y de su aire, de sus soles. Más que una herramienta, yo siento a la poesía como una muestra raigal y un sudor que surge desde lo más profundo. Y que revela, ilumina, como un amanecer, como un amor, o como un camino recién descubierto, o apenas comenzado a andar.

Cabe recordar algo en cuanto a los caminos. La revista Extramuros en la década del 80, cuando salía en formato papel, incluyó poemas tuyos de “Versus”. Eran los tiempos en que no estaba el Internet, en consecuencia, al igual que con otros escritores, se perdieron contactos por más de veinticinco años..¿Cómo ves el arte en estos tiempos nuevos, la diversidad ha ayudado al crecimiento de las artes o la ha mercantilizado y achatado?



La humanidad está en los bordes, o muy cerca, en medio de acechanzas y de carencias, también de grandes potencialidades. No olvidemos, así como si respiráramos en el oscuro medioevo, o sin tecnología alguna, que más de una cuarta parte de la población mundial no tiene derecho siquiera a una alimentación deficiente ni a una atención sanitaria elemental. Y en un mundo así, con notables o hirientes desniveles de posibilidades, aún se habla de un arte, en muchos casos a partir de las políticas culturales de los países llamados centrales, donde tiende a obviarse cualquier atisbo de realidad, de humanidad, con la intención, pareciera, de situar y proyectar un escenario. Por cierto, en los proyectos políticos y económicos de globalización, digamos, no ha quedado en el olvido el plano cultural, y de la creación, en ningún aspecto. En nuestro continente, y no obstante las presiones y los intentos varios, será por nuestras raíces, por nuestras historias, siempre el arte, la poesía, nos dan o nos regalan un golpe de humanidad, un golpe de realidad y de querencia, vitales y saludables, que marcan un aire, un rumbo.

Finalmente, junto con abrazarte por este reencuentro, háblanos de tus proyectos más recientes y los que vienen para un futuro cercano.


Más que proyectos, siento que se trata de caminos del vivir para el vivir, donde siempre aflora algún horizonte, algún nuevo poema, o algún nuevo o viejo querido poeta para dialogar y seguir soñando y viviendo. Como sabes, mi más reciente poemario está dedicado a mi compañera Nidia, y lleva su nombre, y ahí laten y respiran algunos momentos y espacios de nuestra experiencia. Por otra parte, en mi país, donde no poco de la vida de los próximos años se está debatiendo, siempre es necesario el aire abierto, como el pan, que hoy por hoy tanto hace falta. Y ahí vamos.




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ENTREVISTA A OLIVER WELDEN


ENTREVISTA A OLIVER WELDEN


Por Carlos Amador Marchant

Entrevistar a Oliver Welden representó una verdadera satisfacción. Un hombre que salió de Chile tras la dictadura militar de 1973 y que vivió más de treinta años en Estados Unidos, que buscó fórmulas para salir adelante sin ayudas políticas ni de instituciones, que creó pero se mantuvo en silencio, perdiendo seres queridos, oliendo desamparo, y que al final regresa a la vida pública como quien vuelve a su vieja casa. Hombre solidario y honesto en la actualidad radica en Suecia. Welden, nacido en 1946 en Santiago, es autor de “Anhista”, “Perro del Amor”, “Fábulas Ocultas”, y de los inéditos aún “Oscura Palabra”, “Corazón de la Sangre”, “Testimonio del Escriba” y “El libro de Eugenia”.

Diecinueve años tenías cuando publicaste Anhista (1965) ¿Cómo veías el movimiento literario de esa época en Chile y América Latina, del cual tú participabas?

Espera, espera: yo no participaba en ningún movimiento, corriente o escuela literaria. La verdad es que mi juventud e ignorancia me impedían tener conciencia de un movimiento literario, per se, en Chile o en América Latina, entendido como una corriente que llegara hasta mis conocimientos, que me tocara, que me influyera, aunque, por supuesto, estaba al tanto de lo que se publicaba en esa época. Más que movimientos, o escuelas, o corrientes, eran los autores los que influían. No había mucho orden en cuanto a lo que yo leía a esa edad, excepto lo que exigía el colegio, sólo que quería leerlo todo. Era la época de la ansiedad por la lectura. Y debo insistir que yo no participaba de ese mundo literario (era muy joven, como dije) hasta que ingresé a la universidad. Creo haber hecho algo de mérito, aunque no mucho, en la Academia Literaria del Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, donde estudiaba, y que era dirigida por Ariel Dorfman y Ronald Kay, entre otros, quienes me aconsejaron, después de leer el manuscrito de Anhista, que esperara un tiempo para su publicación. Es que en esa Academia de 1965 estaban, por ejemplo, Gonzalo Millán, Jaime Gómez Rogers, Pablo Guíñez, Jorge Etcheverry, Bernardo Subercaseaux, Franklin Martínez (lamento que se me escapen otros nombres importantes). Mi ingenuidad me hizo desestimar esos consejos. No obstante, ese primer librito mío tuvo una generosa acogida –cautelosa, pero generosa acogida- de parte de críticos como Hernán Loyola, Hernán del Solar, Carlos René Correa y Agustín Muñoz Vergara.


Si bien Anhista (1965) tuvo prólogo de Roberto Meza Fuentes, ¿ a qué poetas leías o estudiabas por ese tiempo?



Yo sentía una gran admiración por Roberto Meza Fuentes, no sólo como poeta sino, además, por su historia de dirigente estudiantil en los años 20, yo era Presidente del Centro de Alumnos del Liceo Lastarria -entre 1963 y 1964- y él se interesaba por esas cosas; como director de la Revista Juventud; como relegado a la isla Más Afuera del Archipiélago de Juan Fernández durante la dictadura de Ibáñez (por los años 1927 y 28). Eventos de proporciones míticas para mí y que, en la realidad, lo fueron. Yo lo visitaba cada vez que podía, cuando iba al centro de Santiago. Don Roberto me acogió y se interesó por Anhista. Me presentó a Braulio Arenas, que siempre me trató con mucha simpatía y un curioso respeto, siendo tanto mayor, y Meza Fuentes me abrió la puerta hacia Neruda, que me obsequió algunos libros –dedicados- y muchas bellas palabras. En cuanto a mis tempranas lecturas de poesía chilena era Neruda a quien yo leía. ¿Cómo no? Antes, a través de mi abuela Graciela, aprendí de Gabriela. En los años de Liceo descubrí a De Rokha y a Huidobro. Luego vino la revelación de La Pieza Oscura de Lihn y Contra la Muerte de Rojas. Los más cercanos a mí, en cuanto a amistad y por la admiración que yo sentía por su obra, fueron Gonzalo Millán desde 1963, Ariel Santibáñez desde 1967 (secuestrado y desaparecido en 1974) y Omar Lara desde 1968. Poetas de verdad, seres humanos de verdad, hombres buenísimos, maestros de la amistad. En otras esferas, tengo especial afecto por Mío Cid desde que lo conocí en 1961. La poesía de Shakespeare me atrajo. Hubo dos poetas que también conocí en esa época (indudablemente los que más han influido en mí), que nunca me abandonaron, y que me acompañan hasta el día (y las noches) de hoy: Whitman y Rilke.


Te hemos visto y leído en distintas crónicas y artículos de época donde apareces en medio de la vida literaria chilena de la década del 60-70: siempre estuviste activo. Me gustaría contaras alguna breve anécdota “desconocida” donde aparezca algún escritor nacional en tus caminos.


La actividad de esas décadas fue muy intensa. Desde lecturas y presentaciones individuales o colectivas, a nivel local y regional, al ”periodismo cultural” que yo cultivaba en radios y periódicos, a encuentros nacionales de poetas y algunos viajes al extranjero. Pienso que es fundamental tener en cuenta que, en ese tiempo (1967-1973), hubo un sólido apoyo institucional a las actividades culturales. Yo vivía en Arica, como sabes, y te puedo decir que contábamos con el respaldo de la universidad, como de la municipalidad. El centro de alumnos de la universidad fue fundamental en el financiamiento del primer número de la Revista Tebaida, gracias a Ariel Santibáñez. En Santiago estaba el “tipógrafo huraño”, Miguel Morales Fuentes, con las Ediciones Tebaida, publicando a Sergio Macías, Astrid Fugellie, Pablo Guíñez, Salvador Coppola, Edmundo Herrera, Juan Florit. Es que nadie puede salir adelante sin el apoyo de sus pares o de alguien que esté en situación de apoyar. La historia lo demuestra. Debe haber un maestro, un mentor, un tutor, aquel que va más adelante en el camino, o el que ha arribado (adonde sea que haya que llegar), que se dé vuelta y extienda la mano. Los poetas jóvenes de hoy deben saberlo, si es que no lo entienden ya. Así nosotros (Tebaida), sin la solidaridad de nuestros pares y compañeros en el centro y sur del país no hubiéramos podido realizar la labor nacional que se hacía: era una verdadera red de soporte. Imagínate, llegábamos hasta la casa paterna de Jorge Teillier, en Lautaro; a Chillán, a la casa de Edilberto Domarchi y su esposa María; o a Temuco, a la casa materna de los hermanos Carrasco;o al departamento de Gonzalo Rojas e Hilda, en Concepción; o los alojamientos en la casa de Walter Hoefler, en Valdivia; o las visitas a Santiago, donde nos quedábamos en la casa de Gonzalo Millán o de Waldo Rojas; y a la inversa: ahí llegaban a Arica, Gonzalo Millán, Omar Lara, Javier Campos, Jaime Quezada, todo el Grupo Arúspice en su viaje a Ecuador, inclusive Juvencio Valle, y Gonzalo Rojas que hacía viajes a Iquique a visitar a unas tías ancianas. El intercambio internacional fue similar entre Perú y Chile, por ejemplo, ahí esperaban: Winston Orrillo, Arturo Corcuera, Alejandro Romualdo, Alberto Valcárcel, José Ruiz Rozas, Carlos Germán Belli, Washington Delgado. Hasta Evtuchenko llegó a golpear a la puerta de la casa a las 2 ó 3 de la madrugada; y por ahí también pasaron poetas y artistas del otro lado de Los Andes, además de peregrinos y revolucionarios que bajaban de Bolivia y que no es del caso mencionar aquí, además de uno que otro francés, mejicano y estadounidense, del país que no tiene nombre, como decía Gabriela Mistral. Hasta el día de hoy yo siento y recibo esa solidaridad, ese respeto, que es fundamental para trabajar con dignidad en este oficio de lo absurdo que es la poesía (la literatura), que yo entiendo como un oficio de paz.

En cuanto a la anécdota, claro que sí, y creo que es una anécdota hermosa, al menos para mí. Gonzalo Millán y yo éramos compañeros en el Liceo Lastarria de Santiago. Todos los años la academia literaria del liceo convocaba a un concurso de poesía y cuento. El premio era el reconocimiento, nada más, ¡ah! y la publicación en la revista del liceo. Y eso era más que suficiente. Pero yo tenía el problema de que si Gonzalo participaba en poesía, yo “sonaba”, no ganaba, lisa y llanamente, porque Gonzalo era (y es) un poeta muy superior a mí. Pero Gonzalo, además, escribía cuentos (era prosista, ya tenía una novela en desarrollo), así es que yo le decía: -Mira, Gonzalo. Si tú participas con un cuento y me dejas a mí presentar un poema, los dos ganamos; pero si tú te presentas en poesía, como yo no escribo cuentos, quedo fuera. ¿Qué te parece? Y Gonzalo, mirándome brevemente, me decía: -¡Listo! Y así lo hicimos en esos concursos. ¡Un tipo extraordinario!

El Premio Nacional Luis Tello de la SECH (que buscan reactualizar) lo ganaste el año 1968 con Perro del Amor. Al margen de ser un excelente texto ¿Qué significó para ti como poeta de tan sólo 22 años?

Mi primera reacción fue pensar que, ¡vaya! así es que no todos los premios están ”cocinados”; luego, evidentemente, la satisfacción del reconocimiento que provenía de un jurado integrado por intelectuales mayores, es decir, consagrados, de renombre; después, la realización de la intervención de una fuerza o energía que se llama suerte, dada la calidad de los poetas que postularon; y, finalmente, y más importante que todo, pues yo era un imberbe desconocido, la demostración de aceptación y solidaridad que recibí de los mismos poetas que no ganaron, a los que yo no conocía personalmente y con algunos de los cuales establecí y mantuve una sólida y respetuosa amistad a través de los años.


5.- Los que conocemos la Revista Tebaida sabemos la importancia que tuvo en nuestro país ¿qué recuerdos tienes de la trascendencia de esta publicación?


Eramos plenamente conscientes de que estábamos haciendo historia, de que el trabajo que estábamos realizando era trascendente, porque la pauta ya la habían señalado Omar Lara con Trilce y Jaime Quezada con Arúspice; es decir, de muchas maneras, el camino ya había sido trazado por ellos. Y, además, Guillermo Deisler ya traía su aureola de las Ediciones Mimbre y también señalaba el camino. Por otra parte, Andrés Sabella nos apoyaba con sus colaboraciones. Nuestro norte, valga el alcance, ya estaba señalado. Faltaba hacer lo propio, lo que correspondía, según nuestras posibilidades, limitaciones y realidad geográfica. Precisamente debido al aislamiento geográfico del Norte Grande quisimos ser continentales (o planetarios) y nos abrimos a toda América: transformamos una limitación, el estar enclavados en medio de un desierto con la cordillera a un lado y el océano al otro en una posibilidad que tuvo éxito. El apoyo que recibimos de Lara y Quezada fue solidario. Millán tuvo mucho que ver con esto, pues él fue quien les comunicó a Trilce y Arúspice de nuestra existencia y así comenzó esta fraternidad tripartita. Una vez afianzada nuestra validez, por así decirlo, dentro del país, nos abrimos hacia América y la respuesta fue igual de solidaria (Perú, Argentina, Cuba, Ecuador, Puerto Rico, Estados Unidos). Pero jamás descuidamos lo nacional: siempre, en cada número de Tebaida, se publicaba una selección de poetas chilenos y, especialmente, los jóvenes inéditos. Cuando Joaquín Gutiérrez, director de la editorial Quimantú, y Elena Nascimento, gerente de la editorial homónima, nos llamaron para ofrecernos la publicación y distribución de la revista a través de la Editorial Nascimento, la rebautizaron Tebaida-Chilepoesía.


Cuando trabajabas en la ex Universidad de Chile de Arica (década del 70) recordamos palabras tuyas como: “Más vale escribir un libro bueno a cien malos” o “Los poetas jóvenes a veces quieren empapelar la ciudad”. Sin duda fueron opiniones de época, pero -aunque son ciertas aquellas expresiones- ¿sigues acuñando esas ideas?

Yo me acuerdo de haber conversado de lo primero contigo, pero lo que dije –creo- o lo que quise decir, es que más vale publicar un libro bueno en una edición de 50 ejemplares que uno malo en una edición de 500. Cómo sea: dije una perogrullada. En cuanto a la segunda frase, no recuerdo haberla dicho, ni en qué contexto, en ningún caso creo que era negativa, pero si tú la recuerdas, así será y puede que me haya referido a esa época de los 70 (antes del 73, por supuesto), en que se empapelaban muros con cientos de carteles de poesía: la Revista Portal tenía un programa llamado Portal Siembra Poesía y editaba carteles en papel de diferentes colores con una foto del poeta, una breve biografía y los poemas que cupieran en el folio. En otro contexto más actual puede que una cita así siga siendo válida si se toma en cuenta la cantidad de poesía, virtual o de papel, que se edita hoy y la función de divulgación y comunicación que facilita el Internet y que tiene directa relación con la ansiedad por publicar que existe entre los jóvenes, que yo comprendo muy bien, la ansiedad. Ahora se quiere empapelar el mundo, no sólo el lugar donde vive el joven poeta.


Si bien algunos (hasta Bolaños) dijeron haberse olvidado de Welden, los que seguimos tus caminos teníamos casi claro que volverías al concierto y lo hiciste. Ahora que apareció Fábulas Ocultas (2006) y la reedición de Perro del Amor (1970) en versión bilingüe, traducido por Dave Oliphant con el título de Love Hound (2006) ¿cómo definirías estos treinta años de silencio en los Estados Unidos?


Mira, de manera increíble, para mí al menos, la cita de Bolaños sobre mi persona y mi poesía se une a otras voces que hicieron eco: Rolando Gabrielli (Panamá), Javier Campos, Dave Oliphant, Francisco Leal (Estados Unidos), Virginia Vidal, Omar Lara, Arturo Volantines, Ana Leyton, Renard Betancourt, Juan Cameron (Chile), José Viñoles (Suecia), tú mismo; así es que esto de regresar, volver, se me ha hecho muy grato y una experiencia feliz. He sentido el respaldo solidario y la bienvenida. En cuanto a los treinta años de silencio, bueno, es la vida, nada más. Mi familia y yo nos fuimos a un exilio, no viajamos a otro país en busca de mejores condiciones de trabajo, fue una imposición, fuimos obligados y salimos de Chile sin ofertas de ninguna clase, sin la ayuda de universidades, partidos políticos o de embajadas, con las patas y el buche, nada nos esperaba en la otra orilla, en cuanto a seguridad económica, sueldo o salario, así es que todo aquello relacionado con la vida literaria tuvo que ser postergado. La responsabilidad hacia la familia, el trabajo por la subsistencia fue lo primordial. El poeta tejano Dave Oliphant escribió en su poema Sabine (en el libro Austin, 1985): “Oliver usó entonces esa expresión popular:/ creerse la muerte en bote/ en sus cartas ya sin ilusión/ por las promesas no cumplidas de su militancia política/ y nunca aceptó el conveniente rol de refugiado político/ víctima del golpe de estado de la CIA/ sino que llegó a Birmingham por sus propios medios/ y salió adelante en silencio”. Cumplí trabajando en bodegas; cargando y descargando camiones; con adultos minusválidos en instituciones estatales; con ancianos solitarios en casas particulares, donde la televisión permanecía encendida durante todas las horas de vigilia ; y en hospicios donde la rutina diaria y nocturna era prepararlo todo, prepararlo todo para la visita que haría, irremediablemente, la muerte. Entonces, perdí el afán de publicar. Ya no me pareció ni interesante, ni importante, ni necesario. Lo que tenía que decir tenía que decírmelo a mí mismo. Era necesario encontrarme a mí mismo, saber quién diablos era yo. Y para esto sí que era importante y necesario escribir y nunca dejé de hacerlo. No se puede dejar de escribir. Ahí están Fábulas Ocultas y mis títulos inéditos que de alguna manera lo prueban y que, con la excepción de Oscura Palabra, todavía no han buscado editor: Corazón de la Sangre, Testimonio del Escriba, y El Libro de Eugenia, que es un título tentativo y que no está terminado, pues es muy reciente. Fueron treinta años de trabajo y aprendizaje, de peregrinación, de ayudar a otros cuando se podía, de hablar poco y escuchar mucho, de verlo todo, todo lo que se podía, de lecturas y contemplación, mucha contemplación. El silencio es bueno cuando proviene de afuera, pero no lo es cuando estás silenciado por dentro. Yo nunca estuve silenciado por dentro. Esos treinta años no fueron la plenitud de mi tiempo, no era mi tiempo. Creo que ahora lo es.


Ya hemos comentado Oscura Palabra, libro que trae con desgarro lo acontecido en Chile desde el 11 de septiembre de 1973 ¿Es para ti este texto todo lo acumulado por tantos años sobre este Chile visto desde la lejanía, el desamparo y al mismo tiempo la nostalgia del exiliado?


Has escogido muy bien esa palabra: desamparo. ¿Y sabes? Para mí esta es la parte más difícil de tu entrevista, porque ese es el libro que llevo en el corazón. Es el que lleva la tinta del duro trabajo y desempleo en tierra desconocida, discriminación y prepotencia, nacimientos y muertes en la familia (algunos cercanos, otros distantes): es decir, desamparo. Son los poemas que me unen al lugar de mi infancia y juventud; un lugar, digo, porque ese país ya no existe y sólo lo llevo -como tal- en el recuerdo y la memoria. Hay una tremenda palabra en inglés que explica este concepto: oblivion. Que no es sólo olvido, sino caer en el olvido y pasar a la inconsciencia, desaparecer. Chile, para mí, es un país que desapareció en oblivion. No es mi ánimo ofender a nadie. Lo que digo aquí no pretende ser irrespetuoso. Es lo que comencé a sentir hace más de treinta años. Y este pensamiento y sentimiento me fueron impuestos con la experiencia del exilio, la distancia, el tiempo o, como dices tú, por todo lo acumulado en tantos años de lejanía, nostalgia y desamparo: yo no los busqué, nacieron y crecieron dentro de mí, no como un tumor o un cáncer, sino como algo peor, como un vacío, un hueco, como una nada. Oscura Palabra es eso: un espacio imposible de iluminar con palabras.





Finalmente, háblanos brevemente de tu nueva vida entre Suecia y España y de tus planes.

Ah, sí… Mi nueva vida… Debo tener mucho cuidado con este tiempo que se me ha dado, debo ser muy cuidadoso con mis quejas y reclamos, debo ser agradecido y no mal agradecido (algo así como dar amor pero nunca desamor), pues estoy consciente de que he llegado a un momento y lugar de mi vida reservado solamente para aquellos de quien se espera que haga algo con toda esta paz y belleza. La callada y blanca Suecia, el brillante y cálido Mediterráneo. He regresado, en el tiempo y en el espacio, al lugar donde América fue imaginada, aunque se suponía que eran otras latitudes. He caminado por los mismos pasillos de los dorados palacios de Castilla y Andalucía, donde el explorador se paseaba, esperando ser recibido por aquellos monarcas que iban a permitirle llegar a otro mundo. Y me he detenido, con los pies en la arena, al borde del Kattegat y el Skagerrak, en el Sur de Escandinavia, de donde pudieron haber zarpado aquellos vikingos hacia América, adelantándose al almirante. Le tengo temor a la historia del mundo ahora que la puedo mirar a los ojos –o acaso la historia me mira a mí- en los castillos y molinos que permanecen sin deterioro en el tiempo, en los rostros y apellidos de Europa que han viajado por generaciones a través de los siglos, en las viejas callejuelas empedradas y retorcidas que conducen a rectos callejones que son más antiguos todavía, en las comidas sabrosas y en los vinos luminosos, en el sol y en la nieve que lo cubre todo sin destruir nada. Y yo estoy aquí. Yo vivo aquí ahora. Quiero creer que de mí se espera que, a mi modo, yo alabe y venere lo que sea digno de estos lugares.




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Jesús Ortega o Las pizarras del mundo



Jesús Ortega o Las pizarras del mundo

Entrevista por Oliver Welden


Sabemos de tu actividad artística y cultural en la década de 1960 en Chile; sin embargo, el tiempo se ha encargado de borrar muchas cosas de tu trayectoria, por lo cual ha quedado un panorama un tanto inexacto y borroso. ¿Nos podrías hablar de esa época (antes de 1973) en Chile y en los países en que viviste, antes de radicarte –obligadamente- en Suecia?

A principios de los 60 estudié pintura en Bellas Artes y pantomima con Alejandro Jodorowsky. Por ese entonces tenía yo la mitad de mis Pizarras del mundo escritas. La pintura y la pantomima me permitieron ganarme la vida, pero fué la pantomima la que se transformó en mi profesión, en el segundo oficio que suelen tener los poetas. Raúl Aicardi me llevó a la primera televisión que iluminó las pantallas en Chile. Mi rostro in farina apareció aún antes que los títulos. Lo cierto es que ya no paré. En el futuro viajaría por treinta países desde Santiago a Tokio, haciendo televisión y teatro. En Chile hice cine con Aldo Francia en su bello Valparaíso mi amor y con Naum Kramarenko en Prohibido pisar las nubes. También actué en teatro con el grupo Ictus, de lo que guardo un grato recuerdo. El personaje Chatarra, de aquel remoto El lugar donde mueren los mamíferos, de Jorge Díaz, fué el mejor trabajo de mi vida en el teatro. Entre 1965 y 1968 viví en España con una beca del Instituto de Cultura Hispánica. Además, hice algunas actuaciones en televisión y tuve tiempo para terminar mi primer libro de poesía. Miguel Arteche me hizo publicar en revistas e hice una compilación de poetas chilenos para Caracola la que, hoy, para mi sorpresa, ofrece un anticuario por Internet.
En casa de Arteche conocí a Gonzalo Rojas, a José Hierro y a otros poetas. Manuel Viola y Rafael Romero me introdujeron en el mundo del flamenco, arte que he cultivado toda mi vida. Asistí a bodas gitanas donde al amanecer se cantaban alboreás, un verdadero privilegio, en las cuales el más depurado de los cantaores, generalmente el más maduro, al llegar el alba le canta a la novia. Recuerdo a Rafael Romero en ese cante donde la casa fue, por unos momentos, un templo. En casa de Viola se llevaban a cabo veladas de cante que él pagaba con cuadros. Sus pinturas valían fortunas, pero él sólo invitaba a maestros. Por esas fechas partí en gira con dos bailarinas griegas, pero se acabó el proyecto a la tercera representación, porque las dos cayeron enfermas de gripe y yo ya andaba afónico. Tendríamos que haber seguido a Grecia donde ellas tenían contrato. De vuelta en Chile publiqué Las pizarras del mundo, como era de rigor, en la imprenta Arancibia Hermanos. Recuerdo que Gonzalo Millán publicaba por el mismo tiempo su maravillosa Relación personal. A fines de ese año, Ignacio Valente elegía el libro de Millán y el mío como los más sobresalientes de autores nuevos. A esa altura mi familia había crecido, ya tenía tres hijos, y volví a la noria. Durante la campaña presidencial de los 70 estaba yo en Chile y fuí llamado a colaborar como asistente de imagen de Salvador Allende. Aparte del aspecto gestual, había que salvarlo de las trampas de la cámara, la iluminación y el maquillaje, en los canales de la oposición.

¿Fue tu actividad política y este trabajo, en particular, lo que te trajo, luego, problemas y terminó con tu exilio?

Entre 1973 y 1975 viví en Chile sin que se me ofreciera trabajo alguno. Se me cerraron todas las puertas, viví de los ahorros de mis viajes y de la pintura. El exilio se debió al secuestro de mi mujer, que fué recluída en la Villa Grimaldi, de donde salió gracias a la intervención de un obispo diplomático de paso en Chile. Huímos a Buenos Aires, con la idea de seguir a Europa, pero nos vimos obligados a asilarnos, tras soportar un nuevo secuestro y un par de palizas. Cinco individuos, que se turnaban, nos tuvieron encerrados en nuestro departamento argentino durante siete días. A veces se dejaban caer todos. Escapamos milagrosamente, pero es una historia larga, rocambolesca. Baste decir que nos salvó una lluvia intensa y una ventana impensable.

¿Qué labor has desarrollado en Suecia y qué reconocimiento has recibido por tu trabajo?


Al llegar Suecia, en Malmö, hice una lectura en la Escuela Superior de Teatro y obtuve el puesto de profesor de expresión corporal. Empezaba un mes después, así es que me fuí a Paris a ver a Jodorowsky. Yo había hecho estudios con él en Chile, como he dicho, y tenía 20 años de experiencia sobre el escenario, pero yo era un mimo de music hall, de burlesque, en la línea de Chaplin o Buster Keaton. Conocía la codificación de los franceses (Marceau, Barrault, Ettienne Decroux), pero quería profundizar en ello y Jodorowsky fué el maestro perfecto. En una semana de trabajo intenso, dos o tres horas diarias, me traspasó la materia. Fué muy generoso. -Ahí tienes para tres años de trabajo, me dijo, pero en esto se equivocaba, porque ahí estaba todo, todo, había sólo que desarrollarlo. Chaplin y Keaton son infinitos, la codificación francesa, en cambio, es bella pero limitada. Tiempo después, abandoné la escuela para seguir con mis grupos de pantomima, con ellos recorrí Suecia y Dinamarca Asistí a muchos festivales y, formando un dúo, gané el premio de la crítica en el Festival Internacional de Circo de Montecarlo, creo que en 1986, y el primer premio en un Festival Internacional de Circo en Madrid. También representamos a Suecia –oficialmente- en la Exposición de 1992 en Sevilla. En 1987 se publicó mi segundo libro, Serpentímetra, en versión bilingüe, traducido por Lasse Söderberg. Con intervalos de seis a siete años publiqué otros tres libros, también traducidos por Söderberg. Esporádicamente, cantaba flamenco con el grupo de mi hija Mariana y mantuve durante diez años un café literario, que una vez al mes presentaba a un poeta al público sueco. He recibido varios estipendios del Fondo de Escritores de Suecia y en el año 2005 la Comuna de Malmö me otorgó un premio especial por mi labor cultural en los 30 años de mi permanencia en el país.

Te confieso que me cuesta seguir esta carrera multifacética tuya: poesía, teatro, mimo, bailaor y cantaor flamencos; además, eres pintor, he visto algunos de tus cuadros. Consecuentemente, ¿de qué modo ves tú que estas actividades influyen en tu poesía?


Desde luego hay poemas míos que son gestuales, verdaderas pantomimas. En el poema Con alas de papel, alguien abre un diario y sale volando. Y en La caja china hay cierto ilusionismo. Vi muchos ilusionistas. El poeta es un ilusionista que saca poemas de la manga.
Como he dicho, Buster Keaton ha sido para mí un maestro en poesía y en metafísica. Te sorprenderá si te digo que es el artista que más me ha enseñado en la vida. Creo que Keaton debía enseñarse en los colegios. El Royal Flush llamo yo a esas cualidades que él preconiza en sus filmes: la de estar en el lugar justo, a la hora justa, con la correcta actitud, la imaginación y el coraje. Si cumples con ello, la vida se te da como una novia. Keaton es mi maestro y mi profeta. Esto está por ahí en un poema mío.

¿Qué países y autores han tenido influencia en tu poesía y por qué?


Por razones de familia yo debería tener a España en primer lugar: mi padre era de Granada y mi madre hija de cordobeses, y yo pasé largas temporadas en España, actuando en 32 lugares del país, contando ciudades, pueblos y villas. Siento una gran admiración por Cernuda, Salinas y Lorca, entre otros del 27, pero en el sentido de una actitud mis referencia profundas son Neruda, Mistral y Vallejo. En el aspecto formal, la poesía estadounidense ha influído mucho en mí. De Elliot aprendí la impersonalidad, la ausencia del yo, y eso ocurre en gran parte de mi poesía; de Pound heredé el imagismo y aunque no no soy muy afecto a sus Cantos, “Con usura” me parece un poema magistral, cuya lectura influyó en mí. Y de Edwin. A. Robinson aprendí a transponer personajes históricos. Creo que, sin olvidar la eclosión de nuestra poesía, y de la maravilla del 27 en España, los estadounidenses han escrito la mejor literatura y poesía del Siglo XX. Si la poesía de ese país ha llegado a tan alto nivel se debe a una postura crítica frente al sistema. Robinson decía que podía hacer el plano de los lugares en Nueva York donde se podía comer gratis. Pero, atendiendo mejor a tu pregunta de cuanto aprendí en mis viajes, he de agregar los oficios que he tenido y su influencia en mi poesía. No siempre estuve en la punta de la ola. A los 16 anos me fuí de mi casa y entre otros trabajos tuve que limpiar los urinarios de un cine. 20 años después, en ese mismo cine, vi una película en la cual yo era el protagonista. Ese recorrido en la escala social, de la A a la Z y de la Z a la A, ha sido mi escuela. A los 24 años apredí a herrar caballos en Israel. Además, tuve un trabajo nocturno donde debía manejar un tractor con una metralleta en las rodillas. Eran otros tiempos y yo muy inocente. Nadie podía prever entonces el futuro nefasto.

Perdóname esta introducción un tanto extensa a mi siguiente pregunta, pero es necesario que haga este prólogo a mi pregunta para que se comprenda bien la intención de mi pregunta. ¿Vale? Pues bien, tu obra ha sido reconocida por poetas y críticos de Chile. Ignacio Valente escribió que tu poesía recuerda a la de Pound en esa cierta ágil y británica libertad para poetizar los sucesos más lejanos a la convención lírica, a Vallejo por un aire de ingenuidad arcaica e infantil en el decir, y a Cardenal en el aire bíblico o salmódico de la protesta política. Jorge Teillier escribió que, aparte de que eres un conocido mimo y actor teatral, tu poesía revela un estado de constante violencia, sarcasmo y humor negro, con influencias bien asimiladas de Pound, Cardenal y Elliot. Andrés Sabella escribió de tu agudísima visión donde el humor y el coraje de las ideas alcanzan una hermosa claridad. Juan Cameron escribió que tú eres un poeta del descubrimiento, la inteligencia iluminada y el juego permanente, vinculado a la generación de Lara, Hahn, Miranda Casanova, Quezada, Pérez.
Y suma y sigue la crítica chilena con Lathrop y Muñoz Lagos, por ejemplo. Y, luego, están los críticos suecos que te alaban, como Söderberg, Swahn, Isaksson y Karlsson. Y es en Suecia donde se te ha traducido y publicado íntegramente. No obstante, en Chile estás ausente en las antologías, compilaciones, revistas, encuentros, artículos, etc. Es decir, nadie te ha pedido nada. Desapareciste. Ya te pedí disculpas por este discurso mío, así es que ahora viene la pregunta: ¿Te importa? ¿Tienes algún pensamiento al respecto?



Veo que es una pregunta difícil de hacer para ti. Pero para mí no es difícil contestarla. Creo tenerlo claro. Muy claro. Creo que la principal razón es mi ausencia fisica de Chile y el hecho de no tener allí más publicación que aquel primer libro, ya desaparecido. En segundo lugar, diría que se debe a mi total incapacidad para promoverme. Sin embargo, pienso que tengo un lugar entre los poetas de mi generación, aunque en ese “parnaso” mi asiento esté vacío. Pienso que lo más importante es tener un lugar en la poesía, estar en ella, ser de ella. Sé que se han publicado docenas de antologías del exilio, pero sólo fui incluido en la de Alfonso Freire, en 1985, que vivía en Noruega y pasaba por Malmö. Será que yo siempre he vivido en el exilio, siempre fui extranjero, sobre todo en Chile, sin que ello consistiera en sufrimiento alguno, pues yo vivo sin nostalgias, sin echar de menos. Los amores, los trabajos, y todo lo que importa en la vida, te lo llevas contigo, donde vayas, o no los tienes. El país también.




Y aquí va la más trillada de todas las preguntas, pero necesaria, creo yo: ¿de qué sirve la poesía? seguida de: ¿cómo ves tu poesía?

Sí, claro que sí, es una vieja pregunta, pero válida. Creo que la poesía es un modo de vivir, que ayuda a vivir. Pero, aún más, te daré una respuesta lateral. En la embajada sueca en Buenos Aires había 60 personas pidiendo asilo. Fui sometido a un largo interrogatorio que se interrumpió cuando el primer secretario encontró entre mis papeles la crítica que Jorge Tellier hizo a mis Pizarras del mundo. Cambió de inmediato, se disculpó por el interrogatorio. Defensivo me dijo que, ante la avalancha de personas que se aprovechaban de la situación (espías, delincuentes, señoritos que querían viajar gratis a Europa), Teillier, me dijo, es su aval. Le queremos mucho, lo hemos invitado dos veces a Suecia, agregó, sin poder obtener una aceptación a nuestras invitaciones. De todos modos, lo volveremos a invitar. Bueno, ya ves, Oliver, que la poesía puede servir para algo. Te aseguro que en la calle nos estarían esperando. Y, en cuanto a lo último, te diré que, siendo muchacho, vi a un hombrecito que volteaba seis campanas a la vez, asidas las cuerdas con las manos y enlazadas en los pies, saltando y pataleando en el espacio, como una marioneta, como un saltimbanqui, o como un delfín. Nadie lo veía, excepto yo, pero todo el mundo escuchaba esa armonía. Ese toque que difundía el Angelus, que llamaba al oficio, que tocaba a fiesta y a gloria y, en ocasiones, más parco, a duelo y a muerte. Así pienso yo la poesía, que no es sólo armonía y aventar palomas.
El poeta lleva un espejo en la cabeza, decía Ferlinghetti, pero yo llevo un espejo de feria que refleja la deformidad del mundo. No me interesa la invención o la armonía que no congrega. “Líbreme Dios de inventar cosas cuando estoy cantando”, escribió Neruda. Y Mistral, más hondo, escribió del “impuro pezón de la vida” Ellos por cierto me penan. El poeta no es un pequeño dios. Es un pequeño campanero que tira una cuerda cuya campana está, quizás, en el Olimpo, pero se escucha en la tierra.

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Jesús Ortega (1932), chileno, nacido en Caracas, Venezuela. Desde 1975 reside en Malmo, Suecia.

Bibliografía:
Las pizarras del mundo (Santiago de Chile: Ed. Arancibia Hnos., 1968)
Serpentímetra (Malmö, Suecia: ed. bilingüe, trad. Lasse Söderberg; Ed. Aura Latina, 1987)
La vidriera irrespetuosa (Estocolmo, Suecia: Ed. Saltomortal, 1995)
Det respektlösa skyltfönstret (Estocolmo, Suecia: trad. de Lasse Söderberg de La vidriera irrespetuosa; Ed Symposium, 1995)
Modestísima proposición (Malmö, Suecia: ed. bilingüe; trad. Lasse Söderberg; Ed. Aura Latina, 2004)
De este mundo y del otro (Estocolmo, Suecia: Ed. Symposium, 2005)
Epigramas y poemas breves (Malmö, Suecia: Ed. Aura Latina, 2007)
Poetas chilenos en escandinavia (Santiago de Chile: ed. Alfonso Freire; Ed. Dolmén,1985)

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Juan Cameron y su "Entrebestia"


Juan Cameron y su “Entrebestia”
Entrevista realizada por Carlos Amador Marchant

Juan Cameron poeta de vasta trayectoria nacido en Valparaíso en 1947 nos concedió esta “entrebestia” como la denominó él.


Hay movimientos literarios en todos los tiempos, sin embargo cómo definirías el de tus inicios en comparación con la escena del siglo 21.


Se trata de algo distinto. Yo comencé a escribir –a publicar más bien- en una época en que tenía un país. Ahora no sé de qué se trata. Estamos en medio de una selva heredada de la dictadura y administrada por los liberales en el mando. No me gusta esta cosa. Entre tanto ignorante me siento como un tuerto. Y en el país de los ciegos el tuerto no es más que un molesto cabrón.

¿Cómo ves a nuestro país en el plano del apoyo a las artes y cómo lo ves a diez años más?

No creo que en diez años exista apoyo a las artes. No reditúa; no sirve de propaganda.

Chile es mezquino con los premios literarios? Deben haber más incentivos para los escritores?

Sí, por supuesto. No hay mayor apoyo. El Premio Nacional es una rifa y, miserable también, se otorga cada dos años.

De tus inicios, en los tiempos que frecuentabas a J. Luis Martínez, y tantos otros, pasó algún día por tu mente que unas décadas más tarde lograrías tantos premios, viajes y distinciones?.. ¿Piensa en eso el poeta inicial?


Para serte franco, esperaba más. Estoy desilusionado de esta tierra. Los premios, viajes, distinciones, se acumulan con los años. Y más que un extenso currículo tengo harto tiempo transcurrido. Los fracasos, los premios perdidos y nunca obtenidos, los escupos por la espalda, los desamores, esos suman mucho más. Pero no cuentan.

El exilio en Suecia que lo has narrado en varias entrevistas, el asunto de la pistola y la extraña confusión de vincularte en este hecho marcó parte de tu vida?


El viaje para mí, para todos, es necesario. En otras geografías, con otras sociedades entiendes que existen formas diversas, que tu pequeña tierra no es nada más que eso; que el idioma es mucho más amplio y generoso y que perviven magníficos poetas en tu propia lengua. Viajar te otorga humildad, conocimiento, fraternidad; y te llena la cabeza de imágenes, de colores, de profundidades. Y claro, aunque muchos ojos te miren en el trayecto, cambia tu vida; no todos te acompañan en la aventura: y así dejas lugares, personas, parte de ti también abandonados.

En tus últimos viajes al extranjero visitaste Costa Rica….¿Cómo se ve la creación literaria actual por esos lados?

Yo veo a Costa Rica como un potencial literario en el continente nuestro. No sólo porque me hayan sido publicados, en San José, dos libros en el curso del 2007. Ahí encuentras cultura, amor al arte, sentido estético y, por cierto, magníficos poetas. Allí tenemos, por ejemplo, a la grande Ana Istarú, una mujer a la altura de las mayores voces continentales; a Alfonso Chase, a Luis Chavez, a Luis Chacón, a Julieta Dobles, en fin, la lista es larguísima. Allí los poetas comandados por Norberto Salinas y Popo Dadá (este último premio nacional en poesía) organizan el encuentro internacional de Casa de la Poesía. En fin, se trata de un país distinto, superior.

Aproximadamente cuántos textos alberga tu biblioteca privada y cuáles serían los autores que guardas como más valiosos?

Bueno, contando los libros de mi mujer, creemos tener unos cuatro mil ejemplares. No es mucho, en verdad. La mitad corresponde a volúmenes individuales de poesía y hay otro tanto en antologías, textos teóricos, etc. Y muchos tienen un gran valor: primeras ediciones de Lihn, Tellier, Díaz Casanueva y otros, volúmenes enviados y dedicados por grandes poetas, como Lêdo Ivo o Gonzalo Rojas; o simples selecciones de poetas latinoamericanos que he adquirido en el extranjero. En fin, son bastantes.

Muchos poetas que lograron tu altura se van de sus ciudades de nacimiento. Tú preferiste quedarte en la tuya. ¿Qué es Valparaíso para ti?

Valparaíso es mi país, el living de mi vieja casa, mi acuario conocido. No le veo en otro lugar. Más que chileno me siento porteño. Si no viviera aquí tal vez estaría en Buenos Aires, en Brasil, en México, en fin, un poco también en Malmö, Suecia, que es mi otro país, mi territorio.

Al margen de que nuestro país no es muy gentil con muchos creadores, sobre todo en lo laboral….¿estás satisfecho con lo que has logrado hasta la fecha?

La vida, con todo, ha sido generosa. Estoy conforme, contento, he escrito algo, tengo mi casa, mi mujer, mis hijos y sus hermosas familias, mi biblioteca, mi perro Brodsky. No puedo quejarme. Pero no estoy para nada con el poder; no me gusta; me siento atropellado por esa masa inerme enquistada como sombra sobre la población.

Finalmente sabemos que estás en proyectos de guía-editor..¿tienes planes mayores a mediano y largo plazo?


Si, tengo varios planes; pero necesito dinero. Quisiera publicar, a mi costo, a los mejores poetas de mi región. Y regalar los libros después; pero ya tú sabes.





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Entrevista a Nancy Astelli


ENTREVISTA A NANCY ASTELLI
Por Carlos Amador Marchant

Nancy Astelli es una periodista chilena que se fue de nuestro país (de Valparaíso) en febrero de 1974, después de haber estado varios meses en la Embajada de México en Santiago, saliendo desde allí con asilo político al país azteca. Allá se mantuvo por 16 años, retornando el 7 de septiembre de 1989.
Astelli había egresado de periodismo en 1973 y precisamente ese año le correspondía dar su examen de grado. Sin embargo, no pudo hacerlo por el golpe militar. Se trata de una mujer que dio parte de su juventud por la causa en favor de los desposeídos de América en los tiempos de las dictaduras del 70. Con ella me reuní en un cafetín del centro de la ciudad para permitirle que nos narrara parte de su vida casi desconocida por sus cercanos.



¿Recibiste alguna ayuda solidaria en México?.

La verdad que sí. Tuve la ayuda de colegas mexicanos y también de una organización de periodistas de Chile y americalatina que llevaba por nombre “Federación Latinoamericana de Periodistas”. Logré integrarme a ella y trabajé en un Centro de Comunicación Social (Cencos) que estaba ligado a gente de la iglesia. Bueno, también debo decir que en ese momento México era como una gran sede y concentración del exilio latinoamericano. Trabajé por varios años y mi labor fundamental fue dedicarme a Latinoamérica con una revista sobre Derechos Humanos. A través de este mismo trabajo, sobre todo con líderes políticos y comités de solidaridad existentes, logré conocer a personajes que encabezaban los movimientos insurreccionales de casi todo el continente. Logré hacer para ellos varias conferencias de prensa, de tal forma de buscar que la lucha de los pueblos más chicos como el nicaragüense, salvadoreño o Guatemala, se expandiera y se diera a conocer.


¿Desaparecía mucha gente en ese momento?.

Efectivamente. En ese momento estaban desapareciendo no sólo en los países donde se mantenía la guerrilla, sino también, por ejemplo, en Guatemala, comunidades indígenas completas, debido a que los mayas habían vivido más de 500 años sobre inmensos pozos petroleros. Entonces la milicia, tanto de ese país como de Estados Unidos, comenzó a limpiar la selva para instalar gigantes plantas explotadoras petrolíferas. Llegó a tal extremo esta situación, que en un momento determinado los mexicanos llegaron a mantener en la frontera sur a más trescientos mil indígenas y que estaban siendo atendidos por Naciones Unidas y la solidaridad del mundo. Fue lamentable ver las condiciones de vida que mantenía esa gente, con enfermedades producto de la extrema pobreza. Vi a muchos con esas llagas terribles que se forman en las zonas tropicales y el gobierno mexicano fue muy generoso con ellos. Se trasladó mucha gente a trabajar y colaborar en esos campamentos.
Se trató de una tarea hermosa para esos tiempos…
Fue una tarea hermosa que se pudo cumplir en unión a la gente que trabajaba el tema de los derechos humanos, desde los distintos frentes políticos, por los movimientos del continente. En ese momento logré contactos con corresponsales extranjeros. Ahí conocí a un periodista austriaco, a Leo Gabriel, y con él logramos formar una agencia de noticias para americalatina y los países de habla alemana. Era la época del llamado “periodismo verde”. Pues bien, toda esa información la sacábamos a Europa, y logramos, en un determinado momento, después que Somoza cayó y el Frente Sandinista de Liberación Nacional se tomaba Nicaragua, solidarizar con todas las personas que quedaron lisiadas de guerra, mucha gente joven que quedó sin brazos, sin piernas. Leo Gabriel con el gobierno austriaco consiguió implementos de alta tecnología para ir en ayuda de ellos.


Háblame específicamente de los momentos de tu exilio a México…

La verdad salí al exilio porque estaba en la lista de los buscados en Chile. Pertenecí a un partido político de la Unidad Popular. Trabajaba en una institución del Estado, que era la Corporación de Mejoramiento Urbano, y que estaba haciendo grandes modificaciones en la construcción de viviendas sociales. Éramos como los gestores de una reforma urbana que le daba, por cierto, pavor, a las instituciones privadas de ahorro y préstamo y que se beneficiaban del ahorro de todos los trabajadores. Hubo gente que llevaba muchos años ahorrando porque antes se sacaba por planillas el descuento para la vivienda y, sin embargo, nunca lograban tener sus casas. Mucha gente acomodada de Viña del Mar, Las Condes o de cualquier parte de Chile, lograban hacerse tremendos chalet con el dinero de los trabajadores pagando, además, una miseria de dividendo. Bueno, pero con los años se han ido corrigiendo una serie de políticas habitacionales. Lo concreto es que muchos de mis compañeros de trabajo salieron al exilio. Por ejemplo, encontré a un abogado en México. Su esposa lo andaba paseando por el mundo para ver cómo lograba recuperar su memoria, porque con las torturas quedó con una demencia casi senil. Se trataba de un hombre joven que nunca logró mejorarse. Encontré a otros compañeros trabajando en su profesión, en Centro América. Hubo gente muy bien preparada, de muy alto nivel…en fin.
Cuando retomas tu carrera de periodismo en Valparaíso, es decir a tu regreso del exilio, reinicias el tema concreto de la investigación, sobre todo con el libro de Mitos y Leyendas del puerto….¿qué temas te han interesado más ...y cuáles seguirás desarrollando?...
Mira, la verdad, yo encontré muchas joyitas (como dice Juan Cameron), en donde todos veían fantasmas, ruinas, desolación, y donde, la verdad, todos creían que el puerto ya estaba muerto, que ya no se levantaba más. Cuando regresé veía a veces esos titulares y me daba mucha tristeza. Pero yo sabía, así como vi a la gente de este puerto en el exilio reuniéndose en el llamado “ Centro Hijos de Valparaíso”, donde nos juntábamos y buscábamos fórmulas para estar cerca de sus costumbres, haciendo comidas, compartiendo, siempre dije que el porteño, jamás se olvida de su tierra. Entonces comencé a mirar de nuevo, después que la universidad me dio la posibilidad de recibir mi título de periodista, con esos mismos ojos que lo había visto antes, cuando estudiaba y salíamos entre alumnos y profesores a recorrer la bohemia. Porque se trataba de una bohemia sana, a nadie sorprendía que hubiese una prostituta en la mesa, comiendo con nosotros y luego se levantara y se fuera. Era, en realidad, algo que estaba asumido dentro del paisaje. Lo cierto es que daba tristeza ver, por ejemplo, donde antes hubo un centro de diversión, ahora sólo existía un gran hoyo, cercado por puras latas. Otros balcones dedicados a la reconversión de plásticos, qué sé yo, terminales de buses, panaderías. Pero, a pesar de todo, todavía existían negocios como El Bar Inglés, El Cinzano, La Moneda de Oro, El Playa, Las Cachas Grandes, El Liberty. Y claro, uno veía caminar mucha gente, mirabas mucho “guachaca” como se dice ahora, esos rematados ya en la Plaza Echaurren, botados. Pero también observabas que el cura Pepo, el famoso cura, buscaba fórmulas para incorporarlos, aunque fuera fin de semana acarreaba gente y los levantaba, los limpiaba , les cortaba el cabello. Es decir, había gente que hacía cosas. Entonces empecé a buscar en las bibliotecas, en los periódicos, a leer libros, y la sorpresa más grande me la llevé con los cronistas antiguos. Ejemplo, una vez buscando me encuentro con unos cronistas de Quillota, antiguos, en la Biblioteca Severín, y que hablaban del origen de la cueca, cómo estos indígenas que traían de África, que venían prisioneros en los barcos, llegaban primero a Buenos Aires, de ahí los pasaban por la cordillera hacia Chile, y venían en tan malas condiciones que los transportaban a unas “engordas” a los valles de Petorca y Quillota. Entonces en ese trayecto desde la cordillera, esos indígenas venían bailando una danza que se llamaba Lariate, que era como el cortejo del gallo hacia la gallina. Después, en las haciendas cercanas, los campesinos le pusieron el palmoteo y el guitarreo que es ibérico. Una vez que ellos se reponían los llevaban a la Plaza Orrego que viene siendo la actual “Victoria” de Valparaíso y ahí los remataban. Venían los esclavistas y los compraban según la talla, los dientes y la fuerza hasta embarcarlos al Perú para el virreinato, a las haciendas azucareras o de algodón. Aquí ya vemos un aporte que no es de la zona ni de Valparaíso, al baile nacional.


¿Hubo muchas sorpresas en estas investigaciones?
Por supuesto, después me voy encontrando con que en los burdeles de Valparaíso había nacido una cueca brava que tenía una característica bien especial, y tiene que ver con que era cantada sólo por hombres, con panderetas, piano, acordeón, guitarra. Y es tan alto el registro que cualquiera no la puede cantar. Y este mismo registro también se da en un canto de los emiratos árabes. Entonces ves la relación entre esta cultura que se expande con España, porque los árabes estuvieron ahí varios siglos. Al puerto comienzo a estudiarlo con la generación del 50, donde muchos escritores toman como inspiración a Valparaíso. Salvador Reyes o el mismo Lafourcade que escribe Palomita Blanca en uno de los bares de la calle Cochranne. Entonces vamos viendo también cuántos han sido los aportes a este movimiento bohemio con Neruda o la Mistral o el mismo Jorge Edwards.


Finalmente…¿Cómo ves al puerto luego de cuarenta años?

Va a ser un puerto muy desarrollado, lleno de tecnología. Tiene gente inteligente a pesar de todos los tropiezos que puedan surgir ahora para desarrollar la ciudad como esperan muchos que salga airosa la gestión patrimonial con la ayuda del Banco Interamericano, de los españoles, de la comunidad económica europea y de tanto porteñista que ama a su ciudad.




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Una mirada a Víctor Rojas Farías



Una mirada a Víctor Rojas Farías
Entrevista de Carlos Amador Marchant

Rojas Farías nació en Punta Arenas en 1960. En la actualidad radica en Valparaíso, pero es un viajero incansable. Profesor de Literatura y cronista. Ha publicado: Tango Dos (1986); La Gran Enciclopedia del Mar (1999). “Valparaíso, el mito y sus leyendas” Aparece en: Valparaío, versos en la calle, de Ennio Moltedo (1995); Valparaíso, versos en la calle, de Juan Cameron (1998); El Mirador de Lukas Nº 7 (1999) e Historia de la poesía en Valparaíso, de Alfonso Larrahona K. (1999).


¿Desde tus estudios universitarios, pasando por tu título de profesor de castellano, en qué período sitúas este acercamiento tuyo a la investigación de raíces y tradiciones de pueblos y ciudades?


A lo peor nací con ese cariño, no sé. Cuando chico, en mi familia me enseñaron a no mentir nunca y que existía el Viejo de Pascua. A los años me preguntaba cómo diablos los adultos adulteraban las cosas con tanto descaro: ¿o no veían que inventando a ese viejo desmentían sus enseñanzas? Y ahí el pensamiento me llevó a meditar sobre ficción, mentira, símbolo, lo individual, lo colectivo. Ya adolescente fui un lector criticón y culto, admiraba a Borges, y en un viaje al campo lejano escuché a doña Beña Fuentes -campesina analfabeta- contar historias. Arte mayor, nada que envidiarle a Borges. ¿O no? Y solito vino el problema arte/ folclore. Después, ya en la U., cuando estudié literatura (en ese tiempo nadie hablaba de patrimonio intangible ni cosa parecida) los profes trababan mis ímpetus de estudiar literatura oral, y tuve hartas dificultades, que me empecinaron más. Como ves, mi respuesta sirve más para ponerle cuento al asunto que para responder la pregunta.


¿Cuáles son los riesgos que se corren en este trabajo de recopilador e investigador?...¿En tu accionar en este campo han aparecido quiénes no concuerdan con tus recopilaciones?


Uno de los mil riesgos está en la dificultad de demostrar mis hipótesis, pues me agoto en llenar vacíos de información: datos, datos, datos. Entonces, demoro mucho. Tras más de veinte años, por ejemplo, recién tengo una aproximación decente a las animitas. De todas mangueras, todos mis trabajos tienen mucho campo y biblioteca y hay en mi equipo actual un buscón de libros (no un lector, un buscador) y una maga de las transcripciones, que facilitan todo. En este campo, los ayudantes son el microscopio, la muleta y el telescopio, y otro riesgo grande es que en medio de un trabajo se vayan (porque acá casi no hay plata) y te quedes como sin manos. En fin, otro riesgo es quedarse con la investigación guardada. Tú sabes, la divulgación de trabajos serios es un problema: existen unas revistas con cero público, pero con "prestigio", que te prestan diez planas, una nada. Y las editoriales no van a arriesgarse a publicar un mamotreto de cuatrocientas páginas. Con respecto a detractores de mis investigaciones, es más bien al revés; yo siento que muchos trabajos alrededor están mal hechos, sin métodos, sin el tiempo adecuado de gestación y ejecución, o -lo peor- con las definiciones operativas malas.


Entendiendo que el trabajo al que estás abocado es apasionante…¿cuál es el tiempo que le dedicas?...ó..¿cuál es el tiempo que se requiere?


Puf, harto... A veces en periodos obsesivos estoy 24 horas al día. Entonces, una vez más renuncio a una pega de las que dan plata, y me obedezco a regañadientes y con placer. ¡¡Pero un día voy a dejar de hacerme caso, ya me lo advertí!!

Desde la aparición de la “Enciclopedia del mar” hubo quienes afirmaron que se trataba de un lenguaje inteligente y de reflexión poética…¿cómo te defines tú a esta altura después de muchos trabajos ya realizados?

Si estás definido estás de finado. Mejor estar todavía cambiante ¿no? Uno -en arte- siempre alega de los críticos, que ponen etiquetas y creen que eso sirve para ver mejor. Y es al revés. Lo que sí, me gustaría ser un hombre de palabras cuya palabra de hombre fuera palabra de señor. Ja, es que soy tan de letras que en vez de vivir en orden cronológico (ayer, hoy, mañana) vivo en orden alfabético (ayer, hoy, mañana), y eso es mi constante.



Quienes te conocen sabemos que eres un viajero incansable…¿cada uno de esos viajes tienen al mismo tiempo la intencionalidad de la investigación?


Un viajero cansable: llegar al pueblito y encontrar que no hay nadie, otro pueblo fantasma, o que la informante haya muerto, o hacer maravillas a pie, en caballo, en jeep, para llegar al cruce y ver que el único bus de la semana pasa sin parar... puf, eso ya no querría tragármelo. Sin el acicate de la investigación, o del amor por esas tradiciones, aplastaría de un zapatazo al bichito del viaje, que me pica cuando menos lo espero, y me quedaría con mi fiel lectura, que es también una manera de vivir la otredad en esta mismidad. Por otro lado, han ido surgiendo vanidades más o menos idiotas, con la vejez: por ejemplo, he convivido tiempos con todas las etnias que se dan en Chile, excepto los alacalufes. Así que allá debo ir, a esos canales australes, y aprovechar de hacer un trabajo sobre su héroe Lautaro Edén, que hace tiempo me viene interesando.

¿Qué es para ti Valparaíso?..¿Un lugar inagotable en cuanto a estudios e investigaciones o un sitio que ya se agota en este campo?

Es que siempre, hasta los cuescos de níspero, van a dar nuevos y apasionantes temas. El problema es que ha salido una legión de ganapanes que no la cortan nunca con la Valparalata, y esos impostores ni aman el tema ni tienen aportes nuevos: sólo quieren su recompensa. Bueno, no apenarse: el mundo sigue yirando.

De acuerdo a tu experiencia y a tus libros publicados…¿hay un público cautivo que gusta del trabajo que haces?...¿cuál es el libro que más has vendido?


-¿"Público cautivo", y esa terminología? Ni mi abuelita. Como yo me meto en varios géneros, creo que se dificulta que alguien me acompañe en poesía, ensayo, crónica u otras cosas inclasificables... Tal vez mi libro más vendido sea "Valparaíso, el Mito y sus Leyendas", que es un poco best seller, con trampa, pues en algunas partes lo ponen como "lectura obligatoria". ¿Alguien podría quedar cautivo de un libro que está obligado a leer para mañana, y son las once, Dios mío, y ojalá me saque un seis y no podré ir a la fiesta para quedarme leyendo? Pero el texto que me trajo más alegrías fue "Tango Dos", por eso lo nombro acá aunque no corresponda.


Más allá de “Valparaíso, el mito y sus leyendas”, entendiendo, por cierto que todo tu trabajo te apasiona..¿cuál describirías como el que más te ha fascinado posteriormente al libro citado?

De los míos, "La Gran Enciclopedia del Mar". Pasaba horas debajo del agua, intentaba ver la puesta de sol desde bajo el mar; me sometía a frotación con cetáceas, acampaba en el bosque de algas. Y eso se licuaba en palabras: que una lágrima y el agua marina son indistinguibles al microscopio, que los ríos siguen ríos en el mar y las corrientes siguen corrientes en los ríos, que polvo somos, pero polvo de agua. Tal vez "La Gran Enciclopedia del Mar" sea mi libro.


Andrés Sabella, quien fue una verdadera enciclopedia humana del norte de Chile, en una conferencia en la U. de Tarapacá, se paseó por la historia de nuestro país y, a cada segmento de sus dichos expresaba: ¡la historia miente¡…¿crees tú que es difícil encontrar la “verdadera verdad” de los acontecimientos humanos?


¿La verdadera verdad vera? Las cosas pasan simultáneas y el lenguaje es sucesivo, todo va fluyendo y está relacionado, y nosotros lo analizamos inmóvil y parcelado; tenemos apenas seis sentidos, y éstos casi no sirven: no ves más allá de ocho kilómetros, no percibes temperaturas de cien grados, en fin, le atribuyes más importancia a un dolor de muelas, que en el momento te duela a ti, que a cien mil muertos en El Tibet. ¡Y desentrañamos las cosas con palabras, que lo cambian todo! "Los vampiros llegaron por la noche", "Por la noche llegaron los vampiros", "Los vampiros por la noche llegaron" son cosas completamente distintas y parecen iguales. En fin, resignación: estudiando los acontecimientos es posible acercarse a los sucesos, a los principios y normas que regulan la ruedita eterna. Y creo que en los acontecimientos humanos, al mismo tiempo que se ve que son inhumanos, se ve que son suprahumanos...

Finalmente…¿Cuál crees tú sería la obra máxima que buscas hacer antes de culminar tu paso por la vida?



¡Pero si respondo me pongo una lápida! Adivino que me falta una tetralogía sobre los cementerios, un libro de las montañas y unos estudios sobre tradición oral. De todo eso no he escrito ni un séptimo de línea, así que en razón de eso, en adelante, será mejor que llore, no que cante.



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