martes, 2 de noviembre de 2010

Jean Braudillard y los premios literarios




CRÓNICAS IMPERTINENTES
Por Juan Cameron
(Valparaíso, Chile. Poeta)

Jean Braudillard y los premios literarios


Con la humildad requerida por el caso voy a referirme a dos citas apropiadas para esta ocasión. La primera es una sentencia del preclaro filósofo Jean Braudillard según la cual “La historia que se repite se convierte en farsa./ La farsa que se repite se convierte en historia”. La segunda es un simple verso mío, un título más bien hallado al azar: “El poder comunal corrompe a los más necios”.
Como el pensar y el escribir me ha significado siempre un extraordinario esfuerzo, ha sido la perseverancia mi única tabla de salvación para sobrevivir en el empeño. Empero, por insistencia y tozudez, algunos premios literarios ingresaron a mi escuálida bolsa, entre ellos el magnífico reconocimiento del Consejo Nacional del Libro, en Poesía, y el no menos codiciado, a nivel local, Municipal de Literatura. Cierto respeto a las normas de ortografía, una suerte de gracia escritural, en fin, han creído ver los técnicos en la materia para beneficiarme. Pequeños méritos que, sin embargo, me permiten referirme a estos temas.
Les contaba de Baudrillard porque, como nos ocurre a menudo a la mayoría de los no integrados a la estupidez, siempre pensamos en situaciones que, años después, descubrimos descritas durante nuestra infancia por ciertos pensadores contemporáneos. El problema es que nosotros los leemos cuando viejos. El caso es que a mí la situación actual me parecía, así como la falsedad de la palabra que al mencionarla esconde lo contrario y toda la farsa de no ser, una representación teatral. Podría ésta llamarse la Democracia, la Libertad, la Soberanía o llevar cualquier nombrecito de aquellos tan fáciles de expeler a pecho descubierto. De joven veía yo a los escolares jugando a ser diputados, a los contertulios pretendiendo filosofar, a quinientos aficionados que sostenían ser poetas. Recuerdo una impresionante columna de El Cabrito que leía entonces con orgullo; se llamaba “Cómo Chile llegó a ser una gran Nación”; así, con mayúsculas. Con el tiempo me di cuenta que todo no era sino una simple intención, cuando lo era; nada en verdad existía como tal sino en su mera puesta en escena.
Al cumplir mis primeros sesenta comencé a leer a Baudrillard. Así como Artaud, así como Cortázar con su maldito hombrecito que corría junto a su autobús –a mi autobús- el francés me había plagiado la idea antes de yo imaginarla siquiera. Pero no importa, la cuestión es la siguiente: lo corrupto, lo tonto, reemplaza lo legítimo tal como la palabra sustituye lo inexistente.
El caso de los dos premios enunciados más arriba es un buen ejemplo de lo que legítimo y de lo que no lo es. Guillermo Rivera, un poeta en serio, nacido en Viña del Mar en 1958, obtuvo el premio en el concurso Mejores Obras Literarias, en mención poesía inédita, para este reciente 2007. Merecido reconocimiento a nivel nacional; el MOL es algo más que la Lotería de los poetas. Ya le había dicho que concursara; que si lo hacía, lo ganaba. Al comienzo me dijo que no, que no se tenía confianza. Por suerte se atrevió; y eso me llena de orgullo.
Pero no todos siguen los consejos. Hace unos días me llamó por teléfono Arturo Morales para consultarme sobre el escritor Eduardo Correa Olmos. Me sorprendí un poco, confieso; no conocer a Correa, al menos en esta ciudad, es como no enterarse de quien es Jotamerio Arbeláez o el Toño Cisneros a nivel del continente. Le indiqué los datos del autor, sus premios y sus méritos y, cuando me anunció que era –como él- uno de los postulantes al Premio Municipal de Literatura, le dije a modo de consuelo “siga concursando”. Correa estaba cantado para el premio; podía hacerle el peso solamente Carlos Tromben, un muy buen novelista, un tipo respetable; pero aún es demasiado joven para tamaña nombradía. Y, sin embargo, mi amigo Morales, sin trayectoria ni mérito ni calidad suficientes, fue beneficiado con el premio. ¿Había cometido yo un error? ¿Se utilizó mi información para alterar la decisión del jurado a través del impertinente “lobby”? Perdone el lector tan detestable palabra; pero el Concejo pasó sobre la decisión del jurado –integrado nada menos que por Cristián Vila, Alvaro Bisama y Darcie Doll- que ya había decidido de conformidad a la calidad literaria de los postulantes y, por una resolución política, amiguista, de pasillo, dictaminó otra cosa.
Releo a Baudrillard: “todo está desde ahora condenado a la maldición de la pantalla, a la maldición del simulacro. Estamos en un mundo donde la función esencial del signo es hacer desaparecer la realidad y, al mismo tiempo, velar esta desaparición”. Decir que los concejales ignoran sobre estas cuestiones está demás; eso ya se sabe; es un lugar común. Cuanto importa es la cuestión axiológica. ¿Puede la autoridad juzgar sobre cuestiones que no le corresponden sólo por ser autoridad? ¿Son autoridad los funcionarios públicos? Esto es un abuso de poder; una necedad. Pero aun más indigerible resulta forzar un reconocimiento para sí mismo; sostenerse en avales de poca monta, ampararse en “el partido”, sentarse, en definitiva, en la realidad para obtener un beneficio personal. Rivera, en cambio, se mantiene en silencio.


editor

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