lunes, 7 de febrero de 2011

Eduardo Embry (escritor y poeta chileno. Nació en Valparaíso. En la actualidad radica en Inglaterra.


¿QUÉ FUE PRIMERO?


¿Qué fue primero,
el espejo o la figura humana?
¿la piedra o el río?
¿el pobre o el rico?
¿el pez o el agua?
¿el gallo o el gallinero?
¿el temblor que hay en mi cuerpo
o la belleza de mi amada?

¿quién fue primero,
los imaginistas ingleses o Vicente Huidobro?

he llamado a los sabios
para que me lean estos enigmas

¿cuán lejos y cuán cerca
se ve la luna?
en noches quietas como estas,
las divinidades del cielo
no se ven, parecen muy ocupadas,

en una nave espacial
subiré a las galaxias,
si encuentro a Dios en alguna estrella
lo traeré, lo traeré a esta tierra

¿qué fue primero,
el espejo o la figura humana?



De cómo la sociedad engorda


Desesperación y ruidos
hay en las agencias del gobierno,
los poetas de hoy se alejan
de la poesía
y a todo esto mi corazón,
no dice nada;
aumentan por todas partes
personas milagrosamente hinchadas,
los recién nacidos
vienen con piernas robustas;
hay que hacer algo, cada
mañana al levantarme
me mido el culo,
cada vez está más hinchado;
voy a la farmacia,
a la verdulería,
al supermercado,
visito a los entendidos,
nadie me da convincente respuesta
de cómo revolver estos males,
¿o me arranco de raíz mis dientes
o cambio la dieta de pan y agua
por una merienda de flores?
los poetas de hoy se alejan
de la poesía, todo el mundo engorda,
y a todo esto, mi corazón
no dice nada.



De las montañas calientes


De la deformación de la corteza de la tierra,
penacho todo de blanco, zapatos
del color de sus raíces,
las montañas se levantan de su silla,
abandonan el aire puro,
se van de viaje, quisieran
conocer otros ambientes más llanos
donde no haya prohibición de fumar,
ni de beber,
ni de fornicar libremente,
¿hay algo más placentero?

estas son las montañas que no profesan
religión alguna, que de tanto estar
pegadas al fondo de la tierra,
creen en todos los dioses,
como un solo río que el mar se los come,

montañas guerreras dicen que son,
antes de marcharse, dejan en el valle sus fusiles,
cada una dice ‘me voy’, y se van
y comienzan el divertido descenso, casi infinito,
de montañas que se descienden a sí mismas,
hasta que al final llegan
a la gran ciudad que habían soñado,
‘malditas bestias, dejadnos pasar, abrid los caminos’
se aproximan como camiones
que transportan camiones,
haciendo señas y dando gritos
atraviesan la línea del tren,
llegan al puente más estrecho
que no pueden pasar, rehacen el camino
girando todo al revés, diez
o quince kilómetros, y por fin,
en el cielo se ven sus manchas
como las huellas de un jaguar, las estrellas
son sus guías, ‘esta ha de ser la ciudad donde vamos’;
y para que las montañas pasen,
se abren los montes, se ensanchan los caminos,
carros, tranvías, automóviles,
todo se detiene;
majestuosas, con su túnica blanca de nieve,
con su real penacho, entran a un bar
las montañas libertarias se sientan
en torno a una mesa, piernas inmensas,
deformación de la corteza de la tierra,
destruyen todas las sillas,
el mesonero les niega un vaso de vino;
qué noche, dios mío, a pesar del perfume
y del aire puro que traen, en estas noches
frías que bajan con la nieve de Rusia,
con estas montañas calientes
nadie quiere irse a la cama.



Ahí está el gran Quevedo


Cuando pienso y veo, que está
junto a mí, casi siento el calorcito
de su sangre que baja y sube
de los pies al corazón,
por encargo del demonio, se presenta
se esfuma, se desvía, se hace mil pedazos,
como si nunca hubiese existido

y aunque no es un río que se aleja,
sin embargo se aleja como un río,
creo que no se da cuenta
cuánto daño me hace,
y como soy un hombre del siglo XXI,
duro y sin elegancia, divo
para los viajes por el mundo,
para hacer nada de la nada extiendo mis manos,
creo un espacio delgado y fino;
y en esto, en nada imito al gran Quevedo,
qué armonía, qué belleza,
donde dicen que el amor se esconde
como un niño, veo que abrazo el aire.


editor

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