Descubrimiento de América
A Raúl González Labbé
Habría que empezar de nuevo. Partir de la raíz del indio.
Ir al origen puro sin conceptos ya hechos.
Sólo así encontraremos
galopando su libertad de yegua joven bajo cielo.
Tenemos cuatro siglos de invasiones.
No sabemos usar nuestros ojos.
Pies extraños caminan por nuestras heredades.
Extranjeras palabras definen gestos nuestros.
Oro, cobre y sudor americanos
-amalgama de gritos y protestas-
surcan el mar en barcos de incomprensibles nombres.
América. Digo:
y los cafetales, y las caucheras y los minerales.
El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo.
La tierra en que mis hermanos los parias tienen hambre.
La América, si,
porque bebe leche de cielo en la cumbre del Aconcagua.
No la escolar América sabida por los mapas:
tierra tatuada de nombres y colores,
partida en Panamá por un canal de fierro
y comida en el Sur por los hielos australes,
sino ésta otra, ésta que nace
en el pétreo filo de los Andes
y cae como un poncho verde a dos mares azules.
Esta que va en mi canto americano,
resonando en el galope del charro,
del huaso, del llanero, del indio y del gaucho.
Esta que va en la espalda del cargador de muelles,
y en la espuela grandona, y en el sombrero floreado,
y en la ojota besada por aguas y tierras,
y en el olor del mate amargo,
y en el lamento de la quena y la trutruca,
y en el aroma de la piña madura,
y en el maíz que ríe con risa de sátiro,
y en el coco y la jícara que recibe su jugo.
Esa es
Es pura la mañana. Cantan los pájaros.
Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago.
Vamos a descubrir
El día agita sus banderas anchas.
Es hora de partir y amanecer.
Partamos.
Remordimiento |
Casa de mi compadre Rosendo Montes, donde hasta el viento baila de punta y taco donde el día se pone faja de flores y se le ve a la luna blanco de refajo. Casa de mi compadre, donde las hembras cantan que “la esperanza nunca se pierde”. Allí ríen los vinos, trina la espuela y hasta el sauce es un huaso de poncho verde. Quinta de mi compadre, donde la higuera tiene una estera fresca sobre los suelos y su fronda se ensancha como una clueca que empollara canciones y juramentos. Yo he alojado en la casa de mi compadre cuando el universo llega topeando quinchas y el trueno se derrumba desde los Andes como un potro que rompe riendas y cinchas. Y he besado una boca bajo su techo, boca roja de vinos y de tonadas, sin saber en la sombra cuál era el pecho ni cual la carne tibia que se me daba. Y he partido en el alba como un bandido, cuando clava el lucero su fría espuela, con el alma llagada por un cuchillo implacable y desnudo de la vergüenza. Casa de mi compadre Rosendo Montes, no volveré a bajarme frente a tu vara, porque me acusaron dos ojos de hombre, y los ojos castaños de mi ahijada. |